Una jirafa en Copenhague

Entrevista Intrapersonal Confrontada: Omar Jerez con Alberto Ojeda

Omar Jerez
miércoles, 12 de octubre de 2022
Alberto Ojeda © 2022 by Paloma Valencia Alberto Ojeda © 2022 by Paloma Valencia
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Alberto Ojeda aúna varias cualidades que admiro en nuestra especie.

Se muestra como un filósofo que ejerce un pensamiento crítico en un claro ejercicio tautológico, sin entrar en conjeturas, buscando los hechos como pulso narrativo de la historia.

Siguiendo atentamente la trayectoria de Alberto Ojeda, he observado que actúa como un neurocirujano de las emociones que sabe dar el diagnóstico sin ser juez ni parte.

Hay pulso narrativo en sus crónicas, honestidad intelectual en las fuentes referenciadas, pero sobre todo destacaría posos de humanidad al tratar a los demás.

Su carrera es de una brillantez al nivel del periodismo que sigo y respeto.

Mi triunvirato de hoy: ¡Clamaré Alberto Ojeda!

La narrativa aquí encuadrada dentro de Entrevista intrapersonal confrontada con Alberto Ojeda es sobre su ensayo, recién publicado,  Cuero contra plomo. Fútbol y sangre en el verano del 82.

Entrevista Intrapersonal Confrontada-Alberto Ojeda

La muerte de Paolo Rossi, cuando apareció en los papeles (digitales) el 9 de diciembre de 2020, me golpeó duro. Sentí una profunda pena porque derribaba prematuramente un mito de la infancia. Es verdad que no me recuerdo asomado a los partidos del Mundial 82, que se celebró cuando tenía solo cuatro años. Las primeras imágenes que retengo de mi trayectoria como espectador futbolero se remontan al 12-1 contra Malta, en el 83. Entre otros instantes, evoco todavía a mi padre en el salón, ebrio de goles, palmeando las zapatillas una contra otra cuando cayó el duodécimo.

Pero, aunque no lo recuerde, sí que veía los encuentros de nuestro campeonato del mundo. Mi madre da fe. Asegura que interrumpía el trajín infantil —era inquieto de narices— para sentarme en el suelo y clavar la mirada en nuestra televisión Phillips en blanco y negro que pesaba un quintal (estilo Cuéntame, como todas estas escenas que estoy desempolvando). Alucino todavía con el poder hipnótico que el fútbol ejercía sobre mí. Un ceremonial que me convocaba irremisiblemente. Aunque hasta cierto punto era lógico: el 99% de los chicos de la Ciudad 70, el barrio de Coslada cuyo nombre enuncia la cronología de su origen y en el que yo crecí en los 80, estábamos como locos con este deporte: el parque, en efecto, era un aleph de pachangas entreveradas. Pura fiebre.

Así que aquella noticia luctuosa me interpelaba particularmente. Bastante tocado por el efecto de una reminiscencia casi platónica, devoré los obituarios, los publicados aquí y los de los principales periódicos italianos (Corriere della Sera, La Repubblica…). Leyendo y leyendo, se me encendieron las ganas de contar esta historia. Hubo un detalle en el que no había reparado hasta entonces que fue determinante. En una de las necrologías, se le atribuía —y se le agradecía— al delantero el mérito de haber finiquitado el terrorismo de los anni di piombo. Con sus goles en el 82, devolvió la alegría a un país exangüe, enzarzado durante más de una década en un enfrentamiento que algunos protagonistas que lo vivieron en primera línea —por ejemplo, el escritor Erri de Luca, enrolado en Lotta Continua— describen como «pequeña guerra civil».

De pronto, se me reveló un relato compacto y redondo. Con un agitado arranque: las revueltas estudiantiles del 68 y las de los obreros en el Autunno caldo del 69. Con una progresión dramática: el crescendo de violencia de estos movimientos que degeneró en lucha armada contra el virulento rebrote del fascismo y el «Estado opresor». Y un final edificante: la derrota de pistoleros y dinamiteros gracias al creciente rechazo social a las ideologías maximalistas y la eficacia ejemplar de algunos servidores públicos (policías, magistrados y, de alguna manera, periodistas como Walter Tobagi, cuyas crónicas le costaron la vida).

Se trataba pues de entrelazar el convulso discurrir de la Italia setentera con la errática evolución a lo largo del campeonato de Rossi y la azzurra, que pasó de ser un equipo desahuciado a alzar el preciado trofeo en el Bernabéu (Zoff lo recogió de manos del rey Juan Carlos I, ante un Pertini exultante). Una gesta que insufló a los italianos optimismo en el futuro y reverdeció entre ellos el sentido unitario (risorgimentale) de la patria.

