Francia
Creando nuevos públicos: Les étoiles du classique de Saint-Germain-en-Laye
Francisco Leonarte

No soy un gran fan de los conciertos al aire
libre. Ante todo por la acústica, que en buena parte de los casos necesita «sonorización».
Pero había en esta ocasión dos atractivos importantes: un director estupendo, a
quien admiro muchísimo y con cuyas interpretaciones siempre he disfrutado de lo
lindo, Robert Forès Veses, y una absoluta leyenda de la interpretación
pianística, la gran Martha Argerich.
Así que allí estábamos, en la clausura del
primer festival Les étoiles du classique (Las estrellas de la clásica),
sentados en sillas plegables, con el bonito palacio (château, lo llaman los
franceses) de Saint-Germain-en-Laye como telón de fondo, con buena asistencia
(unas dos mil personas) y más jóvenes y adolescentes de lo habitual en los
conciertos clásicos.
El festival tiene el gran mérito de intentar
promocionar a artistas jóvenes. Con muchos momentos de música de cámara.
Incluso la Orquesta Nacional de Île de France (la orquesta de la región
parisina), para este concierto de clausura, ha incluido en sus pupitres a más
de treinta estudiantes de conservatorio. La cosa es meritoria, aunque la
orquesta en efecto suene menos bien de lo habitual: todo sea por dar a esos
jóvenes la gran oportunidad de comenzar a presentarse ante el público.
Problemas de «primer festival»
Pero como en todo «primer festival», hubo -lógicamente-
problemas.
Primer problema: la venta de entradas no
estaba todo lo bien organizada que podría (al principio proponían sitios
numerados, y dos semanas antes envían un mail diciendo que ni numeración ni
nada, y que cada cual se siente donde pueda según entre). No es grave, de los
errores se aprende.
Segundo problema (y más gordo de lo que
parece): hace buen día. Demasiado bueno, el sol pega fuerte, no se ha previsto
un toldo o similar que proteja a los intérpretes y el calor puede hacer
estallar los instrumentos de cuerda. Con lo cual no es posible hacer ensayo
general. Los balances y pruebas de sonido con cada instrumentista se hacen una
vez el público ha llegado. Y el concierto se retrasa media hora. Puede ser
fastidioso, pero no es grave para el público.
Tercer problema: El más previsible. Estamos en
una explanada. Ante el público está el castillo, pero detrás y a izquierda y a
derecha, jardines. Nada que recoja el sonido. Con lo cual la música podría
llegar tal vez a las primeras filas, pero la sonorización es indispensable. Y
la sonorización no es extraordinaria. Uno tiene la sensación de escuchar un cd
en un mal aparato mono. Todo lo que son planos sonoros, matices, contrastes,
juegos de volumen, desaparece. Además del sonido metálico propio de los
altavoces.
El concierto en sí
Lástima, porque el concierto es bastante entretenido, con obritas y fragmentos muy de disfrutar, y se adivinan aquí y allá cosas dignas del mayor interés. La Obertura de Las Hébridas es llevada por Robert Forés Veses de forma muy evocadora. Se huele la bruma, se escucha y se ve el viento y el mar azotando las islas.
Los jóvenes solistas que luego van
desfilando son todos meritorios. Puedo destacar al violonista Vassily Chmykov
en el Triple concierto de Beethoven; o las voces de Kyshliaruk y de Ndjiki, dos
sopranos un punto jóvenes para el duetto del segundo acto de Norma pero que
tienen ya cuerpo y volumen y de las que sin duda volveremos a escuchar noticias
a poco que tengan salud y suerte; al director del festival y también violonista
Thomas Lefort que se luce especialmente en la Introducción y tarantella de
Sarasate; o a la trompetista Renaudin-Vary que
consigue dar dulzura y fraseo elegante a su instrumento en la transcripción de
Les filles de Cadix... En todos los casos, la orquesta dirigida por Forès Veses
acompaña con mimo.
Argerich toca antes de que
caiga la noche. Dentro de poco hará demasiado fresco para la dama, y todo el
mundo lo entiende. Segundo y tercer movimientos del Concierto en sol de Ravel.
A pesar de la sonorización, se aprecian dos cualidades de gran pianista: la
soltura (y no es moco de pavo visto el ritmo endiablado del tercer movimiento)
y sobre todo la capacidad de cantar (incluso la larguísima -y hermosísima-
frase del segundo movimiento). Público en pie, como era de esperar.
La cosa acaba con la Obertura
de Orfeo en los Infiernos de Offenbach. Cuando llega el tema del famoso gallop,
el público espontáneamente da palmas al compás. La cosa termina pues en
delirio, y todo el mundo sale con una sonrisa de oreja a oreja...
Por culpa de la
sonorización, tal vez los melómanos de pro no hayan disfrutado todo lo que
hubieran podido, pero gracias a este tipo de conciertos tal vez nazcan de entre
el público muchos muchos nuevos melómanos.
Ese es para mí el
verdadero objetivo.
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