Editorial

La excelsa e inigualable actividad de redactar una nota de prensa musical

Consejo Editorial
miércoles, 12 de octubre de 2022
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La adjetivación desmesurada ha sido siempre una seña de identidad de las notas de prensa que las entidades culturales remiten a los medios de comunicación. La práctica habitual ha sido adornar con todo lujo de epítetos la presentación de cualquier concierto, con independencia de su valía real.

Esta igualación en la excelencia, de tal modo que todo se convierte en un antes y un después, siempre ha dificultado la labor del periodismo honesto, pues, para cumplir con la audiencia se han de eliminar los juicios de valor que acompañan a cada nombre de artista: la “inigualable” soprano debe ser reducida a soprano, el “rutilante” tenor queda en simple tenor y el “excelso maestro” se convierte en el más prosaico “director de orquesta”. Hasta ahora, esa era la práctica habitual y consistía en quitar dos o tres adjetivos de cada nombre.

Sin embargo, la crisis económica que se inició en el año 2008 y la consiguiente merma en las dotaciones presupuestarias para la organización de conciertos, ha supuesto entrar en una espiral de epítetos insostenibles. Podría ser que quien los organiza, con mala conciencia por lo que entienden como pérdida de nivel en los planteles, hayan optado por suplir esa supuesta merma de calidad con una ración doble, triple y cuádruple de adjetivos. Hoy en día es imposible encontrar a una soprano que no sea la más destacada de su generación o a una directora que no sea aclamada en todas las salas de concierto del orbe, aunque sea imposible, luego, encontrar una foto suya en internet para acompañar la información.

Tal es el caso que, en muchas ocasiones, y tras leer una de esas notas de prensa, no nos queda otro remedio que apretar el botón de enviar a la papelera de reciclaje, pues su traslación al lenguaje claro, breve, conciso y “objetivo” (signifique lo que signifique eso en periodismo) podría llevar horas, si no días, habida cuenta de la dificultad de traducción de tanta floritura y requiebro. Y los casos son cada vez más habituales, hasta el punto de que hay organizaciones de las que es imposible informar por el delirio adjetival del que hacen gala sus responsables de prensa, que se empeñan en convertir una muy digna verbena de barrio en la, tal vez no tan digna, gala lírica de los tres tenores.

Flaco favor hacen estos responsables de prensa, y en último término quienes están a cargo de las organizaciones, en informar de sus espectáculos como si se tratara de la exposición de la mercancía en una feria de ganado, cosa igualmente digna, por otra parte. Pero resulta que los y las artistas no son vacas (aunque fueran sagradas) a las que se tiene que ofrecer demostrando que sus ubres están bien dotadas y son la envidia de la estepa. Se trata de personas con más o menos talento, más o menos habilidad, pero todas ellas dispuestas a hacer pasar el mejor rato posible a la afición.

De la misma manera, flaco favor hace este club de fans del epíteto descomunal a la audiencia de la música clásica, al tratarla como clientes de unos grandes almacenes, a quienes hay que encandilar con luces de neón para que no perciban que “el antes y después que supone tener el privilegio de asistir al inigualable viaje por los sonidos intemporales de las excelsas notas del maravilloso sordo de Bonn” es, en realidad, la enésima interpretación de la Sonata Appassionata a cargo de un o una alumna de octavo de piano en el recital de final del curso. Se trata éste de un acto dignísimo, pues bastante se lo habrá currado el muchacho o la muchacha sin necesidad de que se le añada que ya se rifan sus dotes el Musikverein y el Carnegie Hall.

Y es que hay que recordar que el uso del adjetivo ha de ser siempre mesurado, no vaya a ser que su aplicación exagerada acabe delatando que, para quien programa, el nombre que publicitan es, en realidad, muy poca cosa para su cultivadísima excelencia. Y si el programador lo tiene por poca cosa, ¿por qué espera que el periodista lo divulgue?

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