Alemania
Deletreando a Chaicovski
J.G. Messerschmidt

Este concierto del violinista Nemanja Radulović y del director de orquesta Krisztof Urbańsky, al frente de la Filarmónica de Múnich, es un paradigma de cómo dos jóvenes artistas pueden, por medio de su interpretación de una obra de repertorio, descubrir facetas insospechadas de un compositor como Chaikovsky. Pero antes de emitir un juicio y de valorar su interpretación conviene reseñar brevemente su actuación.
Desde los primeros compases Krisztof Urbańsky aborda la obra con una inusual blandura y con un tempo muy, muy lento. El volumen es, como máximo, moderadísimo, mientras en la dinámica se evitan no ya los sobresaltos, sino los contrastes. El fraseo, caracterizado por un casi ininterrumpido legato, reduce al mínimo los acentos. En la configuración de planos sonoros, salvo en contadas ocasiones, se priva de toda relevancia a los vientos y la percusión: en realidad es la cuerda la que teje un acompañamiento de fondo (nada más) para el solista.
La gestualidad del director es bastante original: un port de bras y algunos pasos que evocan vagamente los de una primera bailarina clásica, unos cuantos saltitos (como un muy modoso Mick Jagger de cajita de música) y movimientos de brazos y de manos que hacen pensar en un niño o en un humorista imitando a un director de orquesta...
Por su parte, Nemanja Radulović convierte a los dos primeros movimientos en una cantilena homogeneizada por un persistente legato, sólo interrumpido en pasajes donde la partitura lo impide sin piedad. Precisamente estos dos primeros movimientos aparecen en esta versión prácticamente iguales en tempo y en carácter. En general, el solista se mueve entre el pianissimo y el piano, cuyo ámbito sólo abandona cuando no hay otra opción, pero para volver presurosamente a refugiarse en ellos en cuanto puede. En perfecto acuerdo con la orquesta, su fraseo tiene la serenidad de un mar sin corrientes ni olas. Radulović deletrea cada nota de la partitura de Chaicovski con la delicada prolijidad de un mejor alumno de la clase pronunciando con cautelosa corrección las frases de su primer libro de lectura. En cuanto empieza la cadencia del primer movimiento, Krysztof Urbańsky, con grácil paso de danza, se deja caer sinuosamente del podio, cediendo al violinista el centro del escenario. En manos de Nemanja Radulvić la cadencia suena como una canción de cuna, tanto que es difícil no cerrar los ojos y echarse en brazos de Morfeo.
En el ataque que da entrada al tercer movimiento (tanto solista como orquesta logran el prodigio de que sea el único ataque medianamente audible en toda la obra) tenemos la impresión de que esta singularísima interpretación se decantará finalmente por los cauces de la ortodoxia o de la rutina. Pero no es así. Superado este breve lapsus, Nemanja Radulović recupera la índole que caracteriza a esta versión suya del concierto de Chaicovski y vuelve a tratar a su violín como si cualquier presión pudiera desintegrarlo. Quien de verdad soporta la tensión física de la música es el cuerpo del intérprete, doblado hacia el suelo, con las piernas en continuo ajetreo y la cabeza en brusco vaivén.
El Chaicovski de Urbańsky y Radulović es despreocupado, relajado, candoroso, calmoso, optimista, sin tensiones, sin angustias, sin tormentos, sin dramas, sin prisas, sin cambios de humor, sin pensamientos... Es un Chaicovski casi aniñado, que podría también haber compuesto aquello de "Arroz con leche, me quiero casar". Todo un descubrimiento: ¡campechanería y pachorra en el opus 35 del gran Piotr Ílich! Ya lo decíamos más arriba, estos dos jóvenes intérpretes son capaces de descubrir facetas insospechadas en la obra de Chaicovski.
La segunda parte del concierto estaba dedicada a Los cuadros de una exposición de Musorgski y prometía una buena exhibición de las artes mímico-coreográficas de Krisztof Urbańsky. Pero tan intensa experiencia artística puede provocar un síndrome de Stendhal. Así que decidimos ir al guardarropas, retirar abrigo y bufanda y regresar plácidamente a casa disfrutando del silencio de la nevada que, más o menos como dice un tango de Gardel, nos plateaba la sien...
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