España - Cataluña
Música grande en Tarragona, a pesar de todo
Josep Mª. Rota

El tradicional concierto de final de stage de la
JOIC (Jove Orquestra Inter-Comarcal) no tuvo lugar en el Teatre Tarragona, como
de costumbre, sino en el Teatre Metropol, al otro lado de la Rambla. El motivo,
las obras del ascensor del Tarragona. La pequeña joya modernista de Jujol no es
el espacio adecuado para un concierto sinfónico. Hubo que quitar hasta los bastidores
para dar cabida a los músicos, con la caja escénica pelada a la vista del
espectador. De tarimas para las secciones de viento y percusión, ni rastro.
Para más inri, el aparato de climatización no funcionó, así que: cortinas y
ventanas abiertas y abanico que te crío. En la media parte, los técnicos
levantaron el tapón de fondo y abrieron la puerta de carga y descarga que da a
la calle para que corriera el aire. No sé qué fue más bochornoso. Claro que el
aparato climatizador de la Antigua Audiencia tampoco funciona y la última
conferencia (Norma) de los Amics de l’òpera se dio entre vergüenza,
sudor y lágrimas y el concierto del Día internacional de la música se dio en el
vestíbulo porque los intérpretes se negaron a cantar en la sala. Por cierto,
las obras del ascensor del Tarragona parece que siguen sin ejecutarse.
A pesar de todo, el concierto fue, una vez más, un éxito artístico,
gracias al entusiasmo de los jóvenes intérpretes y a la magia de la batuta de
Marcel Ortega. Cualquiera que haya pasado por el conservatorio habrá tenido que
lidiar con el LAZ (Lambert, Alfonso, Zamacois) o con el “Tratado de armonía”
del último. Pues resulta que el eminente pedagogo Zamacois era también un
compositor notable, autor de zarzuelas y poemas sinfónicos como el que tuvimos
la suerte de escuchar gracias a proyectos como el de la JOIC. Su cuadro sinfónico
La sega resultó ser una obra agradable y evocadora del tiempo de la
siega, con un lento movimiento central que recordaba una siesta canicular; para
abrir y cerrar el cuadro, dos secciones muy animadas de melodías inspiradas en
la tradición catalana.
Cerró la primera parte el dramático Romeo y Julieta
de Chaikovski, arquetipo de la historia de amor funesto, cuyos orígenes se remontan
los babilonios Píramo y Tisbe de Las metamorfosis de Ovidio. Un
auténtico tour de forcé para la orquesta.
En un programa dedicado a poemas sinfónicos románticos no
podía faltar Vltava, de Bedřich Smetana, la pieza más conocida de su
ciclo Má vlast y una de las clásicas del repertorio popular. El río
discurrió con misterio, gracia, encanto bohemio y fuerza bajo la batuta de
Marcel Ortega.
Y menos aún podía faltar el que pasa por ser el inventor
del término “poema sinfónico”, Franz Liszt. Les préludes, inspirado o no
en Lamartine (eso lo dejo aquí para musicólogos más duchos que yo), fue la
perfecta coronación de tan ambicioso concierto. Amor lírico, Tormenta explosiva
y Calma bucólica se desarrollaron con carácter propio y diferenciado. Los y las
jóvenes de la sección de cuerda aguantaron como jabatos el enorme ritardando
del maestro para dar entrada a la triunfal Batalla y victoria, que sonó brillante
en la sección de metal. El bis (¿acaso podría ser otro?) desde la transición a
Batalla y Victoria todavía sonó más triunfal.
A pesar de la inacción de las administraciones, a pesar
del lamentable estado de conservación de los espacios, a pesar de la ausencia
de un auditorio, la música grande sonó en Tarragona gracias a la tenacidad de Marcel
Ortega y la JOIC y al amor por la música de tantos jóvenes (y sus abnegadas familias).
¿Qué es nuestra vida sino una serie de preludios a una canción desconocida,
de la cual la primera nota solemne es la que hace sonar la muerte? [Alphonse de Lamartine, citado por Liszt
en Les préludes]
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