Todo parecía encajar. La dificultad estribaba en hilvanar el acontecimiento deportivo y la secuencia de terror de manera atractiva, que incitara en todo momento a leer la página siguiente. Es decir, que se leyera como novela (la pulsión narrativa asoma la patita en diversas ocasiones) la reconstrucción de una época basada en una obsesiva investigación. Había que encontrar «sucesos» que engarzaran ambos planos de manera elocuente. Como por ejemplo, el eclipse de la convocatoria de los jugadores italianos para el Mundial precedente, el del 78, en el que un jovencísimo Rossi encandiló a la afición y al seleccionador Bearzot, por coincidir el mismo día del descubrimiento del cadáver de Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana, dentro del maletero de un Renault 4 en una calle de Roma. Lo habían «ejecutado» las Brigadas Rojas.

Quería, por otra parte, destacar la importancia que tuvo el Mundial para la auto reivindicación de España como un país moderno y fiable, con una democracia en construcción que pedía paso en selectos clubs internacionales como la Comunidad Económica Europea (CEE). Pero, claro, esto no podía hacerlo si no me sumergía asimismo de pleno en nuestros propios años de plomo, aquellos en los que se asentaron los cimientos del Estado de derecho actual, sobre el que, mal que bien, hemos sustentado la convivencia en un territorio tan propenso a los encarnizamientos «inciviles».

Sin ese contexto, marcado aquí también por el terror de los extremos (ETA como infame protagonista en el acoso y derribo de la Transición), no se entendería el mérito que tuvo organizar la cita mundialista sobre unas tambaleantes condiciones políticas y económicas, y bajo la amenaza de la Goma 2. Mis editores, Alfonso y Giuseppe (fino olfato el suyo), me animaron a reforzar esta línea, que hacía más complejo el proyecto, pero, en contrapartida, ganaba —creo— en originalidad y ambición. El objetivo, siempre con el Mundial como eje vertebrador (incluido el periplo decepcionante de la Selección), pasaba a ser colocar frente a frente, como en un juego de espejos, los años de plomo y los anni di piombo, Italia y España en los 70 y principios de los 80, para identificar simetrías, analogías, concomitancias, sincronías, equiparaciones, paralelismos, reflejos…

Afloraron muchos, muy significativos. Ahí están las muertes paralelas del anarquista Giuseppe Pinelli y Enrique Ruano, miembro del FELIPE, tras tres días (con sus noches) interrogados por la policía. O las bombas que seccionaron las pasiones futbolísticas de dos niños: el interista irredento Enrico Pizzamiglio, víctima del artefacto que estalló en la Banca dell’Agricoltura de piazza Fontana, y Alberto Muñagorri, que tuvo la desgracia de meterse en medio de la campaña de eta contra la central de Lemóniz el día después de que España palmara, ante una afición estupefacta, con Irlanda del Norte. O la llegada de una nutrida caterva de neofascistas italianos a la España de Franco, un santuario para ellos al que trajeron consigo su pericia en la strategia della tensione, que aplicaron contra nuestra Transición, tan maltratada por los extremistas como el compromesso storico alumbrado por Berlinguer y Moro. O las sospechas de que la miríada de grupos armados, de ambas orillas del Mediterráneo y de los dos bandos ideológicos, en realidad estaba monitorizada por los servicios secretos locales, a su vez conchabados con los Estados Unidos (léase la CIA o, más precisamente, Gladio). O la paradoja de que las revoluciones proletarias se ensañaran con los parias meridionales (calabreses y napolitanos/extremeños y andaluces), que huyendo de la miseria acababan en muchos casos encorsetados en un uniforme, «humillados por la pérdida de la calidad de hombres a cambio de la de policías» (Pasolini)

En fin, un viaje de ida y vuelta constante, revelador, realizado con el acicate y la «excusa» de aquel bello Mundial de España que ganó, contra pronóstico, Italia. Nadie daba un duro por la escuadra de Bearzot. Nadie daba un duro por la recuperación de Rossi. Y nadie daba un duro por España, en la peor situación para levantar un torneo con 24 selecciones. Los tres sujetos (uno individual y dos colectivos) se impusieron a las adversidades y doblegaron el destino. Tres historias a su modo ejemplares, de rebeldía contra augures y cenizos, que merece la pena rememorar y, acaso, leer.

