Austria
Salzburgo 2022Aida, celeste pero no celestial
Agustín Blanco Bazán
En una entrevista para el programa de mano, Shirin Neshat contó una historia personal que decidió asociar con la protagonista de la ópera faraónica de Giuseppe Verdi. Como Aida, esta talentosa diseñadora iraní vive en el exilio y este destino la inspiró a una regie donde sacerdotes vestidos a lo cristiano ortodoxo y soldados machos oprimen a mujeres que muchos vídeos se muestran como musulmanas de túnica y cabeza cubierta.
Los vídeos son atractivos, y constantemente insinúan historias paralelas … Pero ocurre que Neshat no es una directora de escena de ópera, y esta reposición que reelabora la producción estrenada con Netrebko y Mutti en 2017 le ha salido mucho peor que la original.
Los cantantes siguen moviéndose como en un desfile de modas con la ayuda de
movimientos archi-convencionales. También se sacrifica cualquier narrativa a
algunos alardes de machismo, como Radamés degollando un cabrito durante la
marcha triunfal y los soldados egipcios liquidando a Amonastro y todos los
prisioneros etíopes al final del segundo acto. En el tercer acto los soldados
le traen a la esclava un cadáver totalmente cubierto con una sábana blanca y … ¡sí,
adivinaron!, es nada menos que Amonastro que se levanta con su cuello degollado
para cantar el dúo con su hija y de paso arruinar los planes de Radames.
Musicalmente, el mayor problema fue la interpretación sólo correcta pero
falta de intensidad de Alain Altinoglou. Sus tutti fueron efectivos, pero no salieron como culminación de esas
admirables progresiones con que el Verdi maduro construye, poco a poco, y entre
un número musical y otro, el dramatismo de cada situación escénica. Ya el
terceto inicial Radamés-Amneris-Aida sonó bien ejecutado y cantado pero sin
celos ni premoniciones.
Tal vez este defecto conspiró contra el logro de una adecuada intensidad de
fraseo de los cantantes, todos ellos buenos pero nunca descollantes. De
cualquier manera, Elena Stikhina exhibió su habitual timbre de plata y Ève-Maud
Huberaux llamada a último momento a remplazar a Anita Rachvelishvili, lució un
registro medio cálido y bien impostado.
También cantaron con buen estilo Pietr Bezczala que, como Jonas
Kaufmann, coronó su Celeste Aida con un agudo final semifalseteado, y Luca
Salsi, un Amonastro de expresivo mordente. Completaron el reparto el efectivo
Ramfis de Erwin Schrott y un asertivo Rey a cargo de Roberto Tagliavini.
Excelentes los coros de la Ópera de Viena, acompañados por una
magnífica fanfarria de trompetas en escena. Y por supuesto, siempre segura y
bien diversificada cromáticamente una Orquesta Filarmónica de Viena que podría
haber sido guiada a las alturas que le conocemos. Compare el lector esta Aida
con la que dirigió Thielemann en Dresden al frente de la Staatskapelle de la
ciudad y se verá la diferencia.
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