España - Madrid
Nebra frente a los elementos
Germán García Tomás
Además de a las iniciativas de la musicología, la
recuperación del patrimonio musical español le debe mucho a las inquietudes
artísticas de intérpretes, directores, cantantes o formaciones orquestales, las
más de las veces estudiosos altamente especializados en un tipo de repertorio
determinado. Es la música antigua el mejor ejemplo de ello, la cual posee hoy
por hoy grandes valedores y adalides de su exhumación, principalmente jóvenes
buscadores de obras olvidadas que puedan interesar a un público potencial,
erudito o no, por su calidad musical o su importancia histórica.
Tal es el caso de Alberto Miguélez Rouco (1994), un joven coruñés que se ha formado como excelente contratenor y ya tiene en su haber un par de grabaciones discográficas de enorme seriedad interpretativa. En ellas cuenta con el conjunto instrumental que él mismo fundó en 2018 expresamente para ejecutar por primera vez con instrumentos históricamente informados el título escénico que se ofrecía en este otoñal concierto del ciclo Universo Barroco del CNDM: Vendado es Amor, no es ciego, una de las más representativas y sugestivas zarzuelas barrocas de José de Nebra, fructífero compositor teatral y religioso que pasó la mayor parte de su vida en la Real Capilla de la capital española.
Bautizado con el famoso título de ese otro gran autor escénico del Setecientos que es Antonio Literes, Los Elementos, formado por músicos de diversas nacionalidades asociados la mayor parte de ellos a la Schola Cantorum Basiliensis, posee lo más granado de cada casa patria, con una notable presencia española en sus atriles. Con casi general bisoñez revestida de gran madurez, los miembros de este conjunto están contagiados de pasión y ganas al nivel de formaciones de mayor veteranía y trayectoria, una asombrosa eficacia interpretativa que con apenas cuatro años de existencia les está llevando a situarse indiscutiblemente en el star system de los ensembles u orquestas de música antigua del momento.
Y con repertorio que no es nada baladí, el de las obras líricas del siglo XVIII, por encima de todo con absoluta fidelidad y devoción a la figura de Nebra, ¡casi diríamos un apadrinamiento del de Calatayud!, un interés que va a seguir demostrándose en el próximo descubrimiento de 2023, la zarzuela Donde hay violencia, no hay culpa, grabada ya por sus protagonistas en octubre de este año.
Como podemos descubrir gracias al registro discográfico del propio Miguélez Rouco y Los Elementos, Vendado es Amor, no es ciego, estrenada en el capitalino Teatro de la Cruz en 1744, posee un ramillete de arias, algún dúo y números de conjunto a cuatro de jugosa y sabia factura, y cuya preponderante influencia italiana, que mira a Haendel para los momentos más marciales y solemnes de esta historia de amor mitológica muy del gusto de la época, se ve salteada por varias páginas de raigambre popular hispana.
En esta interpretación para el público, Los Elementos exhibieron su excelente empaste entre secciones y los ataques de la cuerda (con violines primeros y segundos a 3 y violas a 2 más el par de chelos y contrabajos) desde la sinfonía y dos minués iniciales, con leves destemples de las dos trompas naturales. La partitura de Nebra se enriqueció del color que aportaron los rasgueos de guitarra o archilaúd y los arpegios del arpa barrocas (con Pablo Fitzgerald y Chiara Granata, respectivamente).
Experto conocedor de cada detalle de esta obra escénica, Miguélez Rouco, participando desde el clave en los recitativos, marcaba el ritmo con precisión, atento a cada indicación dinámica y no dudando en hacer gala de su categoría de artista polifacético, dinámico y lúdico, al tocar las castañuelas con enorme estilo y donosura en las arias a ritmo de seguidilla y fandango, además de hacer cómplice al público de lo que se cocía entre la pareja de graciosos.
