Francia
No pero sí pero no
Francisco Leonarte

Programa (casi) habitual
En Francia, programar España de Chabrier e Imágenes de Debussy es como en España programar el Intermedio de las Bodas de Luis Alonso de Giménez, y la suite del Sombrero de tres picos de Falla. Todos los años hay posibilidad de escucharlas. Y todos los años volvemos por el placer de escuchar esas obras en directo y por el placer de invitar a amigos que todavía no han tenido ocasión de escucharlas.
Menos frecuentes son el Concierto para violín
de Stravinsky o la Suite Pastoral del mismo Chabrier.
Y consecuentemente eran dos alicientes más
para el concierto de este viernes.
Si a eso añadimos una (muy) buena orquesta y
un director de prestigio, entenderán ustedes que acudiésemos ayer a Radio
France, llenando a cinco sextas partes el auditorio.
Interpretación con altibajos
La Suite Pastoral es una de esas obras que, por su espíritu y por sus dimensiones, pudieran parecer menores. Pero es que en Chabrier nada es menor. Chabrier es como un miniaturista que se dedica a escenas de género, que de lejos hacen sonreír, y cuando te fijas un poquito te das cuenta de que en el cuadrito hay tanta o más invención y personalidad que en cualquier cuadrazo de pintores que quieren mostrar a toda costa que son genios. A Chabrier se le podría calificar de «genio modesto», el genio que en obras de apariencia sencilla y agradable está sentando las bases de las revoluciones posteriores – no en balde Ravel hacía nacer de Chabrier toda la «música moderna»...
Gardiner atacó la suite con espíritu
mozartiano, amable remedo del dieciocho. Pero para quien esto escribe, quedó
sin salir de la batuta todo el espíritu burlón y travieso del compositor. Y los
dos primeros números, sin sentido del humor, quedan un tanto monótonos, un
tanto sosos. Eso sí, en el tercero, Sous-bois, pudimos disfrutar
del maravilloso ostinato de los violoncelos, magníficamente interpretado por
los solistas de la Filar, en un bonito clima de ensoñación meláncolica. Y al
cuarto -que Chabrier califica de «Scherzo-vals» pero que a todos
nos suena más bien a «bourrée»- Gardiner le imprimió ritmo y su
puntito de brutalidad para que que aquello suene en efecto a campo y a pueblo,
con los oportunos 'saltos de humor' chabrierescos.
Queremos más Concierto para violín de Stravinsky
Vino luego uno de los platos fuertes, el Concierto para violín de Stravinsky. Cuando uno escucha obras como ésta no puede menos que llevarse las manos a la cabeza, preguntándose por qué no lo escuchamos con mucha más frecuencia. Hay en este Concierto (estrenado en 1933) una especie de recorrido por toda la música de Stravinsky (y en ese sentido, por buena parte de la música del siglo XX), con reminiscencias tanto de La historia del soldado, como de Edipo Rey o de lo que luego será La carrera del libertino o incluso intuiciones de su último periodo atonal. Ya ven ustedes la riqueza de la obra de marras. Es decir, que la variedad de propuestas en este concierto es tal que uno no consigue aburrirse por más que se lo proponga.
Isabelle Faust, en una particella que parece (sólo parece ) menos virtuosa que la de otros conciertos, hizo fáciles los agilidades y dió sentimiento sin pathos (precioso tercer tiempo, el Aria II) y supo dialogar con los otros solistas (porque el concepto de concerto grosso no está lejos), magníficos también, Hélène Collerette como primer violín, Hélène Devilleneuve al clarinete, Jean-François Duquesnoy al fagot o Nicolas Baldeyrou al clarinete... Gardiner mimó a la solista, ofreciéndole por momentos el adecuado y delicado lecho orquestal o la intensidad sin apabullar.
De propina, Faust nos regaló un Bach a la vez sobrio y emocionante en que la música fluía y se remansaba con pasmosa naturalidad. Muy hermoso.
Y para terminar...
Pero donde Gardiner se lució de verdad fue en esa España de Chabrier, síntesis del Charme francés y del Arranque español, verdadero monumento a la jota (danza, recordémoslo, omnipresente en el folclore de todo el territorio bajo diversas formas y denominaciones). A la Filarmónica de Radio Francia poco hay que explicarle sobre música francesa. Gardiner supo llevarla también hacia el ritmo implacable y un punto bestia de la música popular española. Quien esto escribe sintió durante toda la interpretación unas irresistibles ganas de bailar. Con eso queda todo dicho. Brillante.
Y terminamos con las Imágenes para orquesta de Debussy. He de confesar que en este caso la interpretación del renombradísimo director británico me convenció menos. Ya a mitad del primer movimiento me dí cuenta de que,en vez de escuchar la música, estaba pensando en si haría lentejas o cocido para comer al día siguiente. Mal síntoma. Y así siguió la cosa. Tuve la sensación, por momentos, de que Gardiner leía la partitura sin interpretarla. No sentí hilazón -y por tanto, tampoco rupturas. Ni matices, ni cambios de registro... A pesar de unos solistas de mucha altura en cada pupitre, no vi imágenes ni senti evocación de ningún otro tipo en el famoso nocturno (Los perfumes de la noche ) de Iberia ni en ningún otro momento. Algo más convincente me parecieron los momentos de ritmo (La mañana de un día de fiesta y Rondas de primavera) pero sin que me llegaran ni la poesía ni la imaginación de la partitura. Y recordé unos Troyanos de Berlioz en que Gardiner me transmitió la misma impresión de bombo y platillo...
Salgo del concierto un tanto
desconcertado :
¿Seré yo que no conecto con este
señor? ¿O es que a este señor no le va la dulce delicadeza ? ¿O que
ni él ni yo estamos hoy inspirados?
¡Vaya
usté a saber !
Y es que ni quien hace críticas ni quien dirige conciertos es infalible por muy «sir» que sea este último, verdad ? Porque eso de la infalibilidad, creo que ya ni el Papa se lo cree...
NB – En el buen programa de mano con notas de Pierre-René Serna y distribuido gratuitamente, tres zarzuelas (La bruja de Chapí, La Generala de Vives y María la O de Lecuona) son citadas para dar el contexto de tres obras del programa. ¿Será que en Francia se empieza a valorar el género ? … Affaire à suivre ...
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