Italia
Un esperado retorno
Jorge Binaghi

No es este
uno de los títulos verdianos predilectos de la Scala como se ve en el lapso
cada vez más dilatado en su reposición. Se sigue con la tradición de la versión
italiana (más lamentable aún que la de La
favorita donizettiana) y sin el ballet (que sólo existe en la versión
original francesa). Esto ha provocado críticas, pero se está en perfecto
derecho de hacerlo ya que Verdi nunca desautorizó la traducción aunque es
cierto que en francés la obra (ballet incluido) parece más interesante.
Que sea
una ópera desigual (el final del segundo acto es probablemente uno de los menos
felices del autor) no implica que no tenga un nivel alto y que sea fundamental
en la carrera del autor como corresponde a la primera ópera compuesta
enteramente para la que él llamaba irónicamente ‘la gran boutique’, o sea la
Opéra de París. Por la orquestación (y no sólo la de la célebre obertura, que
es junto con la de la posterior Forza del
destino la que más se oye en los programas sinfónicos), por el anticipo de
la próxima Un ballo in maschera (escena
de la fiesta del tercer acto), por la mayor ambigüedad de los personajes
políticos (las cuerdas graves): que Procida sea un patriota, pero al mismo
tiempo un fanático no es algo frecuente en el teatro de Verdi; más lo es que un
tirano ocupante (Monforte) tenga algún aspecto positivo, que es justamente en
el que el compositor más insiste (no en vano los dos dúos con Arrigo y su gran
aria -muy superior en la versión francesa- se cuentan entre los mejores
momentos).
Y luego,
la dificultad para los cuatro protagonistas, más notoria en la partitura para
soprano y tenor. La primera por haber tenido presente la inaudita extensión de
la primera intérprete, la Cruvelli; el segundo porque en él coexisten el
prototipo de tenor francés e italiano. En cualquier caso desde el principio la
obra, que tuvo una gestación difícil, generó controversia. A los franceses (por
ejemplo a Berlioz) les encantó; a los italianos no tanto. Tal vez haya que
citar a Massimo Mila (Verdi, Rizzoli,
2000, pág.517): “I Vespri Siciliani constituyen
el primer escalón de un estilo nuevo. Es menos bella que Rigoletto, pero más avanzada … […]… un difícil progreso, tenazmente
perseguido y conquistado de a poco con dura fatiga.”
Se le dio una nueva producción (era el tercer espectáculo de la temporada y el primero de repertorio ‘italiano’), pero ahí empezaron los problemas. De Ana ha sido siempre un magnífico figurinista, a veces un excelente escenógrafo, pero casi nunca un director de escena con ideas. Y aquí, a diferencia de la Aida del Real, eligió un cambio de época a la ‘actualidad’ abstracta que no benefició en nada. La escena con sus tanques, campanas, estatuas de la virgen y cañones (de vez en cuando se disparaba alguno, pero más bien parecía un fuego de artificio) habrá sido sí monumental, pero feísima. La coreografía resultó risible (menos mal que no se hizo el gran ballet); ni siquiera las luces fueron especialmente buenas. Y personajes y coro fueron salpimentados con actores y bailarines que convirtieron la escena de la prisión en un disparate con torturas incluidas anulando la soledad que Verdi quiso para sus personajes… No es de extrañar que en la primera noche haya habido una bronca.
Bronca que alcanzó a otros responsables del espectáculo. Siempre he tenido el mayor de los respetos por la actuación de un director de enjundia como Luisi, pero cierto es que esta vez en muchos momentos el volumen fue descontrolado e incluso en la obertura el aspecto lírico resultó menos resaltado. La orquesta, por supuesto, estuvo técnicamente irreprochable y lo mismo se puede decir del coro (de paso, qué magistral la escena de apertura con opresores y oprimidos enfrentados, y Malazzi logró muy bien la diferenciación incluso en los planos sonoros).
El rol
de la duquesa Elena se repartió entre Meade (dos funciones) y Rebeka (las
restantes). La segunda tuvo protestas el primer día y flores en la función que
vi yo (14 de febrero). Es una cantante musical a la que este rol no le va en absoluto por
color, extensión, estilo. Casi inaudible en los dos primeros actos, poco y no
muy favorablemente en el tercero, defendió mejor el papel en los actos cuarto y
quinto sin llegar nunca a una actuación más que correcta o buena (tampoco la
favoreció la supresión del coro inicial del último acto que entonces comenzó
directamente con el famoso y endiablado bolero).
Meade -a quien escuché el 11 de febrero- fue todo lo contrario: una voz ideal, enorme, homogénea en calidad y volumen en
todos los registros, sin la menor fisura, con una habilidad para filar, para
dominar la respiración y el legato en su debut en el teatro (y no sé si en el
papel) que le valió una ovación impresionante al finalizar la función. De paso,
y visto que no se trata de una cantante italiana, qué dicción.
Pretti
cantó indispuesto y tuvo que cancelar las dos funciones siguientes. Hay que
decir que sólo se advertía por momentos en la zona central y grave y en el
esmalte del timbre, pero dio un ejemplo de cómo se puede cantar cuando se posee
la técnica y el estilo. Lippi, que debutaba rol en la siguiente, tuvo una buena
actuación, con un color típicamente ‘ialiano’ y una buena extensión aunque como
intérprete (lógicamente) se lo vio muy envarado y poco dispuesto a moverse.
Micheletti
es un óptimo barítono y, siendo en su origen un actor de prosa (sigue
manteniendo esa actividad), frasea e interpreta muy bien el agradecido rol de
Monforte. Pero en Verdi algunos de sus agudos resultaron fijos y de color
distinto (en el primer acto y en el recitativo precedente al aria) y algún
grave abierto. Tuvo mucho éxito, pero tal vez debería cuidar un poco más su
repertorio. No vi a Roman Burdenko que cantaba en otras dos funciones.
Lim
sustituyó sin que mediara una palabra al bajo anunciado y lo hizo muy bien, con
gran seguridad, buen color y muy en carácter. Si el timbre es algo impersonal
no se le puede imputar. Tuvo un buen éxito.
Los
secundarios, casi todos hombres, menos la Ninetta de Valentina Pluzhnikova
(alumna de la Academia del Teatro), estuvieron correctos o bien, y de nuevo hay
que mencionar el color y el volumen de Andrea Pellegrini en el ‘sire di
Bethune’, que ya había cantado en francés en Palermo hace un año. Realmente
espero que se le de oportunidad de demostrar su valía en papeles más grandes;
aún recuerdo su intervención en el concurso Viñas de hace unos dos o tres años…
Mucho
público, en particular en la función del sábado 11 de febrero, con mucho extranjero en platea
(varios parecían más interesados en sacar -y sacarse- fotos que en lo que
estaban viendo. No es un fenómeno único, pero aquí es relativamente reciente:
seguramente algo bueno para la taquilla, ignoro si en algún otro sentido).
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