España - Cantabria
Festival de SantanderMejor en camiseta
Xoán M. Carreira
Mozart y Da Ponte escribieron tres operas bufas enormemente distintas tanto en lo musical como en lo dramatúrgico. Todas ellas plantean un desafío para su representación actual. De las tres, Las bodas de Fígaro no sólo está escrita en estado de gracia por ambos autores, sino que además es la más 'graciosa' de las tres. Su equilibrio es asombroso, sus melodías bellísimas y su calidad poética extraordinaria. Por otra parte es también la que tiene la trama más compleja pues Mozart y Da Ponte consiguen interrelacionar todos los conflictos de intereses.
Le nozze recuerda uno de esos maravillosos tejidos de enorme sutilidad que se deshacen con que se rompa un solo hilo. Nada es gratuito y no hay un solo grano de sal gorda: Da Ponte consigue que incluso el incidente del macetero de claveles se convierta en una nueva bifurcación importante de la trama aparte de para presentar al personaje bufo de Antonio.
Mozart y Da Ponte le reservan a los adolescentes unas arias - canción de intensa belleza y sensibilidad, convirtiendo a Cherubino y Barbarina en personajes vivos y entrañables rescatándolos de la categoría bufa al igual que habían hecho con la listísima Zerlina.
Desde esa perspectiva me desagradó y mucho la abundancia de sal gorda, uso de recursos de dibujos animados, y los manguerazos de histrionismo de la puesta 'semiescénica' de . Igual sucede con la caracterización y vestuario 'presuntamente' actual de los personajes. Probablemente el parecido entre el Conde y José María Aznar sea accidental y el objetivo real de la caricatura fuese algún relevante político francés (quizás Nicolas Sarkozy); en cualquier caso, caracterizar al conde como un político autoritario de nuestros días es legítimo y provoca una sonrisa cómplice. Pero ni es creíble ni tiene gracia embutir a Cherubino o Marcellina en unas ropas absurdas, ajenas a la época y situación de los personajes.
En su reseña para Mundoclasico.com de esta misma producción en el Gran Teatro del Liceu de Barcelona, con régie de Ivan Alexandre, Jorge Binaghi hizo un detallado análisis vocal que tras esta representación en Santander me ha parecido demasiado benevolente.
Poco o nada tengo que añadir respecto a los cantantes mencionados por Binaghi, de modo que remito a su reseña y limitaré la mía a las cantantes, todas distintas al elenco liceístico.
La función santanderina me aburrió soberanamente y sólo me sacaron de mi sopor las arias de Cherubino y Barbarina, correctamente cantadas, en las cuales las jóvenes Chiara
y Manon Lamison disfrutaron y mostraron conocimiento y gusto. Arianna posee talento escénico y una linda voz pero su proyección es corta para un espacio tan grande e inhóspito como el del Palacio de Festivales. Muy correcta en el último acto mientras que el dúo de la carta, malogrado por la acústica de la sala, casi pasa inadvertido por la ausencia de algo parecido a una dirección teatral de esta escena esencial.En una velada dedicada a la memoria de Teresa Berganza, una de las más grandes Condesas, Iulia Maria Dan acertó al interpretar 'Porgi, amor' como una interpolación de un aria de ópera seria en el contexto de una ópera bufa. 'Porgi, amor' es una de las joyas de la corona de los grandes momentos de decoro femenino en la historia de la ópera, junto a -claro está- el aria final de La Mariscala en Rosenkavalier. Iulia Maria Dan logró que su 'Porgi, amor' haya sido el momento más brillante de esta producción, a pesar de que Minkowski o bien no entiende así el aria o no acertó con el acompañamiento idóneo en esta ocasión.
Soy un gran admirador de Minkowski desde hace más de tres décadas y casi siempre he salido entusiasmado tras sus conciertos y representaciones. Por eso me ha dolido tanto aburrirme con sus Bodas de Fígaro y me entristece tener que escribir esta reseña. Incluso he pensado que Minkowski se encontraba indispuesto pues se le notaba muy cansado, dirigió desde una posición baja de los codos y algo rígida, y tras los números orquestales hacía ejercicios de relajación de manos y brazos. Fue muy evidente que en el descanso entre los actos dos y tres renunció a la vestimenta formal, se puso una simple camiseta para dirigir, y se le vió más confortable, consiguiendo que los dos últimos actos fueran mejores que los dos primeros.
Estos handicaps le restaron autoridad y claridad, en diversos momentos la orquesta no respondió a sus propuestas de acelerar el tempo y no alcanzó el nivel esperado de corrección en ninguno de los concertantes. La deficiente acústica del Palacio de Festivales de Cantabria se combinó con la humedad para perjudicar el ya de por sí frágil sonido de Les Musiciens du Louvre, las trompas sonaron espantosas (nada que ver con la espléndida orquesta de la que he disfrutado durante décadas). Deseo fervientemente que esta sea una crisis pasajera.
Magnífica por su parte la fortepianista Maria Shabashova: sabia, discreta y siempre 'oído avizor' en sus partes de continuo; y brillantísima y elegante como acompañante en los recitativos. El público se lo premió con una tanda de aplausos especiales para ella.
Lo más negativo de la representación fue el comportamiento de Fígaro, un personaje que nunca se llegaba a entender siendo una de las piezas clave de Le nozze. Robert
sobreactuó llenando la representación de bailecitos, tics y muecas repetidos que le hicieron asemejarse a un Don Giovanni especialmente histérico y empalagoso, pero eran totalmente ajenas al carácter de un Fígaro avispado que debe engañar al Conde pero no burlarse de él, que respeta los codigos estamentales y usa el ingenio -no la tontería- para enfrentarse a una posición tan delicada como es la suya. Estas tonterías intoxicaron no sólo la acción sino también los concertantes y alcanzaron su clímax en los saludos finales. Lo más curioso es que, acaparando la acción, pocas veces se escuchó la voz de Robert Gleadow.Sin perjuicio de mis anteriores reproches, debo dejar constancia de un pleno acierto del maestro Minkowsky, digno de su glorioso savoir faire y sentido del humor: la primera entrada en escena de Cherubino vino precedida de una breve y luminosa cita de Don Giovanni, el 'Deh, vieni alla finestra', un empático y simpático guiño al famoso spot publicitario de Una cosa rara de Martín y Soler interpolado en el último acto de Don Giovanni.
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