Francia
Aburrir con una obra maestra
Francisco Leonarte
Quien escribe estas líneas llegó el sábado 5
de noviembre, cansado pero con ilusión por ver la obra maestra de Gluck. Y se
aburrió : no fue el único, de hecho ... Volvió pues al miércoles
siguiente, el 9 de noviembre, cambiando de localidad. Y se volvió a aburrir ...
Y es que esto de la ópera no sólo depende de la partitura...
La de Gluck es una obra maestra. Sin duda.
Aborda un buen libreto de Quinault sobre el que casi un siglo antes Lully había
compuesto una partitura que se tenía por parangón de la tragédie lyrique,
de la ópera a la francesa. Una obra maestra, también la de Gluck, porque
consigue desmarcarse de la obra de Lully sin traicionar el libreto de Quinault.
Porque todas las inflexiones, todos los sentimientos de los distintos
personajes, todas las situaciones, están reflejadas musicalmente con una paleta
nueva para la época que sigue emocionando hoy.
Eso sí, como en toda ópera francesa (hasta entrado el siglo XX), hay ballet. Mucho ballet, mucho momento de puro divertimento.
Buen plantel de cantantes
Puede decirse que en general los cantantes
están a la altura de las exigencias de la partitura. Máxime en una sala como la
de la Opera-Comique cuya acústica les favorece.
Cierto que a Ian Bostridge no siempre se le
entiende, cierto que es exagerado en su fraseo, escaso de delicadeza, ‘atacando’
las palabras con dejes veristas en su entrada. Digamos que lo compensa con buen
volumen.
Pero en sus respectivos roles -supuestamente
más pequeños y menos comprometidos- Florie Valiquette está deliciosa, así como Apolline
Raï-Westphal (aunque una y otra pueden todavía ganar en inteligibilidad),
Philippe Estèphe luce una bonita voz (tal vez le falte todavía un punto de
volumen para la particella heroica que le es atribuida), y Enguerrand de Hys
muestra a la vez bonito fraseo, buen squillo, y bonito timbre. Anaïk Morel,
como el Odio (la Haine) hace una buena prestación, pero no consigue
impresionar.
Mención aparte merece la voz hermosa y la
implicación de Edwin Crossley-Mercer como Hidraot. Sobrado de medios, se come
su papel con patatas.
Y sobre todo, esta producción cuenta con la magnífica Véronique Gens que echa toda la carne en el asador en los momentos de intensidad dramática, que derrocha sensibilidad, cuya inteligibilidad es casi constante y cuyo arte del canto hace que todo parezca fácil y natural. Con mucho, lo mejor de la noche. Sólo por escucharla, en el final del acto III, pedir, desamparada, protección al amor en uno de los más hermosos finales de acto de todo el repertorio, vale la pena acudir a esta Armide. A pesar de todos los defectos de la puesta en escena.
Puesta en escena fallida
Y es que esto de la puesta en escena es muy
complejo.
Ya saben ustedes que la dirección de escena
comprende, por un lado, la supervisión de vestuario, atrezzo, escenografía,
iluminación y coreografía, que han de corresponder a la idea de quien dirige
escénicamente sin cuyo visto bueno nada puede tener lugar. Por otro la
dirección de escena ha de encargarse de dirigir a los actores-cantantes, masas
corales, bailarines y figurantes, lo cual supone nutrirles para que encarnen a
los distintos personajes, de tal forma que el público pueda creer en ellos.
Eso implica también fijar sus movimientos
escénicos -aunque sólo sea aproximadamente- de suerte que todo tenga un
sentido, que el texto se materialice, y que lo que el público vea y escuche
corresponda a lo escrito por el autor. Y si hay música, se añade la dificultad
de que todo eso potencie además la partitura. Y si además se consigue que el
público, gracias a la puesta en escena, descubra nuevos aspectos de la obra,
ahí ya podemos todos cantar bingo.
Muy complejo.
A menudo el-la director/a de escena se ocupa
sólo del aspecto visual. Trabajan una imagen bonita con el escenógrafo (o se
encargan directamente de la escenografía) y el resto que se apañe (de hecho leo
con frecuencia opiniones de aficionados que identifican la dirección de escena
con la mera escenografía). Pero en tales casos la puesta en escena suele ser
desastrosa porque no se ha trabajado con los actores-cantantes.
