Alemania

Klavier-Festival Ruhr

El espacio de la individualidad creativa

Juan Carlos Tellechea
martes, 19 de julio de 2022
Grigory Sokolov © 2022 by Christian Palm Grigory Sokolov © 2022 by Christian Palm
Wuppertal, jueves, 7 de julio de 2022. Gran sala auditorio del ayuntamiento histórico de Wuppertal. Grigory Sokolov. Ludwig van Beethoven, 15 variaciones y fuga en mi bemol mayor op 35 (“Eroica-Variationen“ / Variaciones Heroica). Johann Brahms, “Drei Intermezzi“ op 117. Robert Schumann, Kreisleriana op 16. Bises: Johannes Brahms, Balada op. 118 nº 3; Serguei Rajmaninow, Preludios op. 23 nº 9 y 10; Alexandr Skriabin, Preludio en mi menor op 11 nº 4; Frédéric Chopin: Prélude en do menor op 28 nº 20; Johann Sebastian Bach: Preludio en si menor BWV 855a (transcripción de Alexander Siloti). Organizador Klavier-Festival Ruhr. 100% del aforo.
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Cada concierto de Grigory Sokolov es un acontecimiento, aguardado siempre con gran expectación. Maestro de los colores y de los arcos melódicos, en Sokolov no hay nada mecánico.

Pasa meses inmerso en sus programas de recitales y solo los anuncia poco antes de sus giras que lo llevan desde hace muchos años a los más importantes escenarios del mundo. El de esta tarde, en la gran sala auditorio del ayuntamiento histórico de Wuppertal, inspiró el Klavier-Festival Ruhr con obras clásicas y románticas de Ludwig van Beethoven, Johannes Brahms y Robert Schumann.

Se ha hablado mucho del virtuoso que se atreve a subir al escenario solo, asumiendo con valentía la batalla con las masas de notas. Cuando Grigory Sokolov actúa, esto no viene a cuento. El carácter fetiche del solista, nacido en Leningrado en 1950, se combina con una gran calidad técnica y una disciplina interpretativa tales que el oyente hasta podría adquirir el gusto por las obras que no le gustan.

Aparentemente inmóvil, la figura de Grigory Sokolov impone, sin embargo, cuando se sienta frente al piano y solo mueve las manos y los brazos. ¡Qué emotiva interpretación surge entonces del instrumento! Sokolov domina a la perfección este mundo de floreciente Romanticismo.

El profesor Franz Xaver Ohnesorg, intendente (director general) del festival, advertía al presentar el recital que tanto Sokolov, como los otros pianistas rusos que han venido a este evento, están sufriendo enormemente y se avergüenzan por la barbarie desatada por el presidente neoestalinista de su país, Vladimir Putin, con su guerra de agresión y aniquilamiento en Ucrania.

Invocando a Beethoven

Los Intermezzi op 117 de Brahms son unos de los platos fuertes del concierto. Sencillamente, Sokolov siente verdadera alegría al hacer música, lo que vuelve a ilustrar con el hermoso “Intermezzo“ n°2 (Andante con moto, e con molto espressione en si menor), una inquieta pieza, cuyo carácter fantasmagórico y agitación capta Sokolov a la perfección. ¡Qué concierto!

Antes de comenzar, la sala es puesta en penumbras; solo quedan encendidos a media luz algunos tenues focos color ámbar que apuntan hacia el piano. Una tensa espera invade el recinto. Por fin, Sokolov entra en el escenario, vestido de frac, se dirige a grandes zancadas al piano, hace una breve reverencia ante los primeros y efusivos aplausos del público y comienza a tocar, sin pensárselo dos veces, un acorde de mi bemol en fortissimo, para invocar el espíritu de Beethoven, y dar inicio así a las 15 variaciones y fuga en mi bemol mayor op 35 (“Variaciones Heroica“) del genio de Bonn.

Con la mirada fija en las teclas y la expresión congelada, el piano se convierte en su tabla de salvación. Si se quisiera hacer un balance de esta velada ahora mismo, en el primer minuto de la actuación, diríamos que no se trata para nada de vanidad ni de aires de grandeza, sino solamente de la música y de las mágicas e inefables imágenes sonoras que despierta. El público está simplemente convocado a escuchar y permanecer cautivado por casi tres horas y media (incluido el intervalo de 20 minutos).

Lo prometeico

Prestar oídos es muy convincente. También se puede experimentar un Sokolov humorístico. Comienza esas Variaciones con cautela, amortiguadas, incluso en las octavas fortissimo con las que otros pianistas logran el primer efecto sorpresa. Aquí, uno escucha la música a medida que va surgiendo. Verbigracia, en la tercera variación bufonesca con depresiones cromáticas de los acordes o en la novena con un si rudamente insistente en el bajo, que sin embargo no tapa nada. Todo es importante y merece ser atendido y entendido.

