España - Galicia
La inteligencia y la generosidad abren nuevos caminos
Xoán M. Carreira
La Temporada Lírica de A Coruña 2022 se inauguró con un extraordinario recital de Asmik Grigorian (Vilna, Lituania, 1981) en el que Chaikovski y Puccini fueron los grandes protagonistas, con Dvořák, Armen Tigranian (1879-1950) y Rachmaninov como comensales del sabroso convite.
Grigorian es una soprano lírica con un hermoso timbre, posee un registro amplio y centrado, y una proyección perfecta que encontró en el Teatro Rosalía un adecuado espacio de resonancia que Grigorian utilizó inteligentemente a pesar de los problemas acústicos de la caja escénica del teatro.
Piotr Ilich Chaikovski es un compositor frecuente en los programas de la Sinfónica de Galicia (OSG), para satisfacción de sus abonados y reclamo seguro para el público esporádico. Por su parte, este Festival de Amigos de la Ópera de A Coruña programó hace unos años -con gran éxito- Eugene Oneguin. Sin embargo la música de cámara y para piano de Chaikovski se escucha rara vez en A Coruña, al igual que sus canciones. Creo que es la primera vez que el público coruñés tiene la oportunidad de oír una amplia selección de estas y -para mayor fortuna- en la interpretación ejemplar de Asmik Grigorian, quien las conoce, entiende, y ha interiorizado todas y cada una de ellas, interrelacionándolas y dotando de sentido y direccionalidad la selección que culminó con la famosa aria de la carta de Eugene Oneguin, la cual ofrece un intenso contraste con la sencillez de los seis lieder.
El público prefirió aplaudir entre las piezas rompiendo así la continuidad lógica de la interpretación de Grigorian y Lukas Geniušas (Moscú, 1990). Sea como fuere, el público tiene el privilegio de premiar a los intérpretes y en este caso lo hizo con entusiasmo creciente hasta culminar con la ovación al aria de Tatiana.
La segunda parte del recital se abrió con uno de los mayores triunfos de Grigorian, la Canción a la luna de la ópera Rusalka. Grigorian es una de las mejores intérpretes, actuales e históricas, de la frágil y valiente heroína de Dvořák y así lo demostró en una interpretación arrebatadora por su refinamiento y sensibilidad. La segunda parte concluyó con un estreno en A Coruña, la espléndida aria de Anoush (Alexandropol: 17 de agosto de 1912) de Tigranian, la primera ópera armenia*, estrenada unos pocos meses antes del estreno de Ariadne auf Naxos (Stuttgart: 25 de octubre de 1912) de Richard Strauss y de La vida breve (Niza: 1 de abril de 1913) de Manuel de Falla.
Con el aria de Anoush, Grigorian acabó de consolidar, ante el público coruñés, su bien merecido prestigio como una de las mejores sopranos de la actualidad. Pero esta posición no se debe sólo a sus virtudes técnicas y su savoir faire escénico, sino sobre todo a que Grigorian es una artista que cuestiona las convenciones, que no las tradiciones. Me explico, las convenciones interpretativas son de un tiempo y de un lugar; las tradiciones interpretativas son el fruto de un complejo recorrido por los múltiples territorios en los que una obra ha tenido existencia: territorios geográficos, temporales, culturales, educativos, de lugares y públicos muy diversos y también, cómo no, territorios fonográficos y de radiodifusión. En esos territorios se desarrollaron multitud de convenciones cuyo conjunto constituye las tradiciones interpretativas.
Grigorian es una artista excepcional gracias a su inteligencia y su generosidad, al igual que una élite (ética y estética) de intérpretes actuales que entienden las tradiciones interpretativas como un topos de sabiduría que hay que visitar a la búsqueda de modelos y, sobre todo, de ideas con las cuales experimentar y crear nuevas convenciones y nuevas tradiciones.
En el recital coruñés, la mejor muestra de la inteligencia y generosidad de Grigorian fue su interpretación de las cuatro arias de Puccini, inadecuadas para su voz según las convenciones actuales pero indudablemente extraídas del topos tradicional. Gracias a Grigorian y Geniušas las cuatro heroínas de Puccini convivieron con toda naturalidad con Tatiana, Rusalka y Anoush, un milagro interpretativo que por sí solo hubiera justificado un largo viaje para escucharlos.
Por los motivos que fueran el público lírico coruñés y gallego no lo consideró así, pero los escasos asistentes entendieron que estaban asistiendo a un recital excepcional, y no solo ovacionaron a los intérpretes en el teatro puestos en pie, sino que un grupo numeroso los esperó a la salida para aplaudirles nuevamente.
Aquiles Machado, nuevo gerente del Festival de Amigos de la Ópera de Coruña, comienza su ejercicio con este éxito en su haber. No lo tenía fácil porque el recital estuvo a punto de suspenderse: el viaje de Grigorian y Geniušas desde Vilnius a Coruña estuvo plagado de incidencias, cancelaciones y retrasos que los llevaron a visitar una panoplia dispar de aeropuertos europeos, que tuvieron su secuela en el extravío de sus equipajes.
Antes del recital, Aquiles Machado nos lo contó con su probada simpatía habitual y nos anunció que los artistas actuarían en ropa de calle. Efectivamente así fue, como se aprecia en las fotografías que ilustran esta reseña, cedidas por el festival, el cual nos ratificó su deseo de que las utilizásemos tras consultarles -por mis reparos- sobre la baja calidad técnica de las mismas. Una incidencia más que sumar a la deficiente elaboración del programa, que no se correspondía con lo que fue interpretado, con faltas de ortografía en los nombres de 'Dvorak', 'Geniusas' (escrito de dos modos distintos, ambos incorrectos) y 'Tchaikovsky', así como en los título de las canciones de Chaikovski, traducidos al inglés y transliterados a alfabeto latino en esta misma lengua.
Errores menores fáciles de subsanar en el futuro. Lo que quedó en la memoria del público fue que Grigorian lució una linda camiseta con una ilustración sobre Galicia que había comprado aquella misma tarde en una tienda cercana al teatro. Y, desde luego, el bis: Pодниковые воды / Torrente primaveral de Rachmaninov, un derroche final de sensibilidad.
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