Italia
Decepcionante Aida
Jorge Binaghi
Al parecer, por algunas críticas italianas que he leído,
esta función sólo me ha decepcionado a mí. De modo que quien quiera leer una
hagiografía de Netrebko, que a mí me suele gustar y mucho, puede detenerse aquí
mismo.
Por supuesto que un anfiteatro como el de Verona tiene
sus leyes, gusten o no, y en plano puramente personal no sé qué título o qué
artistas tendría que haber en el futuro para que me interesara realmente
volver.
Por supuesto, se trata de espectáculos mastodónticos y
espectaculares, y nada tengo contra ellos, y menos en este tipo de sede. Pero
Zeffirelli (que hizo una visión más ‘reducida’ que vi en la Scala allá por
2006, cuando se produjo la ‘espantá’ de Alagna, y por cierto no me gustó nada)
ya no está y me pregunto, aparte de lo fastuoso y algunas buenas luces, qué ha
quedado y sobre todo quién se toma en serio -desde la comparsa al solista-
esto.
De hecho, la única que pareció preocuparse por trazar un
personaje fue precisamente Netrebko. Mucho más delgada que la última vez que la
vi, no hace mucho, en el Macbeth de
la Scala, y teñida de oscuro como debe ser, la voz se proyectaba de modo
inestable, provocando problemas de afinación (empezó a cantar de veras en
‘Ritorna vincitor’). Lo mejor estuvo en la segunda parte, a partir del aria ‘O
cieli azzurri’ (no el recitativo precedente) y sus grandes dúos con Amonasro y
Radamés y el delicado dúo final de la ópera. Pero si alguien vio en vivo o en
directo su prestación en la última gran reposición del Met la diferencia es
notable y toda a favor de aquella oportunidad.
La que se mostró más homogénea en el canto fue Margaine,
una Amneris mejor que en el Liceu, buena en lo vocal y correcta en lo escénico
aunque apenas conmovió en su gran escena del cuarto acto. De paso, no le sería
difícil pronunciar la ‘r’ a la italiana.
Eyvazov canta como siempre con voz fea, una técnica
estimable y buen estilo, que no lo pone a salvo de forzar el agudo, sobre todo
al final de algunas frases.
Pero para forzar el agudo, Maestri, que repitió,
ligeramente peor, su prestación de hace años (precisamente la última vez que
estuve en Verona), y no se tomó el trabajo de actuar.
Estuvieron bien la sacerdotisa de Maionchi y sobre todo
el mensajero de Rados, pero los dos bajos ilustran bien los dos problemas de la
actual dirección de la Arena (veremos por cuánto tiempo, dado el cambio
reciente de línea política en las elecciones municipales). No hace falta
recurrir a un nombre internacional famoso como el de Groissböck para Ramfis,
sobre todo si el cantante, por lo general excelente en el repertorio alemán,
demuestra no tener la menor idea de lo que es la línea de canto italiana y
produce sonidos guturales cuando no gritos en una parte que dista de ser fácil.
Pero menos hay que recurrir al local de turno para obtener un resultado tan
deficiente como el de Dal Zovo en el Rey.
El ballet, del que no se esperan pruebas mayúsculas en
este contexto (eso queda para cuando llega Roberto Bolle con su espectáculo),
tuvo una participación discreta, bastante anodina (y sin Carla Fracci, para
quien Zeffirelli creara la parte de la ‘conductora de los espíritus’ ésta
carece de todo sentido).
El coro, especialmente la sección masculina, no estuvo en
su mejor día, y en la escena del triunfo se oyeron verdaderos bramidos
desafinados.
La orquesta, que otras veces he oído mejor (pero ahí entra
el problema de la acústica de la Arena) sonó desmayada salvo en los momentos de
gran despliegue sonoro (léase marcha triunfal y toda la segunda escena del
segundo acto más momentos del primero) y la batuta de Armiliato se limitó a
lograr que la representación llegara a buen puerto sin sobresaltos.
Me asombró ver tantos claros y no sólo en la carísima
platea, así como la furibunda vigilancia sobre fotos y videos que supera a los
de teatros de gran nombre y en particular al desplazamiento de personas que,
sin molestar, buscaban algo de mejor visibilidad en los asientos claramente
desocupados en la segunda parte.
Como se habrá notado, de esta como de otras óperas
conocidas y/o amadas, ya no hablo porque o he dicho algo hace mucho (y no he
cambiado de idea) o me arriesgo a descubrir la pólvora, y no pienso que la
función de esta reseña sea la de ‘educar al soberano’, que o ya lo está, e
igual o mejor que yo, y no le hace falta, o no le interesa y tal vez sólo
quiere saber si alguien falló, etc. Hubo aplausos durante la función y también
al final, pero no los que todos esperábamos…
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