Francia

Brownlee y Spyres: París era una fiesta

Francisco Leonarte
martes, 31 de enero de 2023
Michael Spyres © 2018 by A. Bofill Michael Spyres © 2018 by A. Bofill
París, domingo, 22 de enero de 2023. Théâtre des Champs-Elysées. Mozart: Obertura (La Clemenza di Tito) y Se di lauri il crine adorno (Mirtridate, re di Ponto); Gaetano Latilla: Se il mio paterno amore (Siroe); Rossini : Donala a questo core (Ricciardo e Zoraide), Obertura (L'italiana in Algeri) Deh scusa il transporti (Elisabetta, regina d'Inghilterra), Ah vieni nel tuo sangue (Otello), Asile héréditaire (Guillaume Tell); Verdi: Ah si, ben mio ... Di quella pira (Il trovatore); Bizet : Au fond du temple saint (Les pêcheurs de perles) y tercer movimiento de la Symphonie en ut; Rossini: La danza; Leoncavallo: Matinata; Tosti: Marechiare; di Capua: O sole moi. Lawrence Brownlee (tenor) y Michael Spyres (tenor). Opera fuoco. Dirección musical de David Stern
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Al llegar al concierto ya sabíamos que íbamos a disfrutar mucho. Sobre todo gracias a los dos cantantes, dos monstruos tenoriles como son Lawrence Brownlee y Michael Spyres.

Sobre el director y la orquesta, teníamos nuestras dudas. Opera Fuoco es una orquesta que no tiene un sonido bonito, sería lo de menos si no se notase una falta de empaste por momentos en las cuerdas. Lo peor es que su director, David Stern, suele ser más ruidoso que cuidadoso. Cubre a menudo a los cantantes (siempre que tiene ocasión, en realidad) a pesar de dirigir una pequeña orquesta (apenas dos contrabajos y cuatro violoncellos). Cierto, el volumen excesivo de la orquesta es defecto que se nota menos en platea, pero ¿acaso no toca la orquesta para todos, incluidos los pobres del gallinero?

Dirige con mucho ímpetu, eso no se le puede negar. Pero con muy poca delicadeza, también eso es innegable. Y le falta imaginación para acometer la repetición de motivos (los 'da capo') con lo cual el movimiento de la Sinfonía en do de Bizet, por ejemplo, a pesar de ser atacado con ritmo ligero, se hizo bastante largo. Tal vez consciente del poco interés de hecho de la obra o de la interpretación, el propio director no dio lugar a que hubiera (o no) aplausos después del fragmento sinfónico y atacó directamente el fragmento siguiente...

Lawrence Brownlee es sin lugar a dudas una de las voces más hermosas y seguras de entre los lírico-ligeros y rossinianos varios del panorama actual. Va ganando también en graves ( ¿Será la edad o será el contacto con el 'baritenor' Spyres?) de suerte que pudo atacar el ‘Se di lauri’ de Mitridate, re di Ponto de Mozart, con fortuna. Y gracias a que su voz, especialmente en el registro agudo, tiene bastante squillo pudimos escucharle a pesar de la orquesta. Si no, 'apaga y vámonos'.

Michael Spyres es un auténtico fenómeno vocal. Y lo sabe (se lo deben de repetir unas quince veces todos los días). Por eso empezó con un aria de Siroe de Latilla. Aria de innegable encanto (a pesar de ser un punto repetitiva, escollo que ni Spyres ni Stern supieron/quisieron evitar) pero cuyo aliciente fundamental son los saltos mayúsculos de grave a agudo y viceversa. Y Spyres -como no podía ser menos- se lució. Sus agudos parecen incluso más seguros que hace un año, más insolentes, y sus graves (muy graves) siguen igual de timbrados y frescos. Cierto, se le nota particularmente cómodo en una sala grande, pero no descomunal (no es Bastille, con sus más de 2700 asientos, en que su reciente Don José de la Carmen no estuvo a la altura deseada por falta de volumen) y con una orquesta pequeña (no son los cinco violonchelos de la Orquesta de la Ópera de París). No creo que pueda (¡ni deba!) atacar roles pesados (ni mucho menos papeles de barítono) en otras condiciones que las del presente concierto. Pero en las condiciones del concierto del 22, cumplió con creces 'baritonalmente hablando'.

