España - Madrid
Netrebko y la patria
Germán García Tomás
El divismo tiene sus perversidades. Si a eso unimos el comprometido
posicionamiento político de un artista, ya tenemos un material altamente
inflamable de cara al público. Máxime si esa alineación viene enmarcada dentro
de una coyuntura tan inestable y desestabilizadora a nivel internacional como
es la presente guerra de , un conflicto que ha llegado hasta el punto de
deshumanizar a la gran Federación Rusa por un cúmulo de circunstancias
defensivas, expansionistas y nacionalistas.
Anna Aida , que ha venido a Madrid a cantar el rol
titular de , pudo estar
desvinculada de todo este escenario de incertidumbre, pero lo cierto es que la
ha venido acompañando el aura, desde pocas semanas después de iniciada la
“operación especial” así denominada por Vladímir , de ser una de las
principales aliadas del presidente ruso en materia cultural, sobre todo a raíz
de su atronador silencio, como el de Valery , sobre condenar el
conflicto contra el pueblo ucraniano. A pesar de hacer explícito ese rechazo aproximadamente
un mes después de iniciarse la invasión, los fantasmas y las etiquetas no
parecen despegársele a la soprano rusa hasta llegar a este esperado estreno de
temporada en el Teatro Real.
Y es que a uno, para bien o para mal, la fama le precede. En
el estreno del segundo cast de Aida, pudimos presenciar a un pequeño
grupo de manifestantes, rusos o ucranianos, rodeando el coliseo de la Plaza de
Oriente, que protestaban por la participación de Netrebko, con fotografías donde
aparecía ella con el presidente ruso y portando enseñas ucranianas al grito de
“Cantante Netrebko apoya a Putin” o tachándola de antidemócrata y amiga del líder
ruso. No descubrían nada, todo ello es vox
populi y este pudiera ser un hecho menor y sin ninguna importancia, pero lo
cierto es que algo así emborrona en parte la reputación de una de las opera stars más famosas del momento. Ya
estamos acostumbrados los melómanos a las indumentarias sofisticadas, cuando no
estrambóticas, que ella y su marido, el tenor Yusif partenaire -precisamente su como Radamés en esta
producción- exhiben sin pudor en todas sus redes sociales, al lado del reclamo
de sus glamurosas portadas de discos. Pese a su pasado fotográfico con el
régimen, Netrebko no tiene la culpa de la guerra. Resulta curioso el
paralelismo de que nuestra cantante esté evocando a una patria oprimida por las
hordas del faraón egipcio, como lo está la masacrada Ucrania por el ejército de
su presidente. Como la hija de Amonasro, la soprano rusa es la gran víctima
colateral de un contexto socio-político sórdido y turbulento, que la ha
salpicado a su pesar. Pero al margen de todo ello, que hable el arte escénico, la
ópera.
Y ese arte se traduce aquí en la grandilocuencia del montaje
ya popular y recordado del argentino Aida para (repuesto hace cuatro años) con el que a modo de auto-homenaje
el Teatro Real quiere festejar el 25 aniversario de su reapertura como teatro
de ópera. Porque Aida es fastuosidad
y colorismo, es cultura egipcia, exotismo y orientalismo a raudales, es fanatismo
religioso, pero también es intimismo a orillas del Nilo, y todo eso lo hallamos
aquí por doquier. Por eso el título verdiano se beneficia de las virtudes
escenográficas de esta gran superproducción -la espectacularidad y
monumentalidad de las escenas de masas con una acertada y realista ambientación
de cada acto- y sus defectos: una sobreabundancia de proyecciones dinámicas de
arqueología egipcia y anatomía masculina animada en un telón translúcido
delante del escenario, y el empleo obsesivo de cintas como material coreográfico,
un tanto exagerado en esas contorsiones de momias vivientes del final del
primer acto, movimiento que eclosiona en la escena de ballet del segundo, que
acentúa el pintoresquismo de la propia partitura pero no impide que la trama
avance con inteligibilidad.
Anna Netrebko es una gran artista, no cabe duda. Quizá como
actriz le hagan falta más arrestos, pero su recreación vocal del sufriente
personaje es oportuna y encaja plenamente con las peculiaridades vocales de
soprano lírica con tintes de spinto
que exige el rol titular. Encarnó a una Aida frágil y sensible, más íntima que
de garra dramática, que también la hubo, apoyándose en su centro vocal de gran
poso y carnosidad, nunca escasa de graves bien apoyados y preñando de filati los finales de frase, su mayor
particularidad en toda la interpretación de la esclava etíope. Dio lo mejor de
sí en el acto tercero, regalando un delicado “O patria mia”.
Su esposo Yusif Eyvazov, de tintes líricos pero metal de
escaso brillo y mordiente y una emisión algo estrangulada, echó no obstante el
resto como actor y como cantante -posee una notable capacidad para frasear-, ganando
enteros a lo largo de la noche tras salir airoso en “Celeste Aida”, aria
siempre comprometida, cuya nota final atacó a plena voz para luego apianar. Lo
mejor fue su cara a cara con Amneris del cuarto acto, que es cuando engrandeció
al personaje de Radamés a nivel dramático, como en el acto precedente, que
defendió a su vez con holgada entrega junto a su consorte.
La colosal Amneris de Ketevan -a la que vimos
años atrás en el Festival de El Escorial en una memorable Princesa de Éboli- puso
su sonoro y contundente registro grave al servicio de las demandas expresivas
del envidioso personaje. Dramática a nivel superlativo, aunque menos sibilina,
supo sacar jugo a su gran escena del acto cuarto, lanzando un tremebundo
anatema. La georgiana, que fue muy aplaudida, será de las Amneris para la
historia en este teatro.
El cuarteto protagónico lo completaba el barítono polaco Artur
, cantante ya muy conocido en el Real, volviendo a mostrar una elegante
línea de canto sin descuidar el énfasis dramático, como en el momento en que
reprocha a Aida que no es su hija, sino la esclava del faraón, aunque al margen
de esa nobleza de canto faltó un punto de la negrura que en parte posee
Amonasro.
Para ello teníamos al excelente bajo coreano
con su oscuro y tenebroso Ramfis, y la autoridad monocorde del Rey de Deyan
. Como hace cuatro años, volvió a enmarcar las pocas frases
de su mensajero y una distante sacerdotisa nos llegó en la voz de Marta .
El coro es el otro gran protagonista singular de Aida, y el titular del Teatro Real se mostró homogéneo en sus secciones brindando espectacularidad. Nicola es una batuta experta en Verdi, sabe administrar y dar continuidad al drama y está siempre atento a las voces, dejándolas espacio y concertando para que destaque cada plano, como el final del segundo acto. Su labor es crucial para que este enorme castillo de naipes no se derrumbe y para que los cantantes lleven la verdadera preponderancia, con una respuesta orquestal capaz de hacer justicia a cada pincel y tapiz sonoro de una partitura maestra.
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