Alemania
Giselle, de Ben Van Cauwenbergh, por el Aalto Ballett Essen
Juan Carlos Tellechea
Ben Van Cauwenbergh es un gran maestro en el arte de narrar cuentos de hadas y mitos a través de la danza.
Las imágenes de su maravillosa Bella Durmiente permanecerán por mucho tiempo indelebles en la mente de los espectadores.
Esta vez, también con el escenógrafo y vestuarista Dorin Gal, ha desempolvado el clásico ballet Giselle para presentarlo más fresco, renovado, compacto y hechizante.
El estreno de su nueva producción este sábado en el Aalto Musiktheater Essen fue tan fascinante que el público se puso espontánea y unánimemente de pie para ovacionar y vivar a su compañía.
El elenco entero muestra su excelente condición física y dancística.
En los papeles protagónicos,Yuki Kishimoto entrega una sensible de ensueño y Artem Sorochan un ágil, fuerte, elegante y apasionado Albrecht.
Entre los desafíos de esta obra, un hito en la historia del ballet, figuran los pas seule en puntas de Giselle y los 30 espectaculares entrechats six del personaje masculino.
El elenco y la narración
No es solo la sencilla historia de la joven campesina inocente que se enamora del duque Albrecht (esconde su verdadera identidad aristocrática) y que de pronto descubre el engaño la que emociona a la platea, sino la forma de contarla y los ingredientes que le agrega Van
Yulia Tsoi, en una inquietante actuación), su madre, le aconseja que se cuide, Giselle desoye estas advertencias, pero la conmoción es aún mayor cuando se da cuenta de que Albrecht es el prometido de la princesa Bathilde (Julia Schalitz, de regia elegancia).
Una y otra vez Wilfried (Enrico Jozef Vanroose), compañero de andanzas del duque, tiene que poner en su sitio a Albrecht y retenerle. Así, por un lado, Wilfried impide una pelea abierta entre Albrecht e Hilarión (Yegor Hordiyenko), pretendiente de Giselle rechazado por ésta. Por otra parte, intenta alejar al duque del encanto de la bella campesina, pero no lo consigue.
La vida real
Los bailes en el pueblo representan por sí solos un momento de retardo en la historia. Van Cauwenbergh los pone en escena como un pas de quatre, en el que cada uno de los cuatro bailarines tiene breves solos. Esto demuestra claramente el alto nivel de la compañía de Essen. William Emilio Castro Hechavarría destaca con potentes saltos y giros impresionantes.
Lo mismo ocurre con Wataru Shimizu. Yanelis Rodríguez cautiva con su fluida elegancia y su grácil ligereza en el baile de puntas, y Adeline Pastor gira acrobaticamente sobre el escenario, deleitando con sus precisas evoluciones también en zapatillas de punta. En los conjuntos, la compañía emociona notablemente como sociedad rural con una alegría exuberante que se convierte en horror absoluto ante la muerte de Giselle.
Giselle, enloquecida y con su corazón debilitado, fallece al final del primer acto en brazos de Albrecht, pero en el segundo se aborda la vida después de su deceso de forma tan extraordinariamente fantástica que a los espectadores les parece haber entrado en un bello sueño del que no quisieran despertar jamás. La atmósfera es misteriosa, onírica, sombría. Un amor tan efímero solo puede terminar trágicamente. Pero el ballet romántico no soporta demasiado realismo, hay que refugiarse en lo sobrenatural y lo surrealista.
Mitología eslava
La actitud de las veelas (vilas, wilas o wilis, de la mitología eslava) y Myrtha, su espléndida reina (Rosa Pierro), seres de ultratumba y casi vampíricos, es muy diferente a la de la gente en la granja, donde creció Giselle. Las etéreas, casi divinas, pero al mismo tiempo mortales wilis brillan vestidas de blanco a la luz de la luna, atraen a los hombres errantes a la última danza y regresan al amanecer al silencio blanco como la nieve del bosque. Una combinación fatal de erotismo y muerte: "Giselle" va así de la mano de la estética de su época.
