Italia
La Fleming y Kissin
Jorge Binaghi
Un
concierto de canto (como se lo llama en italiano) en la Scala, acompañado al
piano por quien sea, no suele llenar más que en muy contadas ocasiones. Si no
hay la posibilidad de que al menos en los bises haya algún aria de ópera, menos
aún. Pero a veces se dan felices casualidades. Esta fue una, con el teatro abarrotado.
El
público italiano perdió gran parte de la carrera de una de las mejores sopranos
de las últimas épocas por la estupidez de algunos aquí mismo en una primera
representación de Lucrezia Borgia. La
Fleming (uso el artículo deliberadamente) volvió una vez con Pappano y ... hasta
ahora (en el medio canceló una Manon
que debía cantar un año después de aquel Donizetti. Ya me dirán quién salió
perdiendo). Ya sé que la memoria es incómoda, pero, como en todo, vale la pena
usarla.
El
caso es que en esta ocasión fue recibida con bombos y platillos, y cuando salió
en la segunda parte con un vestido aún más despampanante (pero de infalible
buen gusto y corte clásico) despertó murmullos de admiración y un grito de
'¡diva!´ que me sonó a tardía reparación. Aplausos más o menos tímidos tras
cada canción y fortísimos al final de cada parte.
El
programa fue por el mismo camino. Cuatro lieder de Schubert ('Suleika I', 'Die
Vögel', 'Lied der Mignon' y 'Rastlose liebe') abrieron el fuego, y los más
destacables fueron el segundo (tan breve como delicioso) y el tercero, el
monumental 'Nur wer die Sehnsucht kennt', en cuanto a interpretación (sin
olvidar la expresividad sobre 'Athem' en el último verso del primero). La voz
se manifestó prácticamente intacta, con su cálido timbre, y el pianista le
sirvió un acompañamiento de lujo. Sólo hubiera faltado la repetición de un lied
poco frecuentado como 'Die Männer sind méchant' que le escuché a la artista en
su recital salzburgués.
Justamente
tocó luego a Kissin un intermedio pianístico con dos obras de Liszt
('Sposalizio', del segundo de los Années
de pélerinage, Italie, S 161 y el primero de los Quatre valses oubliées, S215), donde el artista dio toda su talla:
en el primero en particular hubo reminiscencias del 'toque Arrau', con una
liquidez cristalina que tan bien sientan al autor.
Reapareció la soprano para concluir la primera parte con tres piezas del mismo Liszt, 'Freidvoll und Leidvoll', 'Über allen Gipfeln ist Ruh'', y la célebre poesía de Heine de tanto recorrido en el lied alemán "Im Rhein, im schönen Monat Mai". Fue el suyo un canto recogido y melancólico, lleno de medias tintas y que rehuyó toda tentación de efecto exterior (salvo, claro está, la magia del color de su voz).
En
la segunda parte, dos obras vocales de Rachmaninov, 'Siren' y 'Son' que
sirvieron para demostrar por qué la cantante siempre ha hecho un lugar a los
rusos (y a este en particular) en sus programas: ensoñación, melancolía y
apasionamiento, que a su vez Kissin reiteró en las piezas de los Morceaux de fantaisie del mismo autor,
de los que ofreció los números 3 ('Mélodie') y 5 ('Sérénade').
Pasamos
luego a la mélodie con dos títulos de Liszt sobre versos de Víctor Hugo, bien
románticos, pero de expresividad diferente: 'S'il est un charmant gazon', de
extasiada contemplación (donde al final Kissin rivalizó en buena lid con la
soprano), y el famoso 'Oh! Quand je dors', bien adecuado en su transporte para
acabar el grupo, y que fue como se esperaba uno de los grandes momentos del
recital.
Este
llegó a su fin con dos obras de Duparc, 'Extase' (el título lo dice todo y 'du
souffle de la bien aimée' tuvo una traducción impagable) y la admirable 'Le
manoir de Rosemonde' donde la exquisitez y esplendor del arte de los dos
intérpretes rayaron a gran altura, desde el 'amour m'a mordu' del principio al
'bien loin, bien loin', de una tristeza exquisita.
La
exquisitez siguió en los tres bises: el íntimo 'Ave Maria' de Schubert en
latín, 'Aguas de primavera' de Rachmaninov (lo más parecido a un aria con sus
agudos y su canto pasional), y, claro, para finalizar, había que escuchar un
Strauss en la voz de Fleming con el piano ideal de Kissin, y naturalmente fue
un 'Morgen' que mantuvo en suspenso al público. Después vinieron las ovaciones.
Mi
mente volvió algunas veces al concierto de retorno que en 1978 ofreció en la
misma sala Victoria de los Ángeles. Todos sospechábamos que sería el último
allí, aunque la carrera siguió mucho tiempo más. No lo he comentado con nadie y
no he visto nada escrito, pero salí de la sala con la sensación de que también
había presenciado el último de la Fleming aquí. En mejor compañía no podría
estar, aunque sería mejor equivocarse en este caso.
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