España - Madrid
Faltan voces
Germán García Tomás
Asistir a una interpretación en directo de la Misa de Réquiem de Giuseppe Verdi
siempre es una experiencia teatral a la vez que mística. Su vocación
operística, favorecida por el tremendismo de la secuencia del Dies irae -auténtico hilo conductor de
esta misa de difuntos- hace que no sólo los amplísimos efectivos orquestales y
corales estén a la altura de unas circunstancias expresivas de alto contenido
dramático, sino que los cuatro solistas que requiere el compositor de Busseto
deben ser capaces de enfrentarse a la carga instrumental y a las exigencias
operísticas de esta colosal partitura sacra, que sigue la estela de Hector
Berlioz en cuanto a su magnificencia y proporciones. Pero al contrario que el
músico francés, que en su Réquiem absolutamente coral utiliza sólo a un tenor
solista para el Sanctus en un plano
intimista, en Verdi el cuarteto vocal tiene rango de protagonista tanto como la
masa coral, por lo que son también ellos los personajes en su versión de este
cuadro dramático de la liturgia católica para honrar a los muertos cuyas hondas
raíces se remontan a la Edad Media.
En el caso que nos ocupa, el de la Orquesta y Coro Sinfónicos de Milán a las órdenes de su director emérito, el veterano maestro Claus Peter Flor, la materialización sonora del Réquiem verdiano dentro de la programación de Ibermúsica fue satisfactoria por la buena disposición de los conjuntos milaneses, hasta dos centenares de efectivos sobre el escenario. La formación orquestal, tan vinculada a Verdi, y conocida previamente por añadírsele al final el nombre del compositor italiano (Sinfónica de Milán Giuseppe Verdi), posee un nivel musical y un color instrumental notables, que avala el paso de grandes batutas, como Riccardo Chailly o el propio Claus Peter Flor.
La totalidad de sus huestes milanesas respondieron a lo que
el amplio espectro y dibujo de sus manos exigía de ellas. Empaste, afinación y virtuosismo
del coro sinfónico milanés, preparado por Massimo Fiocchi Malaspina, fueron
excelentes durante toda la vibrante ejecución. Ya desde el “Requiem aeternam”
inicial se pudo asistir a un excelente trabajo polifónico a capella tras la susurrante primera frase en pianissimo a cargo de las voces graves masculinas, de timbre oscuro
y penetrante. En el Dies irae y las
sucesivas reapariciones de este tema, todas las secciones corales, en
atronadora explosión, sacudieron la sala hasta el eficaz decrescendo que condujo a un impactante “Tuba mirum”, con su bien
dispuesto aparato de metales y las preceptivas cuatro trompetas fuera de
escena, audibles y sonando afinadas. El manejo de clímax y dinámicas fue
modélico por parte de Peter Flor, cuyo impulsivo dinamismo corporal sobre el
podio en los instantes trágicos de la condena eterna fue clave para inyectar
tensión dramática durante toda la Secuencia.
Pero lamentablemente el capítulo de las voces solistas ya fue otro cantar, nunca mejor dicho. Peter Flor contó aquí con cuatro cantantes debutantes en este ciclo que a pesar de sus buenas intenciones no reunían características vocales idóneas ni estaban óptimamente preparadas para hacer frente a la potente armazón coral e instrumental que Verdi dispone, pese a los instantes de lirismo y recogimiento que introduce. Una desacertada elección que ha degenerado en unos insatisfactorios resultados. A excepción del bajo, se apreció que las demás voces estaban más especializadas en otro repertorio y no es el compositor de Le Roncole precisamente el caballo de batalla de las mismas.
Carmela Remigio es una soprano de tintes muy ligeros, una cantante mozartiana muy competente con un instrumento ágil y de bella coloración pero sin poso dramático para enfrentarse a un “Libera me” convincente, pues la italiana adoleció del vibrato caprino en los agudos. El cuerpo y la proyección de la voz se antojaron escasas para ese momento clave, por muy dramáticos que fueran los graves que destinó en sus intervenciones, una muestra de lo que la esforzada soprano ofreció hasta el parlato postrero.
La también transalpina Anna Bonitatibus, una espléndida mezzo rossiniana, exhibió su asentado centro aunque con escaso volumen, resultando apenas audible en los instantes de conjunto. Ofreció un elocuente “Liber scriptus” y se implicó en el dúo “Recordare”.
La voz del tenor Valentino Buzza incide en la ligereza moviéndose bien en lo lírico y sin llegar a ser un bajo de especiales cavernosidades y cálidas tonalidades, Fabrizio Beggi defendió sus partes con buen sentido de la musicalidad.
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