España - Madrid
Ainhoa se desquita
Germán García Tomás
A un cantante lírico siempre le quedará el escenario para
justificarse y reafirmarse en su labor artística. Por ello debe aprovecharlo al
máximo para desquitarse de un eventual fracaso o de un bajón físico o
emocional. Tal es el caso de Ainhoa Arteta, de la que todos sabemos que aún
continúa en una mala racha por la grave enfermedad que padeció hace ya casi dos
años, en plena pandemia de covid. Hace casi uno, a finales de febrero pasado, la
soprano de Tolosa retornaba a los escenarios eligiendo el Teatro de la Zarzuela,
y lo hacía con un bello recital dedicado a canciones españolas e
hispanoamericanas en compañía de su amigo Ramón Vargas y el pianista Javier
Carmena.
Ahora, de nuevo junto al tenor mexicano e idéntico
acompañante al teclado, la donostiarra volvía a pisar la escena del coliseo de
la calle Jovellanos para ofrecer un recital de romanzas y dúos de zarzuela,
consciente de que, según ella misma reconoció en palabras al público, su voz
aún se estaba recuperando. Y es que el bache que le tocó sufrir -no es momento
aquí para entrar en detalles- no fue precisamente pequeño.
Lo bueno que tiene Arteta, la que luce vestidos y mantones
como pocas en este escenario, es que estamos ante una artista con divismo, pero
íntegra y sincera. Exhibió gracia y frescura nada más entrar cantando el Tango
de la Menegilda de La Gran Vía de
Chueca y Valverde, muy ralentizado, pero quedó de manifiesto su esfuerzo vocal
para abordar la nostálgica romanza, en idioma autóctono, de Mirentxu de Guridi, de la que Arteta ha
sido valedora y embajadora indiscutible, y que quizá debería haber prescindido de
ella en este programa.
Aunque el reconocible terciopelo de su timbre está presente
junto a un fiato algo más asentado que en meses anteriores, susceptible de
fortalecer técnicamente, la voz se destempla y tiende a quebrarse en la emisión
a media voz. Al menos en un registro superior. Porque, pese a todo, los graves
de esta cantante parecen estar en su sitio.
En los dúos con Vargas (dos de Luisa Fernanda, uno de El
caserío, así como el imprescindible y saleroso dúo de El gato montés) sacó la mejor actriz que lleva dentro, aunque
siempre tendía a abordar estas páginas con expresiones vocales más operísticas
que meramente zarzuelísticas, habiéndose deseado una mayor dosis de reserva para
no forzar en exceso su arma tan preciada, para ella y para ese público que no
dejaba de aplaudirla, a pesar de sus imperfecciones vocales.
Pero es que Ainhoa estaba pensando, obsesiva y muy
equivocadamente, en aquellos que quieren ver su carrera finiquitada, y que
criticó duramente en un enérgico ejercicio de autoafirmación, lo que la llevó a
añadir que habrá Arteta para rato. Volcó todas sus fuerzas en la propina, tirada
en el suelo, algo bastante discutible en su repentino afán por justificarse
como artista, pero encarando muy dignamente con un gran despliegue de vehemente
dramatismo el aria de Salud “Vivan los que ríen” de La vida breve de Falla, lo que se convirtió en un acto heroico y en
un anhelo de verse en la piel de este personaje muy pronto.
Su compañero Ramón Vargas había frecuentado escasamente este
repertorio como él desveló, pero lo cierto es que su aproximación al género fue
tan digna como las canciones de su país que regaló a Madrid en su anterior
visita. Defendió la romanza de tenor de La
isla de las perlas de Sorozábal, tan asociada a Alfredo Kraus por lo que
siempre son odiosas las comparaciones, y bordó una interpretación, plagada de
emoción, del relato de Rafael (“La roca fría del Calvario”) de La dolorosa de Serrano, en verdad lo
mejor de su actuación en solitario. La veteranía es un grado, y Vargas la
exhibió una vez más, en la belleza de su timbre, en el fraseo exquisito y en la
limpieza de sus agudos.
Parece que en la segunda parte de la velada Ainhoa Arteta se
desquitaba, porque la voz, ya caliente y más controlada, respondía mejor a las
intenciones expresivas, como pudo demostrar en la romanza “Sierras de Granada”
de La tempranica de Giménez (llamativa
conexión de Arteta con su admirado Falla).
Un compositor, Gerónimo Giménez, del que conmemoramos el
centenario de su fallecimiento en el presente año, y que ese atentísimo y
preciso pianista que es Javier Carmena -autor de la zarzuela estrenada el año
pasado El orgullo de quererte con la
que acompañó aquí al tenor mexicano- quiso homenajear en solitario con la
lectura de uno de sus pasacalles, de un ritmo irresistible, perteneciente a un
desconocido título del sevillano, Mazzantini.
Menos mal que para desintoxicar al teatro del dramón previo de
Falla, la velada zarzuelera concluyó con un clima jocoso, el que trajo el dúo
cómico de Jacinta y Goro de Los claveles
de Serrano con que nos obsequiaron, por segunda ocasión, como en 2022, la dupla
Arteta-Vargas con teatralización de por medio. Dicen que no hay dos sin tres.
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