Alemania

Un paso adelante

Juan Carlos Tellechea
miércoles, 23 de noviembre de 2022
Isabelle Faust © 2022 by Opus 3 Artists Isabelle Faust © 2022 by Opus 3 Artists
Essen, domingo, 20 de noviembre de 2022. Gran sala auditorio Alfried Krupp de la Philharmonie Essen. Johannes Brahms, Obertura trágica en re menor op 81, Sinfonía nº 2 en re mayor op 73. Antonín Dvořák, Concierto para violín y orquesta en la menor op 53. Solista Isabelle Faust (violín). Orchestre des Champs-Élysées. Director, Philippe Herreweghe. 100% del aforo
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Hasta no hace mucho tiempo atrás, el Concierto para violín de Antonín Dvořák se tocaba poco. Recuerdo que en 1965 el sello Deutsche Grammophon sacaba un LP con Édith Peinemann que permitiría a muchos melómanos europeos de aquel entonces, digamos, ''descubrir'' la obra. Encargada por el gran virtuoso Josef Joaquim, la pieza tuvo una génesis difícil, ya que el violinista consideraba insatisfactoria la parte solista, en un primer borrador de 1879, y obligaría al compositor a rehacer su partitura de principio a fin.

Más tarde tampoco quedaría satisfecho con su revisión, pues consideraba que el concierto no estaba lo suficientemente desarrollado como para ser presentado al público. Por lo tanto, no realizó la primera representación, dejando esta tarea a uno de sus colegas en 1883.

Sin embargo, estamos ante una composición interesante que marcó un paso adelante en el dominio del músico checo de la forma concertante, que alcanzaría su apogeo con el Concierto para violonchelo de 1895. La expresividad de la parte solista, su amplitud melódica, se combina con una habilidad rítmica que revela toda el alma checa.

La actuación de Isabelle Faust esta tarde en la gran sala auditorio Alfried Krupp de la Philharmonie Essen, de sobresaliente acústica, lo demostró claramente. Después de los enérgicos acordes que abren el Allegro ma non troppo inicial, instaló el bello tema eslavo, amplio y generoso, y un discurso firme, sin concesiones. El segundo tema, más apasionado, aumentaba su expresividad. Era de admirar aquí un arco seguro y sutil, en particular en los intercambios con el oboe. Philippe Herreweghe, al frente de la experimentada Orchestre des Champs-Élysées, con sus instrumentos históricos (cuerdas de tripa incluidas), proporcionaba el más refinado de los acompañamientos, tocando la pequeña armonía con gran discreción, una característica distintiva de toda esta actuación.

El Adagio ma non troppo, que le sigue, es profundamente íntimo, con más ráfagas voluntaristas de delicados tonos eslavos: una tierna oración en el diálogo de la solista con las maderas, e incluso la trompa que acompañaba los últimos compases del violín tocado en un pianissimo tan fino como un hilo. El entendimiento con el director fue felicísimo en cuanto a la integración del instrumento solista en el tejido orquestal. 

El Finale. Allegro giocoso, ma non troppo comenzó como un brinco y mostró una vez más hasta qué punto la violinista hacía muy suyo el espíritu de esta música, ese inconfundible brío popular bohemio. No hay nada de virtuosismo exhibicionista en los diversos fragmentos de danza con los que Dvořák salpica este Allegro giocoso que contrasta con furia endemoniada una dumka de dulce languidez. El toque voluble y perlado de Isabelle Faust acompañaba con gracia la profusión de temas reunidos por el compositor, que Herreweghe colocaba sobre un suntuoso escenario orquestal. Como bis y antes del intervalo, Isabelle Faust tocó el movimiento lento de una de las sonatas de Eugène Ysaÿe para violín solo, en la que el tema del Dies irae aparece de fondo, tocado en un pianissimo hechizante y etéreo que se evanescía en el aire.

La velada había dado inicio con la Obertura trágica op 81, de Johannes Brahms, una pieza escrita en 1880 en la tonalidad de re menor. La composición, mucho más personalizada y estructurada (en tres secciones: Allegro ma non troppo; Molto più moderato; Tempo primo ma tranquillo) que la Obertura del festival académico que Brahms escribiera en aquel mismo año, ha suscitado durante largo tiempo y equivocadamente varias tentativas de interpretación literaria. Cabe agregar que la Obertura trágica es casi la antítesis exacta de la Obertura del festival académico. De hecho, en su estado de ánimo oscuro, agitado y violento, apenas se mueve hacia algo que pueda evocar la serenidad. 

Como siempre en Brahms, esta no es más que una obra de música pura, pero muy representativa de su temperamento nórdico: tiene un carácter fogoso, rudo, huraño, con momentos en los que el motivo parece inmovilizarse e interiorizarse. En la sección de desarrollo, incluye un tema con ritmo de marcha atenuada y enigmática que Phlippe Herreweghe interpretó brillantemente con su orquesta, fundada por él mismo hace 31 años. 

Después del intervalo ofrecieron la denominada ''Pastoral'' de Johannes Brahms, la Sinfonía nº 2 en re mayor, op 73, ricamente pictórica y colorida, que compuso en el verano de 1877; la comenzó en Pörtschach, junto al lago de Wörth (Carintia/Austria), y la terminó en Lichtental (en las afueras de Baden-Baden), donde se encontraba con Clara Schumann y donde había completado la Sinfonía nº 1 (en do menor) el verano anterior. 

Para el programa de esta tarde, la presente fue una combinación sensata con el Concierto para violín. Herreweghe evocaba, en la presentación previa ante el público que colmaba la sala de la Filarmónica de Essen, que en aquellos años un Brahms ya famoso apadrinaba a un Dvořák poco conocido inicialmente. 

Pero, ¿qué tenía la música de Dvořák que entusiasmaba a Brahms? ¿Admiraba el compositor de Hamburgo la claridad folclórico-melódica y el orden transparente de este bohemio de a pie? En cualquier caso, esta es una cualidad definitoria de la Sinfonía nº 4 en mi menor, en la que el ya maduro compositor conseguiría crear efectos impresionantes y diversos estados de ánimo con los medios más sencillos. 

La Orchestre des Champs-Élysées interpretó sin esfuerzo y con precisión cada movimiento de la Sinfonía nº 2, siguiendo ajustadamente la clara dirección de Herreweghe con el enorme vocabulario que imprimen sus manos, siempre encontrando el gesto adecuado para cada matiz, por muy sutil que fuere. En ese entendimiento tan íntimo, el espectro de expresión apenas conocía límites.

El director utilizó este lenguaje con profusión, desde las melodías suaves en delicados tonos pastel (Allegro non troppo) hasta los violentos estallidos; desde la solemne lentitud del Adagio non troppo hasta la salvaje cabalgada del movimiento final (Allegro con spirito); desde la alegre ligereza danzante hasta los triunfantes fuegos artificiales con afilados metales (Allegretto grazioso / Quasi Andantino). Mas siempre con un ojo para los contrastes y los giros sorprendentes. No hubo bises, pero las ovaciones fueron incontenibles.

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