El director (invitado) Wolfram-Maria Märtig y la orquesta Essener Philhamoniker trabajan todo el tiempo para sacar a relucir el estilo, en gran parte exuberante, del primer acto con mano ligera y conduce al dramático final en una interpretación conmovedora. En la segunda parte, tras el intervalo, se sumergen de forma impresionante en el carácter surrealista y etéreo de este mundo nocturno y, al igual que los bailarines, desatan auténticas tormentas de entusiasmo en el público.
Todo parece ligero y levitante aquí, sobre todo en el gran pas de deux en el que Albrecht primero eleva a Giselle y da un paso para que parezca que la bailarina flota en el aire como una pluma; una técnica que comenzó a utilizarse con el histórico ballet La Sylphide (1832), el primero en el que las bailarinas danzaron con zapatillas de punta.
Lo bellamente clásico
La Giselle de Van Cauwenbergh tiene un fuerte vocabulario de movimientos clásicos. Ese era el propósito de este celebrado coreógrafo, quien durante su carrera interpretó varias veces el papel de Albrecht: poner en escena nuevamente una versión tradicional con toda su hermosura, pero remozada, fresca, compacta y entretenida para el público de hoy. El catálogo de movimientos está adaptado a las nuevas necesidades; se aleja de las poses rígidas de la época clásica, el lenguaje de este ballet, complementado con elementos de pantomima, se vuelve ahora más poético, más emocional, más dramático.
Otro de los ingredientes que utiliza a la perfección para este remozamiento es la participación de niños en algunos de los pasajes (alumnas y alumnos de danza del instituto de enseñanza secundaria del distrito de Werden, en esta ciudad).
La producción, dentro de su clasicismo, es técnicamente exigente y económicamente costosa, tanto por los decorados como por la iluminación y el vestuario (hasta las zapatillas de punta especiales); un proyecto realmente grande, verdadero desafío para el Aalto Ballett Essen.
Entre los espectadores, y aplaudiendo efusivamente, se encontraba también el director y coreógrafo principal del Ballett am Rhein (Düsseldorf / Duisburgo), Demis Volpi, de quien se aguarda con gran expectación otra versión de Giselle a comienzos de 2023.
Algo de historia
En una carta del 5 de julio de 1841, Théophile escribía a e:
Mi querido Heinrich Heine (...) París no es un lugar para fantasmas, y ¿cómo podría ser de otra manera en la ville lumière?
Con esta afirmación quería subrayar la vivacidad de esta metrópolis cultural, palpitante e inquieta, cuyas calles estaban (y están aún hoy) constantemente abarrotadas de gente.
Pero en los escenarios parisinos de la época había fantasmas, espíritus con poderes sobrenaturales, ninfas y apariciones misteriosas, afirma la dramaturga Savina Kationi en el programa de mano de la velada. Un nuevo tipo de relación entre las personas y la muerte parecía preocupar a los artistas: Esa canonización, incluso estetización, del horror se podía rastrear en muchos asuntos de principios del ottocento en los que la gente se sentía atraída por lo inquietante hoffmanniano, en la ópera, verbigracia, en El vampiro de Heinrich o en la famosa escena de la monja de Robert le diable de Giacomo Meyerbeer.
La literatura romántica gótica, entonces en boga, lo hace todo más oscuro, como El Monje de
Una gran necesidad
Al sumergirse en un mundo mágico, uno escapa de una vida cotidiana racional e ilustrada, pero cada vez más industrializada y, por tanto, aburrida -sobre todo en una ciudad como París, que experimentaba un temprano desarrollo, tanto industrial como cultural, que parecía ser una gran necesidad.
