España - Cataluña
Un buen Tríptico, con algunos puntos de fuerza
Jorge Binaghi

Me he enterado por el sitio del teatro de que ésta es la
obra ‘más ambiciosa’ de Puccini e igualmente de otras cosas, que tampoco creo
ciertas, de modo que voy a empezar citando a Mosco Carner en su famoso Giacomo Puccini. Biografia critica (cito
por la edición italiana; la traducción me pertenece):
El mismo Puccini tenía dudas sobre la oportunidad de este título genérico: Trittico. Porque, a diferencia de los tres paneles de un tríptico, sus tres óperas no forman un todo narrativo, ni hay una vinculación evidente entre sus argumentos. Y sin embargo, yo diría que existe una conexión, aunque vaga y latente, existe. Se recordará el proyecto inicial de tomar los tres episodios, respectivamente, del Infierno, el Purgatorio, y el Paraíso de Dante. [...] . Desde este punto de vista, los tres episodios del Trittico sugieren la idea de un gradual ascenso de la oscuridad a la luz, y he aquí, a mi entender, que hay un elemento de cohesión, más ideal que material. (pág. 573).
La cita es larga ya así, pero me interesa la primera
parte, que es la objetiva. La última, la subjetiva, puede aceptarse o no. De
hecho, no la acepta la presente producción, ya que los dos primeros ‘episodios’
se dan sin solución de continuidad (no tiene mucho sentido) unidos por la
ceremonia del entierro de los dos niños en parte causantes de los respectivos
dramas o dramones. Como quiera que sea, sí que la muerte, en sus distintos
aspectos (natural, homicidio, suicidio) aparece en las tres, y que si el único
texto tomado de Dante es del Infierno es
justamente el único cómico y final, el de más luz.
Puestos a especular, podría bien decirse que las tres
obras son ‘infernales’ en el sentido de que presentan desde prismas distintos
engaño, traición, fraude, y todas las bellezas que acompañan a nuestros
congéneres, y más bien es una ilustración ‘ante litteram’ de aquella frase
sartreana según la cual el infierno son los otros. Pero dejemos la especulación
que vale tanto como cualquier otra con la que se sienta cátedra y vayamos a los
resultados concretos.
La puesta en escena de De Beer ha sido una sorpresa. Tras
su terrible y deformante presentación hace tres años de Los pescadores de perlas (un título delicado al que hundió sin
piedad) y de su terrorífica Aida parisina
del primer año de pandemia (cuando la vi pensé que había cosas peores que el
virus), esta producción procedente de la usualmente atroz Ópera de Múnich
pareció maravillosa.
Digo ‘pareció’. El horrible tubo que sirve de escena
única (alguien dijo ‘el túnel del tiempo’) es funcional aunque más no sea para
poner a girar a alguno de los diferentes muertos al final o al principio de las
obras, la idea de comenzar las dos primeras con el entierro de los críos no
deja de tener interés aunque el paso de la primera a la segunda más forzado no
pueda ser (si se tiene en cuenta que en la última hay dos niños insufribles -en
su origen era uno solo, pero al parecer aquí pertenecen a una familia numerosa
ya que Nella está embarazada -otra novedad- a lo mejor quiere decir que vaya a
saber de qué calvario se libraron las protagonistas primera y segunda). El vestuario,
oh, respetó las épocas aunque la del convento estuvo más bien ‘esencializada’
salvo en el traje de la Principessa.
Lo mejor en todos los aspectos me pareció Il Tabarro, en particular por la
sensacional prestación de Davidsen que hizo parecer a Giorgetta, un personaje
difícil e ingrato en lo musical, un juego de niños y en la que sólo se podría
desear en algunos momentos una mejor articulación del italiano, pero cuando se
entiende no hay ni traza de acento. Fue también buena artista.
De los otros intérpretes diré que hubo buenas
prestaciones de los comprimarios masculinos (Valeriano Lanchas, Marc Sala,
Pablo García-López) y que Jovanovich encontró en Luigi un rol en el que puede
sin problemas desgañitarse como suele con buen rendimiento, color y prestancia.