En otras ocasiones -a menudo por desgracia- la
dirección de escena tiene una idea ‘brillante’ e intenta que todo se
supedite a su idea. E incurre ineluctablemente en contrasentido porque su
concepción choca con la de los autores literarios y/o musicales.
En otras simple y sencillamente la dirección
de escena tiene más ínfulas que inteligencia, e intenta hacer pasar como ideas
brillantes lo que no son sino banalidades mil veces servidas...
En fín, todo este rollo para simplemente
señalar que la puesta en escena de Lilo Baur le hace un flaco favor a la obra
de Gluck/Quinault. Porque mete el ballet cuando la obra no lo pide, y escamotea
el ballet cuando la obra lo pide (y lo pide a menudo, como en toda obra del
XVIII francés).
De tal manera que, con esta puesta en escena,
los momentos de divertimento se convierten en momentos de aburrrimiento.
Porque además los movimientos coreográficos
están especialmente descuidados, la coreografía se limita a tres o cuatro
gestos, siempre los mismos, con una pobreza de imaginación pocas veces
igualada: de hecho ni siquiera se cita en el programa a un/a coreográfo.
Y lo entiendo, porque si yo hubiese diseñado 'eso', tampoco me atrevería a
aparecer en el programa. De hecho, la entrada de ballet en que simplemente el
coro se arrastra por el suelo puede encontrarse entre los momentos más idiotas
de la temporada operística. Un ridículo importante.
Porque los trajes son de una fealdad más que
notable, dando por ejemplo la impresión de que a la pobre Véronique Gens la ha
vestido su peor enemigo.
Porque con esa manía actual del 'decorado
único', por muy bonito que sea el decorado, se sustrae la sensación de paso
del tiempo, y se instala la monotonía, terminando por aburrir.
Porque lo que a la señora Baur (sí, Lilo es
una señora) le parece una idea genial : contraponer al pueblo llano (en
realidad el coro no va vestido de pueblo llano, sino de trogloditas con paja en
el pelo y con sonrisa idiota) a la aristocracia de los personajes principales
no sólo está 'más visto que La Chelito', sino que además no funciona porque no es
el propósito de los autores y hay que meterlo con calzador.
Porque el aspecto fantástico, especialmente
presente en la obra original (recordemos que Armide es una maga, que hay apariciones
y desapariciones, y filtros y encantos, y llegada de espíritus, y venida de
espectros infernales, etc) está totalmente descuidado : los famosos
espectros infernales son el coro revestido de capa negra con capucha de tres al
cuarto, como estudiantes en chanza universitaria de la serie American Pie...
Total, que hay poco que rascar, y uno se aburre como rata muerta ...
Y la orquesta...
Al frente de la particularmente prestigiosa
orquesta barroca Les Talens lyriques, su director, particularmente prestigioso,
Christophe Rousset. En varias ocasiones he tenido ocasión de emocionarme con
Rousset y su Talens Lyriques, escuchándole mil matices en concierto. Pero en
esta ocasión lo tiene muy difícil...
Cuando se trata de acción o de sentimientos,
en especial cuando Gens está en escena, Rousset encuentra los acentos
oportunos, su orquesta vibra con el personaje, y en ocasiones, como cuando se
trata de Bostridge, mejor que el personaje...
Pero cuando se trata de divertimento, de puro momento de ballet o de arietas bonitas pero sin transcendencia, Rousset, falto del adecuado soporte escénico, no consigue fijar la atención del oyente; las repeticiones de motivo y las variaciones musicales que tendrían todo su sentido con un buen movimiento visual o coreográfico, se convierten así en meras repeticiones. El director musical tendría que tener una imaginación desbordante para encontrar en dichas repeticiones matices distintos que nos las hicieran atractivas. Y como no es el caso, uno termina por aburrirse ...
Eso sí, la orquesta sonó siempre impecable -timbales, trompeta y trompas naturales, oboes, flautas, violines, violas cellos y contrabajos- y si cito a todos los pupitres es porque todos merecen ser citados.
Pero bueno, lo que decíamos antes, que a pesar de los momentos de aburrimiento -véase de irritación- por una puesta en escena idiota (que sin embargo no fue silbada, tal vez porque no era con trajes del siglo XX...), la partitura contiene momentos de intensidad que fueron muy bien servidos musicalmente. Quedémonos con eso.
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