Costa Rica, viernes, 20 de septiembre de 2002.
Teatro Nacional. G. F. Händel, Giulio Cesare: Piangerò la sorte mia, Oh, Had I Jubal's Lyre; V. Bellini, Vaga Luna, Deh, tu dell'anima; G. Donizetti, La Canocchia, Me voglio fa 'na casa; G. Rossini, Tancredi: Di tanti palpiti, Canzonetta spagnola; Tosti: Seis canciones; Buzzi-Peccia, Torna, amore; Gastoldon, Musica proibita. Katia Ricciarelli, soprano. Giulio Zappa, piano. Organización: Cámara de Industria y Comercio Italo-Costarricense. Auspicio: Embajada de Italia. Semana Italia Costa Rica 2002.
Aforo: 900 localidades. Asistencia: 20 %
0,0001088
En el ámbito internacional de la ópera, e incluso en Costa Rica, no es ningún secreto que, desde hace tiempo, la voz de la soprano italiana Katia Ricciarelli era apenas un pálido reflejo de lo que había sido en su época de gloria, que fue la década de 1970.Ya para mediados de los 80, su instrumento se encontraba deteriorado, principalmente a causa, en opinión de los conoscitori, de haber consentido a encarnar papeles de soprano dramática, inconvenientes para su tesitura de soprano lírica, pero también porque su técnica vocal no era tan correcta como la que le permitió a Mirella Freni, por ejemplo, con unos años más que Ricciarelli, mantenerse todavía vocalmente dispuesta.Sin embargo, en Italia la diva goza aún de inmenso crédito entre la multitud. Quizá ello se deba a las frecuentes apariciones de la cantante en la televisión de su país, que algunos estiman corolario de su matrimonio con uno de los más famosos presentadores de la pantalla chica italiana. Además, en su tierra se le reconoce el aporte valioso en cargos de directora artística de festivales de ópera y el apoyo benéfico que, como madrina, ha brindado a cantantes jóvenes.Estas consideraciones pudieron haber influido en la decisión de los dirigentes de la Cámara de Industria y Comercio Italo-Costarricense, de invitar a Katia Ricciarelli para inaugurar la Semana Italia Costa Rica 2002, so pretexto de conmemorar el quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón a la costa caribe de lo que en el futuro sería nuestra nación. Como se sabe, Italia reclama para sí al navegante, donde se le conoce como Cristoforo Colombo, pues nació en Génova.Con todo respeto para los organizadores, me parece que, en aras del renombre del arte lírico italiano, habría sido musical, estética y hasta comercialmente mucho más provechoso si hubieran contratado a un talento nuevo, tal vez laureada o laureado de algún concurso importante.De ese modo, es probable que la asistencia habría excedido con creces los escasos 200 oyentes que llegaron al Teatro Nacional la noche del miércoles, es decir, menos de la cuarta parte de la capacidad de la sala. Y, aunque la mayoría de ellos ovacionó de pie a la soprano al final de la función, también se habría evitado la indignación de los espectadores más entendidos, varios de los cuales se quejaron a mis oídos: 'Me siento asaltada, pagué 23.000 colones [64 Euros] por esto. ¿Nos creen incultos?', me dijo una asistente asidua a conciertos.En lo personal, me hubiera salvado de la ingrata tarea de corroborar el consenso desfavorable de la crítica internacional y no tendría que hacer mío el juicio adverso adelantado por el crítico Andrea Merli, a raíz del desempeño de Ricciarelli durante una representación en febrero último: '...ha llegado la hora en que sería mejor que dejara de actuar como cantante: su estado vocal, más que embarazoso, es casi inexistente... Mejor dejar un feliz recuerdo que hacer una atroz caricatura de sí misma. Un consejo que es una súplica'.En su apogeo, Katia Ricciarelli era conocida por el tono cálido y vibrante y la afinación exacta de su voz. Quienes aquí lo hicieron de pie, no aclamaron nada parecido sino ese recuerdo o posiblemente solo el nombre de la cantante. La línea vocal insegura y la desafinación se evidenciaron al principio en las dos selecciones de Händel y persistieron en las siguientes de Bellini , Donizetti y Rossini.Los agudos forzados, tesitura indefinida -acercándose a mezzosoprano, pero sin peso en los graves-, proyección engolada y continua dificultad en mantener la línea asimismo caracterizaron la emisión en las canciones de la segunda mitad, de Tosti, Buzzi-Peccia y Gastoldon.Fuera de programa, Katia Ricciarelli retribuyó generosamente los aplausos con cuatro números: el conocido O mio babbino caro de Puccini, el tradicional Torna a Sorrento de E. de Curtis, el popular Summertime de Gershwin y el gastado Ave María de Gounod.
Comentarios