Y es que para una mayor comprensión de la enredosa trama de los amores de Anquises, Venus y Eumene, y viéndonos privados de la representación escénica, se optó por que los dos cantantes que daban vida a la pareja cómica, el barítono Yannick Debus como Títiro y la soprano Aurora Peña como Brújula, contaran el argumento al público, más bien la segunda apropiándose de la lectura de su compañero, creando un divertido clima teatral que amenizó la velada, gracias por encima de todo al desparpajo y desenfado de Peña. En los últimos años, junto a su activa participación discográfica, la levantina se ha convertido en una cantante de enorme proyección en el repertorio barroco -particularmente en el español- y ha desarrollado unas asombrosas facultades canoras, pues su voz en origen ligera con una fácil coloratura ha adquirido un centro de mayor poso, a lo que suma unas sobresalientes dotes para la teatralización del personaje.
Al tratarse de un concierto no representado, los espectadores no apreciamos ni la mitad de lo que la joven soprano es capaz de hacer en escena como actriz a la hora de enfatizar el texto. Graciosa y pizpireta, brindó las dos deliciosas arias (“De un ojo era falta” y “Esta chula cara”) dirigidas a su compañero con sutiles inflexiones vocales nunca exentas de histrionismo que hicieron las delicias de la audiencia. Del hamburgués Debus hay que alabar su notable pronunciación española en la narración de la trama y una timbrada voz de gran presencia en su única aria (“Sopla hacia allí”), que optó por extraerse de otra zarzuela de Nebra, Amor aumenta el valor, para dar mayor entidad al personaje masculino cómico, y que por otro lado desataría la ira de las feministas más recalcitrantes de hoy en día por su negativa consideración del género femenino, algo muy común de aquella época.
Como ocurría con el barítono alemán, se contó con tres de las cantantes femeninas especializadas en repertorio del Setecientos que participaron en la grabación del sello Glossa, voces espléndidamente manejadas para el arte del ornamento barroco y buena extensión de la tesitura hacia arriba. Nebra reparte equitativamente las arias da capo entre los personajes de Anquises, Eumene y Venus, el triángulo protagónico. La soprano Giulia Semenzato aportó dignidad al personaje de Anquises desde sus Seguidillas iniciales (“En amor, pastorcillos”), comportándose de manera muy teatral en los números de conjunto a cuatro, como en el final de la primera jornada.
Al personaje de la ninfa Eumene destina Nebra algunos de los momentos más refinados de toda la zarzuela, y la soprano Alicia Amo, de instrumento igualmente aéreo y ligero pero de tinte vocal levemente más oscuro que Semenzato, los tradujo mediante un canto cargado de emotividad y sinceridad, subrayando con énfasis dramáticos todo el catálogo de afectos barrocos y sabiendo colocar expresivos graves en sus frases de enamorada atormentada. Al lado de su delicadeza, brindó un gran espectáculo de bravura en el trepidante aria “El bajel que no recela”, con acompañamiento de tempestiva percusión.
Igual de eficiente en las agilidades, la magnífica mezzosoprano Natalie Pérez como Venus -proveniente de la factoría Jardin des Voix de William Christie- impuso mucha seriedad y gravedad a su modélico canto junto a cierto aire de abandono bordando cada una de sus tres arias y diferenciándose ampliamente en color del resto de sus compañeras. Su rol, igual de exigente por arriba que el de sus colegas, le llevó a emitir el sobreagudo final que demanda su segundo aria, la vivaldiana “Quién fió de un mar sereno” y afrontar notas agudas en la endiablada “Yo seré la primera”.
En contraste, la otra deidad, Diana, llegó a través de la dulzura y limpidez de la voz pequeña pero clara y transparente de la soprano portuguesa Ana Vieira Leite. Magnífico fue el trío entre Anquises y las dos diosas que vuelve a convocar a los truenos en el vibrante acompañamiento.
Un oportuno y feliz descubrimiento resultó para muchos este orillado Nebra de exquisitos mimbres que no obstante ya gozaba de atención por la soprano María Bayo y Christophe Rousset en su disco de arias de zarzuela barroca, así como la presentación en el CNDM de Miguélez Rouco y sus Elementos como los nuevos valedores del compositor aragonés.
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