España - Galicia
Despedida de Paul Daniel
Alfredo López-Vivié Palencia

Último concierto de Paul Daniel como director artístico de la Real Filharmonía de Galicia, con un programa que -según dijo él mismo- contiene tres de las obras que más le gustan de todo el repertorio. Pues bueno.
No se puede negar que él las disfrutó, y que la orquesta las tocó a gusto; incluso que al público también le agradaron (hubo conatos de aplauso tras cada movimiento de la Serenata de Dvořák).
Además, fue un bonito detalle que antes del descanso salieran todos los miembros de la orquesta a aplaudir al maestro, mientras una cuarta parte del respetable se ponía en pie para dar solemnidad a la despedida.
La Serenata de Strauss es una breve pieza de juventud escrita para maderas a dos, cuarteto de trompas y contrabajo, que en ciertos pasajes recuerda el Idilio de Sigfrido de Wagner pero que no deja de ser una mera curiosidad.
Dvořák compuso la suya -para dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, tres trompas, violonchelo y contrabajo- ya siendo talludito, de manera que se nota muy claramente en el Trio del Minueto y en el Finale cómo había llegado a dominar la incorporación de las danzas regionales a su obra; la cosa suena equilibrada pero al final tampoco provoca una impresión duradera.
La Serenata para cuerdas de Chaicovski no por conocida es menos cargante: buenísimas ideas y melodías preciosas que a fuerza de repetirse acaban por aburrir.
Nada que objetar a las interpretaciones, que salieron idiomáticas en concepto y limpias en ejecución. Estupendos los primeros atriles de oboe y clarinete, magnífico -como siempre- el primer contrabajo, y qué revelador observar cómo el principal de los segundos violines seguía al concertino -y no al director- en cada “rubato” del vals de Chaicovski (aprovechando que en esta obra, por una vez, los segundos violines tocan muchos compases al unísono con los primeros).
En balance general, los diez años de Paul Daniel al frente de la
Por suerte, las primeras han sido más numerosas que las segundas, porque Daniel conoce el oficio y se ha atenido -casi siempre- a las posibilidades de los medios a su disposición. Entre sus virtudes destacan una gran expresividad y una atención incansable a los planos sonoros; entre sus defectos, diría que adolece de cierta dificultad para mantener un tiempo constante, y que precisamente esa expresividad desbordante a veces le lleva a descuidar el refinamiento sonoro. Pero no tengo la menor duda de que sabe ejercitar su poder de seducción y que, por tanto, la Real Filharmonía se ha entendido bien con su maestro.
Daniel no ha hecho mucho Mozart, y casi nada de Haydn (cosa extrañísima, siendo inglés), dos autores de cultivo obligado para la Real Filharmonía; en cambio se ha dedicado a Beethoven con constancia, y en la memoria quedan sus estupendas versiones de las dos sinfonías “pastorales” (la Sexta y la Cuarta). Por otro lado, ha sido una pena que Daniel no haya ampliado el repertorio en este terreno, que es el propio de la orquesta (sin ir más lejos, las sinfonías de Joseph Martin Kraus o de Jan Křtitel Vaňhal -y de tantos otros- siguen durmiendo el sueño de los justos).
Está claro que a Daniel no le gusta la música española, que ha brillado por su ausencia durante su mandato. Con las obligadas excepciones de los estrenos de compositores gallegos (con quienes me consta que ha colaborado codo con codo a fin de la mejor presentación posible de sus creaciones). Como contrapartida, hemos tenido abundancia de música de autores -y arreglistas- ingleses, siempre tocada de manera impecable (Walton y Vaughan Williams sobre todo). En mi opinión, lo mejor han sido las funciones operísticas, en las que naturalmente ha influido la dilatada experiencia de Daniel en el foso de la English National Opera y de Burdeos: Tristán e Isolda, Elektra, Orfeo y Eurídice.
Así que gracias, maestro, y buena suerte. Nos veremos el próximo día 5 de enero, en el que Daniel volverá -esta vez como director invitado- para dar el tradicional Concierto de Reyes.
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