Alemania

Penuria islandesa, placeres rusos

J.G. Messerschmidt
martes, 22 de noviembre de 2022
Gustavo Gimeno © 2018 by Palau de la música Gustavo Gimeno © 2018 by Palau de la música
Múnich, sábado, 12 de noviembre de 2022. Isarphilharmonie. Anna Thorvaldsdottir: "Archora". Serguei Rachmaninov: Rapsodia para piano y orquesta en La menor sobre un tema de Paganini Op. 43. Nikolai Rimsky-Korsakov: "Scheherazade", suite sinfónica para orquesta Op. 35. Beatrice Rana, piano. Orquesta Filarmónica de Múnich. Gustavo Gimeno, director.
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Si la BBC, el festival Klangspuren Schwaz (Tirol) y cuatro orquestas sinfónicas (Orquesta de París, Filarmónica de Múnich, Filarmónica de Los Ángeles, Sinfónica de Islandia, de las cuales las dos o tres primeras forman parte de la "élite" musical internacional) se ponen de acuerdo para encargar conjuntamente una obra, sería razonable esperar de tan magna empresa un resultado digno de sus ilustres patrocinadores. Pero bien sabía Horacio, hace más de dos mil años, que no siempre es así. Al escuchar la pieza titulada Archora de la compositora islandesa Anna Thorvaldsdottir es imposible no recordar las palabras del poeta romano en su Ars poetica: "parturient montes, nascitur ridiculus mus", paren los montes y nace un irrisorio ratón. En este parto de los montes se da a luz un producto más o menos atonal, uno más entre otros muchos, muchísimos, incontables, manufacturados y (afortunadamente) olvidados en los últimos ochenta años. No faltan los manidos y en estos casos aparentemente preceptivos efectismos tímbricos. En 1960 ciertos pasajes de Archora habrían podido emplearse de banda sonora en una película de terror de la "serie B". En 2022 esta pieza sólo para alargar molestamente un concierto y para hacer dormir o perder los nervios al oyente, según su disposición y temperamento. 

En nuestras dos anteriores críticas desde Múnich comentábamos sendas e insatisfactorias interpretaciones de conciertos de Rachmaninov. La velada aquí reseñada es, por fin, un buen ejemplo de lo que debe ser una interpretación de Rachmaninov. En Beatrice Rana hallamos a una joven intérprete capaz de captar el verdadero espíritu del gran compositor ruso. El nivel técnico de esta pianista italiana es excepcionalmente alto, su limpio virtuosismo está fuera de toda duda. En ciertos pasajes puede resultar algo excesivo, de modo que una mayor contención, un mayor redondeamiento del sonido, un menor nerviosismo no estarían de más y conseguirían realzar aún más su musicalidad. 

Su lectura, decididamente romántica, se mueve entre dos polos: un muy tenso, tempestuoso apasionamiento y un sensibilísimo lirismo, en el se advierten un fraseo y una dinámica refinados y en el que la intérprete transforma la voz del piano en auténtico belcanto, verdadera piedra de toque de toda gran intepretación. Ciertamente, la expresión, concretada tanto en un stacatto acrobático como en un bellísimo y amplio legato, es de una gran riqueza, bien concertada con una exposición coherente de la estructura y de las facetas musicalmente más "intelectuales" o conceptuales de la Rapsodia

En el impresionante final Beatrice Rana logra una fusión de los antagonismos que tensaron su interpretación a lo largo de toda la obra. Este final no es sólo una apoteosis de cierre, es sobre todo síntesis y solución de la dicotomía que plantea el compositor, es plenitud musical, conceptual y emotiva. Quizá lo más apreciable en la interpretación de Beatrice Rana sea precisamente su cabal comprensión de la obra, del lenguaje y de las intenciones de Rachmaninov. La orquesta la acompaña congenial y brillantemente, anticipando las cualidades que lucirá en la segunda parte del concierto. 

De Gustavo Gimeno conocíamos sólo el nombre, pero ninguna referencia. No es un director que venga precedido de una inmensa fama. Múnich es una ciudad por la que cada temporada pasan unos cuantos directores celebérrimos y bastantes más de gran calidad aunque sin tanto renombre. Sin embargo no todos los días ni todos los años se puede escuchar una interpretación tan memorable como la que Gustavo Gimeno hizo de Scheherezade. La Orquesta Filarmónica de Múnich se mostró en esta obra bastante más que inspirada, lo cual quizá no solamente sea atribuíble a las indiscutibles virtudes de este conjunto, sino también muy posiblemente a la influencia del director sobre los músicos. Y hablamos aquí de inspiración, sin entrar en la perfección técnica que, salvo un fugaz tropiezo de las maderas, se manifestó a lo largo de toda la obra. 

La dirección orquestal de Gustavo Gimeno, sus cualidades y sus puntos fuertes resultan muy idóneos para esta Scheherezade. Este director valenciano enfoca la obra desde un punto de vista eminentemente narrativo; la orquesta cuenta una historia, o mejor dicho varias entrelazadas, tal como aparece en el programa de la pieza. La dicción melódica es tersa y fluída y está fundamentada en un fraseo amplio, en el que la música respira libremente. La ligereza del planteamiento no implica superficialidad, sino que es un modo de seducir al oyente.  El discurso es como el de un buen narrador, de esos que nos hacen "ver" en imágenes lo que ha sido presentado en palabras, aquí en notas y compases. Gustavo Gimeno es un maestro de los fuertes contrastes y los finos matices tímbricos (excelente su concepto del papel de la percusión) y de las logradas contraposiciones temáticas que se superponen a las de los planos sonoros y se complementan con ellas. Las transiciones pueden ser muy sutiles, pero también abruptas y es ese juego el que mantiene sin desmayos una extraordinaria tensión en un relato musical donde hay lugar para una amplia gama de estados de ánimo. 

Esta Scheherezade es una sucesión narrativa, muy bien trabada, de escenas e imágenes de un oriente fantástico, como salidas de una tela de Fortuny o Gérôme. Precisamente lo más interesante de esta versión, lo que la hace irresistible, es su colorido y luminosidad. Es un lugar común hablar de color y de luz en referencia a artistas valencianos (Óscar Esplá, Joaquín Sorolla, Gabriel Miró...), pero lo cierto es que estos factores son puntos fuertes en la lectura que el también valenciano Gustavo Gimeno hace de la partitura. En todo caso, la afinidad con Rimsky-Korsakov y la intimidad con su obra constituyen el sólido fundamento de esta exquisita versión de Scheherezade

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