*Entrevista Intrapersonal Confrontada (O cómo responder y después preguntar)

La entrevista es un género periodístico fundamental. De hecho, se podría considerar su piedra angular, porque permite al periodista confirmar, acceder y conocer los hechos de manera directa, sin intermediarios, hablando con la fuente y estableciendo un diálogo con los protagonistas.

Lamentablemente, y salvo honrosísimas excepciones, la entrevista, ese momento excepcional que combina conversación, reto y seducción, se ha convertido en un acto seco, forzado, en el que demasiado a menudo el entrevistado no quiere responder y al entrevistador le da lo mismo que no quiera. El momento sublime que permite al periodista ejercer su derecho a preguntar se transforma en un trámite, una penitencia o directamente un combate tosco y sin ningún vencedor.

En otras ocasiones, los entrevistados han tenido una clase por parte de sus asesores para evitar, rodear o directamente eliminar preguntas incómodas, que suelen ser precisamente las que el periodismo debe y puede hacer. El resultado, nuevamente, queda en un limbo de medias verdades y frases insulsas. Por no hablar de las entrevistas promocionales asociadas a algún producto cultural, tipo cine, literatura y música, donde la superficialidad es tan apabullante que se podrían mantener las preguntas hechas años antes y tendríamos la certeza de encontrar las mismas respuestas.

Ante este panorama, desolador y habitual en demasía, el artista y creador Omar Jerez propone una nueva fórmula, una nueva aproximación al género que exige una complicidad de ambas partes (tomando como inspiración las entrevistas noveladas que hizo durante años Milan Kundera) para generar un contenido atractivo, valiente, que enriquezca al lector y que suponga una aventura donde ni el camino ni el destino queda prefijado.

El nuevo concepto se llama Entrevista Intrapersonal Confrontada, (EIC), y tiene como cimiento inamovible la siguiente premisa: el entrevistado genera un discurso a priori, provocado y sugerido (o no) por el entrevistador, y posteriormente el periodista edita y da forma periodística a ese contenido. Se crea una arcilla pura que será moldeada por las manos expertas del entrevistador, a posteriori.

A continuación se exponen los 10 puntos que definirán cualquier EIC que se haga a partir de ahora, y que creemos supone una innegable revolución en este género. Es tan sencillo como invertir el orden para recuperar la pureza que nunca debió perder.

Decálogo para una Entrevista Intrapersonal Confrontada (EIC)

  1. Cualquier persona, tenga o no relevancia pública, podrá solicitar a un periodista la realización de una EIC. Igualmente, cualquier periodista podrá solicitar la realización de una EIC a cualquier persona o personaje.
  2. Cualquier EIC tiene como base fundamental la relación que se establece entre el periodista y el entrevistado, así como la reinterpretación del concepto de entrevista para el siglo XXI.
  3. Una vez aceptada la realización de la EIC, se propondrá, por cualquiera de las partes, un tema sobre el que girará la narración, así como su extensión. Igualmente podrá ser de libre elección si así se decide de mutuo acuerdo.
  4. El entrevistado construirá libremente una narración sobre la temática escogida, que podrá ser creada en cualquier formato: texto, audio, vídeo, ilustración, así como cualquier combinación entre estos. El periodista no intervendrá nunca en esta parte del proceso.
  5. El periodista recibirá esa narración y a partir de ahí construirá una EIC en la que se compromete a mantener el sentido del texto original, y podrá modificar, eliminar, ampliar o extender la entrevista para tratar de llegar a la naturaleza real del entrevistado. Podrá solicitar más información al entrevistado, así como convertirla a otro formato.
  6. Bajo ningún concepto el periodista podrá utilizar la información en bruto para difamar o menoscabar la figura o reputación del entrevistado.
  7. El periodista deberá entregar una copia de la EIC antes de su difusión al entrevistado para que la confronte y certifique que se ha mantenido el sentido original, no entrando éste en consideraciones de estilo y forma.
  8. El periodista puede declarar la EIC nula si percibe que está falseada o que el entrevistado se aleja del objetivo principal, que es un ejercicio de honestidad consigo mismo.
  9. El espectador, para poder completar la experiencia, debería tener acceso al discurso en bruto enviado por el entrevistado y la EIC  definitiva, para comparar y enriquecer la lectura/visionado/escucha del proceso.
  10. Al contrario que en la entrevista clásica, en cualquier EIC la búsqueda de la verdad queda supeditada a la experiencia compartida, confrontada y colaborativa entre las dos partes.
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