Discos
Ósmosis entre dos músicos
Juan Carlos Tellechea
Midori (violín) y Jean-Yves Thibaudet (piano) mantienen una buena amistad artística desde hace años, pero el presente álbum (sello Warner Classics) es el primero que graban juntos: la integral de sonatas para piano y violín de Ludwig van Beethoven. Su lanzamiento coincide con la evocación en esta temporada 2022 / 2023 del 40º aniversario del debut profesional de Midori, que tuvo lugar el 30 de diciembre de 1982, cuando tenía 11 años de edad, en el entonces Avery Fisher (hoy David Geffen) Hall de Manhattan, con la Orquesta Filarmónica de Nueva York, dirigida por Zubin Mehta.
En un área bien surtida de grabaciones y entre muchas interpretaciones famosas e históricas destaca ahora esta versión de las sonatas para violín y piano de Beethoven, muy apreciadas por los amantes de la música de cámara y de la obra del inmenso genio de Bonn.
Desde las primeras obras, la serie de tres sonatas en op 12 (dedicadas nada menos que a Antonio Salieri), Beethoven da una nueva importancia a la parte del violín: ya no estamos en la tradicional sonata para piano con obbligato de violín. Los dos instrumentos se tratan de forma independiente. En tres movimientos, basados en el esquema rápido-lento-rápido, ofrecían una riqueza temática que asustaban otrora a los oídos contemporáneos, ¡Tan audaces!
Como ocurre con el enérgico Allegro con brio que abre la primera o el Allegro vivace que inicia la segunda, y que recuerda a una danza. Los movimientos lentos no se quedan atrás (un Tema con variazioni: Andante con moto para la nº 1). Con las sonatas nº 4 op 23 y nº 5 op 24, conocidas como "Primavera" (nombre apócrifo), se da un paso adelante: los temas son aún más elaborados (el famoso tema florido, Allegro, que abre la 5ª, los movimientos extremos de la 4ª) y el diálogo se hace más tenso. El lirismo se vuelve chispeante en los movimientos lentos: Andante scherzoso, piú Allegretto en el op 23, Adagio molto espressivo en el op 24, una página que convoca a lo sublime.
La segunda trilogía, las sonatas de la op 30, de 1802, marcan una clara progresión hacia un discurso más dramático en los movimientos rápidos (el tema Allegro con brio que abre la segunda, el Allegro assai de la tercera, cuyos rasgos febriles anuncian obras dramáticas como Leonore y Fidelio, el musculoso Finale: Allegro de la segunda).
La sonata más larga, op 47, "Kreutzer" (1804), que su compositor asoció al estilo concertante, revela una escritura extremadamente elaborada para la parte del violín, como en el primer movimiento, cuyas páginas de Adagio sostenuto iniciales se convierten rápidamente en el Presto más incisivo, dirigido aquí con mucho ardor y a un ritmo más que enérgico. La misma presión se ejerce sobre los dos protagonistas en el Presto final en una persecución sin aliento. El Andante con variazioni se toma con comodidad, aunque algunas de las variaciones estén atornilladas.
La sonata op 96 se distingue claramente de las otras nueve, ya que fue compuesta varios años más tarde, en 1812. ¿A qué se debió esta vuelta a una forma que se había descuidado durante varios años? Se ha sugerido que Beethoven atravesaba un nuevo periodo feliz, en el recuerdo de su antigua relación amorosa con la condesa Josephine Brunsvik. En efecto, la pieza es contemporánea de la famosa carta del verano de 1812 a la misteriosa "Amada inmortal".
El Allegro moderato destila la felicidad sin mezcla de las primeras sonatas, y las modulaciones son quizá un susurro de amor. En el Adagio espressivo, la tierna melodía, que sigue la escritura ornamentada del pasado, pero con una nueva profundidad, es modestamente efusiva. Si el Scherzo: Allegro rompe esta suave efusión, el rondó final Poco allegretto, que retoma el esquema de la variación, en este caso sobre un tema popular, despliega una vigorosa expresividad.
La interpretación de Midori y Jean-Yves Thibaudet tiene serias bazas. Es admirable la ósmosis entre los dos músicos: una complicidad evidente forjada a lo largo de los conciertos, una visión íntima con colores diáfanos, sabiendo cada uno hacerse a un lado cuando es necesario. Los diálogos son muy flexibles, el fraseo siempre elegante y los matices muy logrados. La transparencia de la interpretación de Thibaudet encuentra eco en la nitidez de los acentos que Midori extrae delicadamente de su Guarneri del Gesù (1734).
La grabación, realizada en el Zipper Hall, Colburn School, de Los Ángeles, muestra una sutil ligereza en los tuttis y una acertada definición de la imagen sonora entre estos pasajes y los más pianissimi. El equilibrio entre los dos instrumentos es perfecto. Mientras el sonido del violín suena equilibrado en el registro forte, es dable saludar asimismo la bella fidelidad del timbre del piano (Steinway), que no es resonante.
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