España - Andalucía
Bodas meridionales
Pedro Coco

Si bien no se puede lamentar el aficionado mozartiano del Maestranza de la ausencia de sus “títulos sevillanos” en la historia del teatro, pues si la memoria de quien esto firma no falla tres han sido las ocasiones en que se han propuesto desde 1992 tanto Don Giovanni como Las bodas de Fígaro, sí que podría hacerlo en cuanto a la escasez de títulos de Mozart en comparación con los de otros compositores. En treinta años, aún no se han podido ver en sus tablas ni La clemenza di Tito, ni Idomeneo ni El rapto en el serrallo; aunque no tengan la acogida del cuarteto más popular -lo único que hemos podido disfrutar, a excepción de una versión en concierto de Der Schauspieldirektor-, son imprescindibles en la nómina de un teatro ya con un cierto recorrido.
Dicho esto, siempre es una experiencia placentera asistir en vivo a una representación de uno de los títulos más redondos de la historia del género, que esta vez, mejorando acto a acto, se presentaba con un elenco de protagonistas de perfil italoespañol, quizás intentándose demostrar que las voces mediterráneas son igualmente afines a un repertorio que suelen frecuentar con menos asiduidad. Y fueron las femeninas las que se desenvolvieron con mejores resultados a lo largo de la noche.
En primer lugar, y debutando el rol, destacó la fresca recreación de la ya habitual en Sevilla Natalia Labourdette como Susanna. La soprano, de proyección suficiente para llenar la sala, fue creciéndose hasta culminar con nota ese bombón que es el “Deh vieni non tardar”. Reguló con seguridad y fraseó con gusto, algo que también podría decirse de la más veterana Carmela Remigio como Condesa; aportó frescura y temperamento al personaje, con una visión más cómica y menos melancólica o aristocrática de lo habitual que la acercaba por momentos a la Rosina de unos años antes. Con un buen dominio técnico, supo sortear escollos e imponerse al foso en sus dos arias. Por último, sedujo por desparpajo escénico e impecable construcción del personaje el Cherubino de Cecilia Molinari; encandilaba la calidez del timbre y la cuidada articulación, y sorprendió que no recibiera aplausos en ninguna de sus dos intervenciones solistas, pues sin duda los mereció.
La indisposición anunciada del
protagonista masculino, Alessio Arduini, impidió que a su soltura sobre las
tablas y buen trabajo actoral se le uniera una redonda interpretación musical
de Fígaro, pero el empeño no le faltó. Si bien tuvo problemas para traspasar el
sonido del foso en algunas ocasiones, el color se vislumbró adecuado para el
personaje, y se empeñó con buenos resultados en una muy bien resuelta “Aprite
un po’ quegli occhi”. Por su parte, Vittorio Prato delineó un Conde distante y
altivo y su interpretación fue ganando enteros a lo largo de la ópera.
La selección de secundarios fue
un acierto, empezando por el rotundo Bartolo de Ricardo Seguel y terminando por
la deliciosa Barbarina de Inés Ballesteros. Amparo Navarro pudo demostrar buen
hacer con la oportunidad que se le ofreció de la poco frecuente “Il capro e la
capreta”; lamentablemente, se privó al siempre acertado Manuel de Diego, ya
Basilio en la anterior producción, de interpretar “In quegl’anni”.
La lectura de Corrado Rovaris,
que prefirió un foso elevado al que le imprimió un ritmo muy vivo desde el
inicio, comenzó a convencernos más a partir del tercer acto, con una implicada
Sinfónica de Sevilla que sonó muy homogénea. Del mismo modo, fue impecable la
labor del empastado coro.
Y tras dos ocasiones en las que Las
bodas de Fígaro se propusieron al público del Maestranza con la detallista
y muy alabada producción del equipo Castro-Frigerio-Squarciapino, en esta, la
dirección del teatro ha optado por una alternativa igualmente cuidada,
procedente del madrileño Teatro Real. El planteamiento es muy similar, tanto en
el movimiento de actores ideado por Emilio Sagi como en los vistosos decorados
de Daniel Bianco; y especialmente en la atenta iluminación que intentaba marcar
fielmente el transcurso de las horas de una folle journée que, al igual
que ocurre en el libreto, aquí fue enriqueciéndose a medida que pasaba el
tiempo.
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