Reino Unido
Otello cantabile
Agustín Blanco Bazán

En un teatro que ha experimentado Otello bajo batutas como las de Colin Davis, Carlos Kleiber, Georg Solti y, últimamente, Antonio Pappano, colocar en similar nivel de excelencia a Daniele Rustioni puede parecer exagerado. Pero no para quienes vivimos esta gran noche de ópera. A él se debe haber guiado orquesta, solistas y coro con un pulso interpretativo sin resquicios, del principio al fin. A diferencia de Solti, que confundía intensidad con agitación, Rustioni impuso una vena lírica donde los cantábiles parecieron tomar la delantera apoyados en marcados firmes, pero nunca exagerados, ni siquiera en la escena de conjunto del final del acto tercero. Los cromatismos tendieron a la luminosidad y las dinámicas y detalles de interpretación fueron de de precisa pero nunca preciosista exposición.
Ya en la primera escena me impresionó un coro controlado con arrebatadores sforzandi, y subito piani. Y tanto en el Credo como en relato del sogno de Casio, las violas -que tan bien comentan la personalidad de Iago- alcanzaron una luminosidad casi espectral. La variación de tiempos y contrastes fue extraordinaria: en el dúo de amor del primer acto Desdemona canta su “Quando narravi l’esule tua vita” como una entusiasta cantinela.
¡Y como nunca se oyeron las diferentes voces orquestales en la canción del sauce! Hubo una magnífica progresión dramática en el comentario orquestal a partir de “Fuoco di gloria” hasta la explosión nihilista después del brindis de Iago y, ¿para qué seguir? Merecería una crítica aparte comentar este Verdi maduro en orquestación y resolución dramática, pero tan radiante como en sus primeras obras.
El
acompañamiento de metales y marcado de cuerdas a “Ora per sempre Addio” hizo
brillar este momento como una de esas arrolladoras stretta verdianas juveniles y apoyó la firmeza heroica con que
Russel Thomas cantó este pasaje. Como Del Monaco, y a diferencia de Jonas
Kaufmann, Thomas evitó falsetear para cantar con voz plena en todo momento (¡sí, también en los passaggio y la colocación de
notas altas!).
También Hrachuhí Bassénz supo evitar el recurso del filado para elevarse con suprema firmeza de legato en los pasajes del registro medio al alto. Ésta fue una Desdemona rebelde y contestataria, firme en un heroísmo que en contraste con el heroísmo falso de Otello, la llevó a desafiar a éste con arrolladora firmeza y pasión en el tercer acto (“Ah! non son ciò che esprime quelle parola orrenda!”).
Y hacía mucho tiempo que no veía una sala tan en ascuas, sin la
luminosidad siquiera fugaz de un smartphone, a partir de la canción del sauce.
Después que Bassénz y Rustioni cincelaran esta última sin languidez sino con
firme marcado y un énfasis, un “Addio Emilia” de expansiva pero ágil ejecución
introdujo la atmósfera de un “Ave Maria” cantado a lo grande: a la vez como una
introvertida meditación y una desesperada plegaria. Al final de la misma el
público no pudo contenerse más: las exclamaciones de admiración y el aplauso
obligaron a Rustioni a detenerse antes de comenzar su premonitorio
acompañamiento de la irrupción de Otello.
Con voz ahora algo seca pero de firme y atractivo mordente y soberano fiato, Christopher Maltman interpretó un Iago de maldad no demasiado sutil pero firme en propósito y magnífico fraseo. Y Monika-Evelin Liiv agregó una excelente Emilia, con lo que el cuarteto del segundo acto terminó siendo de una nitidez antológica: controlados por una batuta firme y parsimoniosa para permitir un fraseo calmo e intenso, los cuatro solistas confrontaron sus sentimientos dudas y propósitos sin apuros o grandilocuencias, y así lograron transmitirlo al público.
Hubo merecidos aplausos para comprimarios acertadamente elegidos y en esta reposición la puesta de Keith Warner, tradicional en su vestuario y movimiento de personas ganó en una eficiencia sin pretensiones de originalidad. Algo bienvenido en esta época de regisseurs empeñados en cambiarlo todo para así transformarse en coautores.
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