España - Madrid
Ligereza y hondura
Germán García Tomás

Tras haber sido aplazada en enero a causa de la pandemia, nos llegaba esta cita musical en el ciclo de Ibermúsica a cargo de los conjuntos filarmónicos de la Scala de Milán dirigidos por su titular Riccardo
La Primera de Beethoven llegó de la mano de una nutrida formación milanesa con una frescura desbordante tras la solemne introducción lenta, cuyos últimos acordes el maestro Chailly llevó a una transición de sencillo trazo con el tempo Allegro, brioso en efecto como demanda la indicación y contagiado de un ritmo irresistible. Toda la interpretación fue una traducción del más puro espíritu clásico, como la ligereza y el legato que imprimió al balanceado tiempo lento, pero dejando asomar también el nervio beethoveniano, que afloró en los dos últimos movimientos, un animado Menuetto y un Finale donde el maestro cargó las tintas sin perder la flexibilidad de la articulación general, con acentos y dinámicas magníficamente repartidos mediante gestos teatrales y entradas precisas.
En Mahler, como es lógico, la orquesta, ya de por sí extensa, se reforzó para dar cabida a ese mundo de acusados contrastes que es la Titán, y donde el carácter épico de la sinfonía explosionó en una lectura apabullante, de esas que dejan una honda impresión en el oyente. Ya de entrada Chailly comenzó creando el impactante clima con el delicado y muy estirado pedal en pianissimo que llevó a adentrarnos en la naturaleza gracias a las sonoras intervenciones de cada atril, -incluidas las tres trompetas fuera de escenario- con su tema principal plácidamente cantado por la cuerda que condujo a un rotundo clímax. Siguió un preciso y marcado ländler, con su ritmo medido y sin los accelerandi tan caros a otros directores, abundando en la cadenciosidad del trío.
El director quiso recrearse con generosas dosis de rubato en los pasajes más introspectivos y misteriosos de la sinfonía, a los que dotó de una hondura indescriptible apoyándose en una notable y consolidada agrupación, que nos acercó el particular entendimiento que el maestro posee del universo mahleriano, llegando a estirar la sinfonía hasta grados inusuales en multitud de detalles y con una impresionante creación de intensidades. Señálese como ejemplo en la Marcha Fúnebre, triste y amarga pero no descarnada ni particularmente grotesca, la finura con la que delineó el tema con acompañamiento de arpa presente en la última de las Canciones para un Camarada Errante, o el lirismo arrebatador del tema apasionado del Finale, con unas cuerdas perfectamente empastadas que en ese éxtasis logrado por Chailly parecían anticipar los primeros balbuceos del Adagietto de la Quinta. Grupetto de atronadores metales en pie como prescribe el propio Mahler en los últimos compases llevaron a la obra a su conclusión apoteósica, que obtuvo el beneplácito del público. En definitiva, un concierto de esos que son difícilmente olvidables y de los que se ansía repetir.
Comentarios