Alemania

Pittsburgh Symphony Orchestra en Düsseldorf

Juan Carlos Tellechea
martes, 30 de agosto de 2022
Manfred Honeck © Felix Broede, 2018 Manfred Honeck © Felix Broede, 2018
Düsseldorf, sábado, 27 de agosto de 2022. Gran sala auditorio Felix Mendelssohn Bartholdy de la Tonhalle de Düsseldorf. Hélène Grimaud (piano). Pittsburgh Symphony Orchestra. Director Manfred Honeck. Robert Schumann, Concierto para piano en la menor op 54. Gustav Mahler, Sinfonía nº 1 en re mayor 'Titán'. Organizador Heinersdorff Konzerte, Klassik für Düsseldorf. 100% del aforo.
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Manfred Honeck le ha hecho mucho bien a la Pittsburgh Symphony Orchestra, cuya evolución vengo siguiendo desde hace unos 15 años, y no en vano su contrato ha sido prolongado hasta el final de la temporada 2027/2028. La época de Honeck, que arrancó con su clamoroso debut en 2006 y su primer nombramiento en 2007 (como director principal desde la temporada 2008/2009), hará historia.

La orquesta ha adquirido entretanto un timbre propio inconfundible y la presente velada, organizada por Heinersdorff Konzerte, con obras de Robert Schumann y Gustav Mahler, fue todo un acierto. Comenzó con el Concierto para piano en la menor op 54 de Schumann, quizá el más sensible, delicado y especial del género. una de las grandes piezas del repertorio, que Hélène Grimaud convirtió en una gran experiencia para los sentidos junto a la Orquesta Sinfónica de Pittsburgh. Muy admirado por ser de la autoría de uno de los más grandes compositores románticos que vivió precisamente aquí, este concierto de clase propia, causa gran entusiasmo entre el público de esta ciudad.

Derivado de una Fantasía para piano y orquesta escrita en 1841, el concierto op 54, en su forma tripartita actual, fue estrenado en 1845 en Dresde por Clara Schumann al teclado, bajo la batuta de Ferdinand Hiller, su dedicatario. Fue un triunfo innegable; una obra visionaria, en desacuerdo con el estilo del concierto brillante habitual de aquella época.

Hélène Grimaud. © 2022 by Julie Goetz.Hélène Grimaud. © 2022 by Julie Goetz.

La interpretación de esta obra no merece más que elogios. El primer movimiento, Allegro affetuoso, está adornado por un rigor flexible. La manera está libre de cualquier exceso romántico y de solicitud, como suele ocurrir con los dedos más preocupados por el narcisismo que por la musicalidad. La naturalidad del planteamiento es evidente desde los primeros momentos, con la entrada del piano in media res, rompiendo con el esquema que favorece la introducción orquestal.

Las diferencias de estado de ánimo están finamente juzgadas, gracias también al meticuloso acompañamiento proporcionado por el director Manfred Honeck, que hace cantar bien el segundo tema y su solo de flauta. Aquí comprendemos mejor las palabras de Clara: el piano se funde con la orquesta de la manera más sutil. La cadencia es sobria y la digitación desordenada. La coda es trotona y luego febril.

Con el Intermezzo, marcado como Andantino grazioso, Hélène Grimaud continúa en esta línea de interpretación natural, sin énfasis, que deja toda la serenidad de los intercambios piano-vientos. Tras una transición bien reflexiva, el Allegro vivace final se despliega radiante, con hermosa fluidez. El segundo tema, al estilo de Chopin, muestra toda su gracia. Una ligera aceleración confiere cierta impetuosidad al movimiento, con sacudidas que conducen a una gloriosa perorata. Un golpe maestro de Grimaud.

La Sinfonía nº 1 en re mayor de Gustav Mahler es una pieza que, evidentemente, preocupó mucho al compositor, pues aunque fue escrita en 1888, la obra fue constantemente revisada y reelaborada por su autor ¡hasta 1903! Es difícil no encontrar en esta primera sinfonía muchos recuerdos autobiográficos, con algunos movimientos que quizás representen ciertas desagradables evocaciones ligadas a un desengaño amoroso.

El primero (“Langsam, schleppend – immer gemächlich“) se abre con un temblor casi imperceptible de las cuerdas, mientras que las tres misteriosas trompetas situadas abajo y detrás del escenario, rumbo a los camerinos, acentúan la atmósfera de ansiedad. Pronto el paisaje parece sufrir una rápida metamorfosis y nos lleva directamente a la remembranza de una lejana cacería, mientras una terrible tormenta parece avecinarse.

Jacques Callot, «El entierro del cazador». © Dominio público / Pinterest.Jacques Callot, «El entierro del cazador». © Dominio público / Pinterest.

En el segundo movimiento (“Kräftig bewegt, doch nicht zu schnell“), Gustav Mahler describe una áspera danza campesina con ritmos trepidantes que pronto se desvanece y da paso a un tercer movimiento (“Feierlich und gemessen, ohne zu schleppen“) muy extraño. En efecto, inspirado en los extraordinarios grabados de Jacques Callot, Mahler nos cuenta con música el entierro del cazador.

La música está inevitablemente llena de ironía y burla, ya que el cortejo fúnebre que acompaña al cazador a su última morada está formado nada más que por animales salvajes del bosque, que han acudido en masa, ¡quizá para asegurarse de que su peor enemigo no vuelva a causarles ningún daño!

Con el último movimiento (“Stürmisch bewegt“), entramos en el mundo de la tormenta. Se ponen en marcha fuerzas elementales, casi sobrehumanas, que arrasan todo a su paso. La conclusión será, sin embargo, triunfante, invencible, grandiosa, como si Mahler consiguiera domar las fuerzas misteriosas que parecen haberle inspirado en gran medida para llevar a cabo esta extraordinaria Sinfonía.

Manfred Honeck, dirigió especialmente inspirado esta obra maestra, eligiendo el tempo ideal para cada movimiento e incluso evitando el escollo del segundo, que a menudo es tocado con demasiada fuerza por algunos directores. La orquesta suena muy equilibrada, con predominio de las cuerdas y las maderas, y una contención de los metales que se liberan dosificadamente dentro de la obra.

Honeck se mostró especialmente a gusto en el famoso movimiento fúnebre del cazador, donde destiló con gran sutileza toda intención paródica. ¡Finalmente, el laureado director supo desencadenar apropiadamente la tormenta del final, “Stürmisch bewegt!“.

Fue una velada que dejó al público entusiasmado después de dos bises, que estimuló con altas dosis de emociones superintensas de todo tipo. Probablemente esta es la razón por la que los conciertos son siempre populares: la gente que se esfuerza por conseguir tempos moderados y baños emocionales bien templados en su vida personal, recibe el golpe de lo extremo durante un corto lapso y desde una distancia segura, antes de volver a sus propios sentimientos en la vida cotidiana.

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