El mundo del ballet también trataba este tema: mundos irreales, seres sobrenaturales y temas fantásticos contrastaban el espacio escénico con la realidad. La Sylphide abrió el camino, pero L'Ombre (1839) y La Péri (1843) también se movían en esa dirección. Ésta última incluso con un libreto de Gautier. Figuras que rondan entre la muerte y la vida, apariciones fantasmales y veladas y una atmósfera mórbida son los ingredientes de las nuevas obras escénicas que encarnan el ideal romántico: la incompatibilidad del sueño y la realidad.
El ballet de Adams y Gautier también sigue esta pauta: la protagonista de Giselle muere demasiado pronto -después del primer acto ya es el momento de la sencilla e inexperta chica de pueblo que es traicionada por un hombre y muere de desamor. Giselle va de la mano de la estética de su época.
La blancura
El segundo acto "blanco" ofrece un final que reafirma la vida, en el que Giselle, como fantasma, rescata al infiel Albrecht de las vengativas wilis y lo redime. Pero este acto, por el que Giselle se convirtió posteriormente en el arquetipo del "ballet blanco", es solo visualmente "blanco". Pues el juego con los atributos predominantemente positivos con los que se asocia el color blanco parece aquí irónico y alienante a la vista de la actividad real de las veelas: pues ¿cómo pueden matar los seres blancos, y por tanto puros, inocentes, inmaculados, angelicales?
Carlota
.Como pieza, de hecho, Giselle tiene un efecto decisivo en la cristalización de la bailarina en el centro de la acción escénica: las coreografías de esta época del ballet -en este caso de Jean
Audeterminación femenina
Al mismo tiempo, se tematiza la posición (social y artística) de las mujeres y su camino en busca de la autodeterminación. Con una visión mucho más poética, Stéphane comparó más tarde a la bailarina con una obra de arte o un poema y fue un paso más allá en su interpretación:
A saber, que la bailarina no es una mujer que baila, (...) sino una metáfora que resume uno de los aspectos elementales de nuestra forma, espada, cáliz, flor, etcétera.
Para Mallarmé, el bailarín no solo debe entenderse como artista, sino como metáfora, como símbolo de una época.
Además, la figura de la bailarina cambia visualmente en esta época, como es reconocible a lo largo del siglo XIX e incluso en la actualidad: como figura plumosa y móvil que hipnotiza al público con sus piruetas, "développés, fouettés, grands jetés, arabesques"... la bailarina aparece en escena con un escote aún más bajo, un corsé ajustado y una falda acampanada de telas transparentes, por lo que el dobladillo de ésta prenda se desplaza más hacia arriba y el tutú blanco, hasta la pantorrilla, se utiliza desde entonces de forma emblemática. Las zapatillas de punta, ya introducidas en La Sylphide y consolidadas por Giselle, dan también una extraordinaria pero delicada elevación del cuerpo y la impresión de ingravidez o de alargamiento de la figura, como si Giselle o las wilis estuvieran realmente flotando en el aire, seductoras e inalcanzables, como es su naturaleza y como están representadas en todos los grabados y dibujos de la época. Incluso Albrecht parece volar a través de sus fugaces entrechats, pero la gravedad siempre le retiene.
La postura
Esta tendencia clara, pero algo antinatural, a tirar del cuerpo hacia arriba, que caracteriza al ballet, fue cuestionada por los reformadores de la danza de principios del siglo XX, como Isadora Duncan, que actuaba descalza y daba a su danza una dirección horizontal.
Pero tanto Giselle, el "delicioso fantasma", como las wilis siguen inspirándonos hoy en día con sus poderes sobrenaturales, sus siluetas blancas y su frágil elegancia, concluye Savina Kationi. Como ya escribiera Heinrich Heine en su momento:
Sus semblantes, aunque blancos como la nieve, son juvenilmente hermosos, ríen tan inquietantemente alegres, tan inquietantemente amables, asienten tan misteriosamente lujuriosos, tan prometedores, estas bacantes muertas son irresistibles.
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