Después de estas dos arias, me susurraron que, en efecto "el concierto no parecía empezar por lo más fácil". Aunque bueno, los dúos de Rossini que siguieron, con sus endiabladas coloraturas y con sus agudos intempestivos (agudos que parecen pan comido en boca de los dos tenores americanos pero que para cualquier otro ser humano son difícilmente alcanzables), tampoco son partituras precisamente 'fáciles'. De nuevo gran éxito. Y mucha complicidad entre los colegas y sin embargo amigos (en Francia se diría que se entienden "como ladrones en una feria", o "como el culo y el camisón", sin que ello presuponga nada sobre la honestidad o moralidad de los amigos, por supuesto).

Eso sí, quien esto escribe tuvo un poca la sensación de que se corría de portento en portento: "¿ Les ha impresionado mi agudo? Pues ahora van a ver mi grave. ¿Les impresiona también? Pues ahora van a escuchar nuestras coloraturas", sin remanso ...

Y con ovaciones, y el público ya "entregado y a tus pies", terminó la primera parte. 

Empezó la segunda con la hermosísima escena de Arnoldo del Guillaume Tell de Rossini, que tanto influyó en la ópera francesa y por extensión en toda la ópera del XIX. Voz, la de Brownlee, con cuerpo más que suficiente para atacar el recitativo y cavatina. Y sobre todo con auténtico sentido teatral, con fraseo elegante, con un buen francés, inteligible a pesar del acento. Por fin escuchábamos que la música se elevaba por encima del virtuosismo. Uno de los momentos más hermosos de la velada, que vino a fastidiar Stern metiéndole caña a la orquesta en la famosa cabaletta que sigue, 'Amis secondez ma vengeance'. Vamos a decir que a Brownlee lo escuchamos en la cabaletta 'a pesar' de Stern, terminando con un agudo segurísimo y prolongado. 

Y hablando de la influencia de la escena de Arnoldo con su cabaletta, acto seguido escuchamos la escena y aria de Manrico en Il trovatore de Verdi, interpretado por Spyres. De nuevo musicalidad, agudos y graves repletos de armónicos, fraseo y legato impecables, sentimiento ... Y de nuevo Stern mete caña en la cabaletta. Spyres, que tiene más volumen que Brownlee, no se arredra, y da volumen también, pero en realidad sólo le salva el squillo de la inclemencia de la orquesta ... Termina la cosa con un agudo bien potente y redondo, 'como debe ser'.

Después de un dúo de Los pescadores de perlas de Bizet, interpretado ... bueno, interpretado tocando las notas -parece mentira que este director esté afincado en Francia desde tanto tiempo y falte tanto de espíritu francés-, pasamos a un movimiento de la Sinfonía en Do de Bizet (obra de juventud de espíritu mozartiano que desde el éxito de Carmen los directores se empeñan en volver a sacar) en interpretación perfectamente olvidable, y luego a las cancioncitas de Rossini, Leoncavallo, Tosti y Di Capua (con orquestaciones lo menos sencillas posibles, no vaya a ser que se note que son cancioncitas...).

Gran éxito de nuevo de nuestros tenores superlativos.

Como son generosos, Brownlee y Spyres ofrecen propinas que todos escuchamos como niños golosos: La famosísima ‘La donna è mobile’, de Rigoletto, de Verdi, cantado a dúo, y el ‘Ah mes amis quel jour de fête’, de La fille du régiment, de Donizetti, aria en la que los dos tenores tienen ya costumbre de lucirse y jugar, pasándose los agudos como si se tratase de un balón de baloncesto, haciendo del aria de Donizetti una auténtica fiesta simpática entre amigos, para terminar repitiendo, esta vez con más 'cuerpo', con más intensidad dramática, el dúo de Otello de Rossini cantado ya en la primera parte. Intensidad dramática que "no es óbice ni cortapisa" (como dice un buen amigo) para añadir dos o tres pequeñas bromas musicales que a todos nos hacen reír.

El público en pie aplaude a rabiar. Uno no puede sino quitarse el sombrero ante la capacidad de Brownlee y Spyres. ¿Que no hubo mucha emoción ? Sí, la emoción del virtuosismo, la emoción del intérprete que sale más que airoso de las máximas dificultades. Algo parecido a Indiana Jones, pero en música. Eso también forma parte del disfrute musical. 

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