Alemania
Bayreuth y su nuevo Anillo: ¿saga o culebrón?
Agustín Blanco Bazán

El Oro del Rhin del nuevo Anillo del Nibelungo de Bayreuth comienza en el útero, con un video donde vemos a dos mellizos Wotan y Alberich revolviéndose a la espera de los acordes que los impulsarán a salir de esta acuática nebulosa. En la primera escena, el agua está en una piscina donde juegan varios niños, entre ellos un nene que Alberich, el mellizo fracasado e impotente, robará a tres niñeras. La escena pasa enseguida a super moderna casa de Wotan, el mellizo que triunfó, que nos recibe haciendo gimnasia en ropa de tenis.
La casa está dividida en módulos eficazmente movibles que incluyen el garaje que alojará el cuatro por cuatro en que llegan los arquitectos Fafner y Fasolt a cobrarse por la extensión de la casa. El centro de la acción es un enorme living hogareño donde la tensión se va elevando con el encontronazo entre los arquitectos, el ama de casa Fricka, los tíos Donner y Froh, la sobrina Freia, y Loge, el abogado de la familia. De allí pasamos a un jardín de infantes regenteado por Mime donde el nene raptado por Alberich se ha transformado en un cretinísimo asocial que molesta a nueva niñas de uniforme a rayas, tira pintura por el techo y ejerce una obvia influencia sobre Alberich.
Ultima escena: en casa de Wotan, Alberich convoca a
las nueve niñas pero Wotan está más interesado en el nene (¿tal vez el heredero
de su matrimonio sin hijos?). Una vez que Wotan la ha arrancado el nene,
Alberich se retira después de haber amenazado a toda la familia con una
pistola. Pero también los gigantes quieren al nene y es en ese momento que la
tía Erda, que desde la segunda escena ha estado dando vueltas por el living sin
proferir palabra, decide intervenir: “¡Dales el nene a los arquitectos!” Ella
se quedará con una de las niñitas con la cual se va de la casa con valija y
todo.
Algunos lectores se asombrarán de esta nueva transgresión bayreuthiana, y no fueron pocas las muestras de desaprobación que siguieron a la caída del telón final. Pero ocurre que el Festival de Bayreuth ya no es más para wagnerianos. Ello porque los famosos mitos de Wagner, ahora no se reelaboran, sino que se deconstruyen. Siempre ansiosos con no ser identificados con un pasado donde Wagner fue utilizado para reafirmar oscuras tendencias nacionalistas y hitlerianas, Bayreuth está tratando de reformular a Wagner sin atenerse a los elementos básicos de la dramaturgia original. La invitación de Wagner a reelaborar contenida en su famosa arenga de “¡niños hagan algo nuevo!” ha sido desnaturalizada con una interpretación que admite cualquier banalidad con tal que sea “algo nuevo.”
Dicho todo lo cual, advierto que este Oro del Rhin es un acierto en estrictos términos teatrales. El regisseur Valentin Schwarz dice que él quiere contar la Tetralogía wagneriana como un drama de familia, una telenovela o culebrón teatral estilo Netflix. Su regie de personas es impecable en materia de sincronización musical y hay momentos magníficos, por ejemplo, la súbita intervención de la tía Erda y su intercambio de miradas con la nena que se va a llevar con ella. O la triunfante danza final de Wotan ante familiares que lo miran azorados. Pero lo que falla es la coordinación con el texto. El reemplazar el oro por un nene que simboliza un anillo ya es algo disparatado y solo la falta de subtítulos previene que el público se dé cuenta de cómo el texto wagneriano ya no sirve para nada en esta producción
La versión musical fue buena. Cornelius Meister (llamado a último momento para reemplazar al indispuesto Pietari Inkinen) comenzó algo tímidamente, pero con pulso seguro y una clara exposición de texturas y detalle orquestal, a pesar de los problemas que presenta el foso sumergido de la casa. Los tiempos fueron más bien rápidos y enfatizados sin exceso de marcado. Y el progreso a culminaciones como el descenso al Nibelheim o la antítesis de la luminosa y asertiva visión final del Walhalla salió con perceptiva espontaneidad.
Esta dirección clara y asertiva facilitó una lograda sincronización con el equipo de cantantes entre los cuales sobresalieron Elizabeth Teige como Freia, por el seguro lirismo de su emisión y una Fricka que Christa Meier cantó con una proyección clara y redonda en color y fraseo. A despecho de una emisión algo nasal, los mellizos también lograron frasear con segura expresividad: Egils Silins (Wotan) se explayó en algunas robustas y claras líneas de legato y Olafur Sigurdarson fue un Alberich expresivo y rebosante de pathos en sus alternativas de triunfo, venganza y desesperación. Daniel Kirsch trompeteó un Loge de vibrante timbre de tenor heroico pero, ay!, tanto heroísmo puso en su monólogo inicial sobre la búsqueda del amor representado por Freia, que desapareció ese elemento de cinismo esencial al personaje. Arnold Bezuyen repitió su excelente Mime y Okka von der Damerau fue una Erda de registro seguro y expresivo. La acertada asignación de roles cuidó de incluir tres excelentes hijas del Rhin, y dos competentes arquitectos en el caso de Fafner y Fasolt.
¿Evolucionarán las nueve niñas atormentadas por el nene-anillo para convertirse en walkirias? ¿Es Brünhilde la niña que se fue con la tía Erda? Los próximos episodios de este culebrón wagneriano seguramente responderán a estos interrogantes.
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