Francia
Nadia Boulanger tomo 3: tres obras con encanto y dos obras maestras
Francisco Leonarte
Tercero de los cinco conciertos que Radio
France dedica a la compositora, directora de orquesta, organista, pianista y
pedagoga Nadia Boulanger, sus amigos y sus alumnos. Y su familia, porque hay
también obra de su hermana Lili -aunque echamos en falta, en esta serie de
conciertos, música de su padre, el también compositor Ernest Boulanger (fallecido
cuando Nadia apenas comenzaba su adolescencia). Máxime cuando los conciertos
están organizados en colaboración con el magnífico Centro Palazzetto Bru-Zane,
dedicado a la música romántica francesa y a quien tanto debemos ya los
melómanos del mundo entero por su recuperación de obras olvidadas o escasamente
programadas.
Para empezar, una creación mundial (o casi, porque fue ya escuchada en 1905 en el marco de los estudios de la compositora): el Allegro de Nadia Boulanger, una obra de juventud. Bonito espíritu, obra agradable, con brío, con innegable sentido melódico, que la orquesta ejecuta con alegría. Pero no una obra que justificaría por sí el paso a la historia de Nadia Boulanger ...
Le sigue la Balada para piano y orquesta op 19 de Fauré. De nuevo una obra llena de encanto. Y ejecutada con encanto sereno, sin forzar en el sentimentalismo, con un piano solista que se queda constantemente en esa atmósfera fin de siècle francés. Tal vez no se le pueda pedir mucho más -ya es bastante, no?- a la obra. Pero me queda la duda de si una obra de estas características no necesita de un director genuinamente francés, tipo Plasson, Langrée o Roth, de esos que saben sacar el tarro de las esencias para las obras más amables, revelando en ellas la obra maestra que a veces encierran esas partituras en apariencia inocuas.
De la obra orquestal pasamos al piano solo con las Tres piezas para piano de Nadia Boulanger. Se trata de tres obritas muy cortitas que ni siquiera conforman un ciclo. ¿Quién sabe si de haber perseverado por esa vía, Nadia Boulanger no hubiese compuesto una obra entre Satie y Webern, centrada en la miniatura personal y sin ataduras? Interpretadas con sobria dulzura por Nour Ayadi.
Y después de una primera parte de obras
amables -¿demasiado amables ?- llegamos a una segunda con dos obrones. Porque
el Pie Jesu de Lili Boulanger, a pesar de sus dimensiones modestas tanto
por su efectivo (soprano, cuarteto de cuerda, arpa y órgano) como por su
duración (unos cuatro minutos), es sin ningún género de dudas una obra maestra
donde las haya, no sólo muy personal, sino sobre todo de tremenda intensidad.
Partitura acabada por su autora poco antes de morir con tan sólo veinticuatro
años, recogida al dictado por su hermana Nadia porque Lili ya no tenía fuerza
suficiente para escribir ...
Me acompaña al concierto una amiga que, al
finalizar la obra, me mira con congoja: «Sentía el soplo de alguien que se va
definitivamente». Y al tiempo de escribir estas líneas, cuatro días después, mi
amiga me sigue hablando de la obra, no se la puede quitar de la cabeza.
Impresionante de verdad.
Cuando la canta, Nafornita no exagera, no hace
aspavientos. Su voz de lirico-ligera ha tomado amplitud, y perdido en ligereza,
aunque nunca la tuvo realmente. Digamos que ha perdido facilidad en el registro
superior. También es cierto que, al parecer, está algo constipada... En
cualquier caso da una demostración de inteligencia y de emoción. Órgano y
cuerdas tocan con suavidad, con sutileza. Parece que con el arpa se esté yendo
también la vida. Porque ahí está el ritmo obsesivo del órgano, cavando,
cavando... Y sin embargo no hay un drama, ni nadie que se mese los cabellos.
Todo parte, se va, ineluctablemente ... Realmente muy hermoso.
Y para terminar, el Requiem del
consuelo. El de los seres que vuelven a la luz. El de Fauré.
En la orquestación Nectoux -con un solo violín
(el solista), además de las violas, violoncelos y contrabajos, los vientos
(pero sólo los metales, sin las maderas), los timbales el arpa y el órgano,
amén de los solistas vocales- que recoge la formación orquestal más particular
ideada por el compositor al tiempo que las partes para barítono. Y con ello la
obra gana en serenidad y hondura.
Jerôme Boutiller no tiene una voz grande pero
sí bien impostada y de timbre hermoso, utilizada siempre con inteligencia y con
sobria emoción. Nafornita no da el carácter aéreo que uno espera del Pie
Jesu (tal vez el fragmento más famoso de la obra) que así parece cantado
por una mujer y no por un ángel. Su tesitura y su color de voz hacen que ese
instante mágico se humanice, y así tal vez perdamos algo, el elemento
sobrenatural que parece que subyace en toda la obra.
El momento del violín solo (puesto de relieve
justamente porque es el único violín de las cuerdas en esta orquestación
Nectoux) sí suena mágico, mérito no unicamente de la solista, Ji-Yoon Park,
sino también de la sonoridad del instrumento que toca, un Girolamo Amati de
1623.
Magnífico el coro, magníficamente preparado
por Lionel Sow: Inteligible, con preciosas variaciones de intensidad a veces en
el interior mismo de una sola palabra, con emoción auténtica. Para mí el gran
elemento de la noche.
Empastado, pero dejando oír las diferentes
cuerdas sin perder el sentido general : realmente estupendo. Sin
precipitación en los tempi, pero sin languideces, Franck conduce la obra con
dulzura. Llamémosla dulzura interior...
Nos volvemos a casa entusiastas por tanta
belleza. Entusiastas y de alguna forma limpios después del Pie Jesu
de Lili Boulanger y del Requiem de Fauré.
Como después de haber llorado mucho.
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