Esa es la consecuencia del sentido de responsabilidad musical de Sokolov, quien se pasea por esas Variaciones, a veces brincando de forma muy suave y tierna, luego de nuevo de manera idiosincrásica, casi excéntrica y a menudo con abundante y travieso humor; tan es así que uno no puede evitar que afloren sonrisas a los labios todo el tiempo. El furioso final sobreviene cuando Sokolov llega a la fuga que Beethoven pone al cierre de estas variaciones sobre un tema que utiliza no solo en la tercera sinfonía (Heroica), sino ya en Las criaturas de Prometeo.

El momento de la danza cobró sentido en la interpretación de tempo reducido de Sokolov, que puso gran énfasis en la métrica. El pianista maneja la obra con ternura. Una actuación de peso, a veces casi groove, que hizo plausible la imagen de la danza en corro alrededor del piano. Las inyecciones de subjetivismo añadieron el gesto beethoveniano prometeico. Las pegadizas progresiones folclóricas se adentraron entonces, maravillosamente dirigidas por Sokolov, en el espacio de la individualidad creativa, que podía desarrollarse hasta el sonido de un solitario círculo.

Hágase la luz

Los Tres Intermezzi de Brahms brindan exquisitos momentos de luminosidad. En medio de ellos las cadenas de notas se convierten en curvas vívidas, gracias al arte del legato de Sokolov. Su control absoluto de los timbres le permite realizar cambios de registro que dejan boquiabiertos a los espectadores.

Sokolov toca estos Intermezzi como si se tratara del fin de todas las exaltaciones e ilusiones, cuando el ego del compositor se ha instalado con sus posesiones en vastos espacios llenos solamente de escaso material sonoro. Los introdujo con una expansividad soñadora; tan llena de anhelos. Como si el mismísimo Brahms estuviera sentado ante el teclado: cuando se sentía libre, pero solitario, quizás el lema que puede resumir su vida.

Aquí alcanza Sokolov su mejor forma. Sus tonos intermedios son geniales, de gran diafanidad, como un cielo nocturno tachonado de estrellas. Esto es lo que hace que su ejecución sea algo tan especial. Su arte es elocuente, preciso, de suma expresividad. Solo con las dos octavas que concluyen la pieza vuelve la realidad. En el medio solamente ha habido absorción en la intemporalidad de su universo sonoro.

Todo es romántico en el mejor sentido. Pero Sokolov consigue en esta velada no solo llevar al retablo de sonidos la soledad de un compositor envejecido en su domicilio de Bad Ischl (Austria); con él, las composiciones de Brahms se vuelven melancólicas, pero dulces y sobre todo: bellas.

Algo de misticismo

Con la Kreisleriana op 16 de Robert Schumann, Sokolov finalmente aumenta su interpretación en la segunda parte del concierto hacia lo enérgico y altamente virtuoso. Todo está entrelazado, es rítmico, lírico, romántico en el mejor sentido de la expresión. Cada voz de los (falsos) números polifónicos recibe su propio timbre. Sin embargo, nada suena artificioso, sino auténticamente ingenuo, salvaje, caprichoso. Como ocurre con los pianistas del siglo: el pensamiento y el sentimiento se unen. Con total libertad, la concepción de Sokolov evita la dureza, incluso en los rasgos más agitados del desarrollo y sus proclamadas repeticiones. Se trata de piezas sobre las que el propio Schumann dijo: Os darán una imagen de mi carácter, de mis aspiraciones y que creara al estilo del Kapellmeister literario Kreisler, a partir de la obra de E. T. A. Hoffmann, la figura artística del Romanticismo en general, fallecido hace ahora dos siglos. Al final, se llega a un punto álgido con una emoción sin precedentes.

Todo lo que está fuera de la música fluye hacia Sokolov, incluidos los minutos de aplausos del público de pie, tras el sexto bis. Con esta actitud de siervo, permite a los oyentes, como ningún otro pianista vivo, comprender lo que significa hacer música: dejar que las leyes del tiempo desaparezcan por un momento y así hacerlas conscientes. Esto suena algo místico y quizás lo sea, especialmente en piezas como el Preludio en mi menor de Alexander Scriabin (op 11 número 4) que toca en cuarto lugar en la liturgia de sus seis bises; por esta vez ni uno más ni uno menos (y no es que escasearan las efusivas ovaciones y gritos de ¡bravo, bravo, bravo!). En cualquier caso, se trata de una conclusión con una nota de intensa poesía, como suele ocurrir con el maestro Grigory Sokolov.

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