Suiza
Lucernefestival 2022Be-bop posmoderno
Alfredo López-Vivié Palencia
Antes de comenzar el concierto, Michael Haefliger –intendente del Festival- salió al escenario a presentar a Valentine
Efectivamente así fue. Con el escenario absolutamente a oscuras, se escuchan unos latidos del saxofón acompañados por dos clarinetes; con una tenue iluminación se descubre a la solista acurrucada bajo el podio del director mientras los dos clarinetistas se pasean de un lado a otro; y ya a plena luz la protagonista, provista de diversas máscaras carnavalescas, se muestra con un vestido de muchos volantes y una gran cola de color azul en evocación del pavo real. Musicalmente, el saxofón salta siempre de uno a otro de los registros extremos del instrumento, y salvo un tutti a pleno pulmón en el centro de la pieza (algo más de un cuarto de hora) la orquesta se limita a contestar los pitidos del solista. Por lo demás, Michaud muestra grandes dotes como contorsionista hasta que la obra se acaba con un soplido que devuelve la oscuridad.
Fue la parte extra-musical lo que llevó al público a aplaudir con cierto entusiasmo, mientras el compositor salía a saludar. De otro modo, los aplausos se habrían limitado a la mera cortesía. Leo en diversas publicaciones que Peacock Tales es la obra más celebrada de Hillborg (ha experimentado diversas versiones hasta la de hoy), y me pregunto qué cabe entender por “celebración”. En todo caso, antes de que se extinguieran los aplausos, salió Michaud con un saxofón barítono y dio una propina que, aun estando escrita también en un lenguaje complicado, gracias al poderoso sonido del instrumento y al gran fuelle de su tañedora habría tenido cierto éxito en un tugurio lleno de alcohol y humo.
Antes de eso había sonado Le Tombeau de Couperin, una de las más elegantes filigranas de Maurice
Para acabar, la Segunda Sinfonía de
No debí ser el único. Aquí una interpretación que guste de verdad suscita inmediatamente una ovación en pie; y esta vez el público aplaudió sentado. Con todo, Salonen anunció que como propina, vamos a tocar un vals; pensé en lo obvio –el Vals triste-, y no caí en otra obviedad: lo que sonó fue Donde Florecen los Limoneros de Johann Strauss hijo. Aunque no me equivoqué del todo, porque aquello fue una verdadera tristeza: sin ánimo, sin chispa, y sin la menor invitación a bailar con los rubatos apoyados en muletas. Lo cual demuestra que los valses de Strauss no se tocan solos -por mucha Filarmónica de Viena que se sea-; y que si un director quiere hacerlo así, sale así.
Comentarios