España - Galicia
Tango con cinturón de seguridad
Alfredo López-Vivié Palencia

Por algún motivo -que se me escapa, pero que me alegra-, parece que esta temporada de la Real Filharmonía de Galicia comienza con una nutrida asistencia de público: así se vio la semana pasada en la primera función, y así se ha visto esta noche (con más mérito, si cabe, habida cuenta de que este concierto coincide con el primer temporal del curso). El programa era variado y atractivo, había ocasión de ver a la joven
Bajo la batuta: creo que ahí radicó el problema con la Primera Sinfonía de Beethoven. En mi opinión, en esta obra el director ha de limitarse a mimar la introducción del primer movimiento y del último, y después dejar que los músicos vayan solos. La costumbre de Carneiro es la de estar encima de todo continuamente, moviéndose mucho, no sólo para dar entradas sino para dirigir de principio a fin todas las frases de cualquier solista o sección de la orquesta; y eso a veces es contraproducente. El resultado fue una interpretación forzada, carente de pulso y con un sonido bastante sucio. Eso sí, considero acertado el protagonismo que Carneiro le dio a la timbalería.
Tenía curiosidad por escuchar la obra de
Bien arropada por la orquesta –y con el punto justo de amplificación electrónica para su instrumento-, la intervención de Helena Sousa me pareció simplemente correcta: con los ojos clavados en la partitura, demostró que tiene dedos y que controla el fuelle, sin caer en ninguna exageración, pero también sin arriesgar (el acordeón no tiene la flexibilidad del bandoneón, pero algo más se podría hacer). Me gustó mucho el tanguito que dio de propina (¿por qué ya nadie anuncia los bises?), tocado en tierna intimidad. Y me gustó menos la única de las piezas que se interpretó esta noche de las Five Tango Sensations, que Piazzolla –diría que no en el momento de su mejor inspiración- escribió para el Cuarteto Kronos.
La Suite Pulcinella de Stravinsky salió a pedir de boca. Aquí sí conviene la manera de dirigir de Carneiro, dado que se trata de una pieza en la que el elemento rítmico es el dominante y las melodías son tan breves que, apenas anunciadas, ya desaparecen. Ni que decir tiene que Carneiro disfrutó los números rápidos, y supo transmitir su entusiasmo. La participación de los solistas de la orquesta (hoy reducida a una cuerda en disposición de 7/5/5/4/3) fue impecable -salvando un par de “patos” (sin hache intercalada) de la trompeta al final de la obra-, y el sonido de conjunto se escuchó limpio y con mordiente. Con razón al público le gustó.
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