Alemania
Concierto de Boris Giltburg en Düsseldorf
Juan Carlos Tellechea

A la afligida madre de Boris Giltburg no le hizo mucha gracia que su hijo, a la sazón de cinco años de edad, le dijera un buen día que quería aprender a tocar el piano. El instrumento es como un virus que ha atacado a su familia desde tiempos casi inmemoriales. La madre de Giltburg toca el piano, la abuela también e incluso la bisabuela era pianista. Tanto insistir que al final la pasión por la música se impuso y tras los primeros éxitos en el escenario y los estudios de música en Tel Aviv, Boris fue catapultado a la celebridad internacional, tras ganar el Concours Reine Elisabeth, de Bruselas, en 2013.
Entretanto, con su estupenda técnica y su arraigada musicalidad, Giltburg se ha transformado en uno de los pianistas más impresionantes de su generación. No solo como intérprete, sino también con sus textos sobre música es un influyente mediador de la música clásica moderna. Así lo pudimos apreciar en la tarde de este lunes en el gran auditorio de la Tonhalle en otro hermoso y ovacionado recital organizado por Heinersdorff Konzerte – Klassik für Düsseldorf.
Giltburg decidió abrir el concierto con la Appassionata de Ludwig van Beethoven y cerrar la primera mitad con el op 73 de Shostakovich, una música de revuelta y esperanza que suena como una implacable antimúsica. Este Tercer Cuarteto en fa mayor, de 1946, transcrito para piano por el propio compositor, consta de cinco movimientos e introduce un marco épico, como las contemporáneas Octava y Novena Sinfonías.
El Allegretto se lanza a un patrón rítmico oscilante, típico de Shostakovich, como la traducción en música de animadas conversaciones callejeras. Algo que "no debe interpretarse con espíritu de malicia, sino con amor", advertía el mismo autor.
Le siguen dos scherzos en una vena ligeramente sarcástica: el primero (Moderato con moto), en un pianissimo apenas tocado (como quien no quiere la cosa) o resaltado forte en una frase rabiosa, el segundo (Allegro non troppo) cínico, más martillado y afilado como un cuchillo, progresando con su estilo de tocar la batería.
El Adagio está atravesado por el cuestionamiento de su tema repetido, donde la magia del teclado tiene un lugar esencial. Al final del Moderato, una tímida sensación de retorno a la vida, en un discurso trotón, luchaba con una visión trágica.
Giltburg venía con el impulso de la ágil carrerilla que había tomado al tocar la Sonata nº 23 en fa menor op 57 del genio de Bonn, de forma apasionada y al mismo tiempo llena de misterio. Una sensación de urgencia se desprendía de esa lectura de absoluto rigor (Allegro assai): acordes machacantes, dinámicas abiertas con retumbos del bajo, que daban al desarrollo un aspecto colosal de cabalgata heroica.
La relativa sencillez liberadora del Andante con moto se tradujo en un enfoque hierático y una progresión inteligentemente ordenada. El Allegro ma non troppo - Presto sedujo por su volubilidad, que no perturbaba la inteligibilidad de un discurso que, sin embargo, estaba cargado. Como dice el pianista: '
Para recordar a Beethoven no hace falta un aniversario, él está siempre y todos los días presente en mí.
La interpretación de la formidable Sonata nº 32 op 111, con la que Giltburg cerró el recital, fue igualmente inspirada. La obra de ''la fuerza recobrada", como evocara en su tiempo el Premio Nobel de Literatura (1915) y crítico musical Romain Rolland, fue el último logro.
Contrastaba un primer movimiento, Maestoso - Allegro con brio ed appassionato, lleno de poder, revuelta y violencia controlada, con un segundo, Arietta. Adagio molto semplice e cantabile, lleno de sabiduría en el curso de variaciones en las que se sucedían los sueños, la agitación, la carrera atormentada y, finalmente, la paz y el fervor. Las rupturas rítmicas, características del último periodo de Beethoven, no tienen secretos para Boris Giltburg.
La Sonata nº 31 en la bemol mayor op 110 de Beethoven parecía, en su apertura, al comienzo de la segunda parte del concierto, perseguir la última idea de Shostakovich: el Moderato cantabile, molto espressivo ofrecía una efusión lírica similar. La libertad de la forma era igualmente evidente, sugiriendo una fantasía en sus grandes progresiones.
El Allegro molto Giltburg lo tomó de forma muy brusca en el ataque. El segundo tema se cortaba por su nerviosismo y la repetición es aún más animada antes de un final más tranquilo. El final del Adagio, ma non troppo – Arioso dolente – Fuga. Allegro, ma non troppo – L'istesso tempo di Arioso – L'istesso tempo della Fuga poi a poi di nuovo vivente tiene aquí una grandeza trascendente; en especial en la sección de recitativos (Arioso dolente), una canción de lamento y congoja.
La fuga la interpretó Boris Giltburg con serenidad al principio, y luego de forma más marcada en sus acordes orgullosamente afirmados, que se vuelven cada vez más fuertes. La complejidad inherente a este pasaje sigue siendo extremadamente clara. El uso de potentes contrastes es una constante en la música de Beethoven y el toque de este pianista es enormemente placentero, a veces, revelador, ideal para el último Beethoven.
Las aclamaciones y sonoras expresiones de aprobación no se hicieron esperar al final. Uno podría pensar que el concertista había dado todo de sí y no estaba dispuesto a entregar un bis. Pero nos equivocamos, para disfrute de la platea, Giltburg ofreció un precioso fragmento del Carnaval op 9 de Robert Schumann en homenaje a Düsseldorf.
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