El Michele de Maestri, pese a su emisión del agudo cada vez más peculiar,
estuvo bien salvo cuando tuvo que entonar el único momento lírico de su parte.
El otro gran punto importante fue la presentación de
Mälkki, una batuta precisa y significativa, que logró resultados mayúsculos de
la orquesta, a la que sólo puede imputarse su importante trabajo sinfónico que,
si bien logró resaltar la maestría, complejidad y refinamiento de la
orquestación de Puccini, en algunos momentos, y sobre todo en esta primera
obra, dio un volumen mayor que el aconsejable. Pero la actuación de la orquesta
fue una auténtica fuente de placer y de sentido dramático todo el tiempo.
También el coro, que tenía partes breves o ninguna, salvo
en Suor Angelica, donde fue bien
acompañado del coro infantil del Orfeó Català (preparado por Glòria Coma),
ratificó su buen hacer.
Precisamente Suor Angelica resulta siempre la más difícil de tratar por su propio argumento. Aquí se decidió tomarla de entrada como una marginal desequilibrada sometida al castigo de cortar su cabello (no soy un experto en esto, ¿pero no es que todas las monjas de entonces lo llevaban al ras?). y un ejemplo que evitar por rebelde (si se lee el texto se encuentra que esto es un disparate). El desequilibrio emocional (si lo hay) lo provoca la noticia de la muerte del hijo y la visita de su implacable tía (aquí muy bien marcada, hasta con algún destello de humanidad que no llega a concretarse).
Jaho es una cantante muy apreciada aquí y en todas partes. Nunca he entendido por
qué. Esta vez sí estuvo muy intensa en su actuación y la voz pareció más firme,
pero sus famosos piani (el único momento en que su voz siempre me ha
interesado) fueron cortos y velados, el agudo nunca ha sido su fuerte (quisiera
saber qué diría hoy el crítico de la revista Opera inglesa que en su momento
reprochó a Tebaldi optar por las soluciones más bajas en su grabación), y el
color más opaco y desabrido que nunca. Obtuvo un gran éxito.
Barcellona estuvo realmente bien en un papel que parecía
alejado en principio de su terreno habitual. Del resto cabe destacar la bien
cantada y actuada Suor Genovieffa de Mercedes Gancedo. Las otras monjas tuvieron desempeño variado siendo la más
interesante Marta Infante en la maestra de las novicias.
Gianni
Schicchi se presta al grand guignol y en él se cayó más de una
vez, ya desde la actuación del protagonista de Maestri (en su caso sobre todo
por los ‘efectos’ vocales -en la última versión integral del Trittico aquí mismo, buena por cierto y
sin que se la anunciara como el nuevo milagro, un veterano como Panerai, que
tampoco ahorraba sus ‘cargas’, estuvo mucho más contenido…y variado). Tal vez
lo peor haya sido el vómito de uno de los infantes sobre su padre que luego
queda en calzoncillos…
La Zita de Barcellona fue muy divertida aunque algo
clara, y del resto de los parientes convendría destacar a Stefano Palatchi (un
Simone aún gallardo), y la Nella de Berna Perles, que aquí pudo lucir sus
agudos. También una mención para Tomeu Bibiloni en su buen Ser Amantio di
Nicolao, el notario.
La pareja juvenil (que ya había figurado muy bien en la
breve intervención de los amantes en lo que se supone era el puente sobre el
Sena de Il tabarro) estuvo formada
por la juvenil y brillante Ruth Iniesta (una Lauretta que sacó el partido
posible aquí de su famoso ‘babbino caro’) y un Iván Ayón-Rivas, buen tenor en
su aria y en el resto, pero sobre todo excelente actor como nunca antes lo
había visto (tal vez también un mérito de la directora de escena para que se
vea que no estoy dispuesto a colgarle siempre sólo los defectos).
Mucho público y muy contento, aunque la sala no estaba
llena. Las mayores ovaciones fueron, por ese orden, para Davidsen, Mälkki y
Jaho.
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