España - Valencia
Viardot, PaulineCenicienta, plumerito y cocaína
Rafael Díaz Gómez

Pues que me ha venido la apetencia de desarrollar la reseña en apartados. Nunca deja uno de sorprenderse, la verdad. Vamos a ello.
Cosas que se saben antes de la representación
Todas las temporadas Les Arts favorece que el alumnado del Centre de Perfeccionament, a cargo ahora de
, represente una ópera breve.De las cuatro funciones que suele realizar, una estará dedicada, a un precio reducido, a la comunidad educativa valenciana que lo solicite en tiempo y forma. El objetivo es doble: acabar de formar a los y las cantantes, ya con pie y medio en la profesionalidad, y tratar de plantar la semilla de la opera entre el público más joven.
Con la misma pretensión divulgadora, aunque en un sentido más abierto (acercar la ópera a lugares donde no es habitual que llegue), Les Arts tiene un programa titulado Les Arts Volant que lleva por diferentes localidades de la geografía valenciana montajes operísticos de prêt-à-porter (¿se sigue usando esta expresión o me empeño en mostrar que nací boomer y moriré irredentamente boomer?).
Como es obvio, los recursos se han de adaptar a esta modalidad volandera. Esto puede significar una merma en los medios, pero no necesariamente en la imaginación. Pues bien, esta nueva producción de Cendrillon está destinada a esa itinerancia.
Cendrillon, la versión de Pauline
del cuento de , opereta de salón u ópera cómica (ambas catalogaciones recibieron de la autora), es una obra encantadora. Encantadora aquí no quiere significar “cuqui”, “mona” o algo similar. Quiere decir que es buena y hermosa.Y funcional: el mismo espíritu formativo que mueve al Centre de Perfeccionament movía a Pauline Viardot, ilustre cantante y maestra de canto, de ilustre familia de cantantes, y a la que no voy a defender ahora cual paladín del conocimiento (vamos, lo que viene siendo marcarme una machada doble: manspreading con mansplaining, o viceversa), porque lo que ignoren ustedes al respecto lo tienen al alcance de un clic. Además, esta obra se defiende sola apenas se escuche con un poco de atención.
Cosas que se descubren durante la representación
La obra original ocupa el espacio central y más extenso de un a modo de tríptico. La historia de Cendrillon según Viardot (o casi, ya lo matizaré después) la desarrolla una compañía de mudanzas que se encuentra la partitura y el libreto cuando está recogiendo los enseres de una casa. El equipo ya ha mostrado antes su querencia por el mundo del espectáculo, así que poco le cuesta aparcar la faena para ponerse a jugar (es decir, a hacer teatro, es decir, a hacer teatro dentro del teatro).
Cuando el Hada da por concluida la pieza de Viardot, un corto epílogo resitúa a todos los personajes en su lugar y la recogida continúa hasta que un hecho anecdótico ocurrido en la introducción se repite: insinuación algo gamberra de circularidad, apagado de luces y final.
Durante la introducción y el epílogo hay música instrumental (un piano vertical) y vocal ajena a la de Pauline Viardot. En el episodio de la fiesta en el palacio del Príncipe, también. Enseguida veremos cuál, pero ha de quedar claro que este último era un momento (escena III del segundo cuadro) en el que los personajes, para entretener al personal asistente a la fiesta, cantaban con libertad de elección piezas no asignadas por la compositora.
Cosas poco convincentes de la adaptación
El texto hablado de la obra original prácticamente se suprime. Pero secciones de algunos de los números musicales también. Esto, por una parte, dificulta el entendimiento de la historia a quienes no la conocen previamente. Por ejemplo, cuesta comprender que el mendigo que acude a casa de Cendrillon a buscar caridad es el Príncipe (que sí, que cuando los personajes cruzan la sala para acercarse al escenario por primera vez uno de ellos dice que acaba de ver una película que le ha encantado, El príncipe y el mendigo, pero, en fin, eso es casi como apostar por las adivinanzas).
Y en este juego de cambio de papeles o de ocultación de identidades a la postre descubiertas, tan esencial en el género, salen malparados en esta adaptación el Barón, padre de Cendrillon, y el Chambelán. En la obra original ellos se reconocen desde el comienzo: el Barón sabe que el que está haciendo de Príncipe en realidad es el Chambelán, pero éste a su vez sabe que el Barón era un tendero que hizo fortuna vendiendo por excelente género de baja calidad. Todo esto estalla humorísticamente en la escena II del tercer cuadro, y aunque sí que se insinúa en esta versión, queda bastante deslavazado. Y, en fin, tampoco se justifica suficientemente el porqué de pronto algunos personajes se ponen a interpretar “canciones raras” dentro de la fiesta en palacio.
Cosas sin duda interesantes pero discutibles de la adaptación
Las músicas introducidas, una vez más no siempre números completos, cuyos títulos y autorías me ha proporcionado amablemente el teatro, abarcan un abanico que va desde un vals de
El pasodoble Manolo, de Manuel
Los números que se cantan en la fiesta de palacio son: la “Habanera de las fumadoras”, de Los sobrinos del capitán Grant, de Carrión y
Por último, cuando Cendrillon abandona apresuradamente la fiesta, el Príncipe canta de nuevo un bonito tema de Charles Schumann titulado Mi ensueño (1913). De este modo, prácticamente todos los personajes cuentan con un número añadido para la adaptación.
Lo discutible de todo esto probablemente sea que, desde una perspectiva de género, a la obra de una mujer, Pauline Viardot, que indudablemente se ha de poner en valor, se la rodea e intercala con músicas de diferentes hombres. Bueno, no del todo, pues no he citado que al comienzo de la representación se escucha un pasaje instrumental al parecer tomado del sainete lírico de la también bilbaína Remedios
titulado La Tranquilidad, pensión para señoritas (1926).Pero aparte de esta presencia masiva de compositores varones interviniendo en la obra de una mujer (que es lo que en exclusiva promociona el teatro en su programación, Cendrillon de Pauline Viardot), las letras de esos temas responden a un punto de vista muy masculino del papel de la mujer en el ordinario de la vida, y especialmente, aunque no solo, en el terreno sexual.
No parece lo más adecuado para honrar la figura de Pauline Viardot. Aparte están los tópicos de los regionalismos valenciano y andaluz, que quiere empeñarse uno en que no son muy modernos a pesar de que la realidad le da de bruces con ello a diario (incluso varias veces al día).
Ahora bien, entiendo que con esfuerzo, y con la justificación de su entronque con modelos franceses en algunos de los números, se han rescatado para la ocasión muchas piezas que permanecían totalmente olvidadas y que son parte testimonial de una época. Desde esa perspectiva el trabajo merece la pena y me dio la sensación de que el público lo supo valorar. Además, tampoco viene mal cierto acanallamiento de vez en cuando y darle un meneo al concepto de alta cultura.
Cosas que me gustaría de solo recordarlas
La dirección de escena de
Y la entrega del elenco es absoluta. Con el siempre bien servido acompañamiento de Ignacio
(también metido a actor), las voces resolvieron su cometido con sobrada solvencia, tanto en las partes habladas como en las cantadas.En la parte masculina,
como príncipe y Maximiliano Spósito como Chambelán se revelaron como tenores de gran proyección, mientras que es un barítono acertado con dotes de saxofonista, como demostró al final con el pasodoble de Penella.Y en la parte femenina
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