Italia
Nueva oportunidad
Jorge Binaghi
El
Teatro de Cagliari sigue con su magnífica costumbre de comenzar sus temporadas
ofreciendo un título raro cuando no olvidado dentro de la literatura
operística, y últimamente de autores italianos del período correspondiente a
principios del siglo XX.
Ha sido
de nuevo el caso en esta ocasión con la última creación para el teatro de
Cilea, un autor nada pródigo, para nada emparentado con el ‘verismo’ en el que
se lo suele incluir, y que al parecer creía mucho en esta obra, y parece
haberla preferido a sus otras creaciones escénicas hasta tal punto que un
cuarto de siglo luego de su estreno no demasiado feliz (con un cuarteto de
solistas privilegiados -Caruso, Krusceniski, Amato y De Angelis- y la dirección
de Toscanini) la revisó, incluso en el libreto, consiguió una versión más
reducida, pero pese a cierta circulación y a algunas recuperaciones notables
(la de Gigli-Caniglia la de más ‘estrellas’, pero también la reposición radial
con Previtali, Labò y Roberti, y luego la última -1997- escénica con una
impresionante Cedolins) no se ha afirmado.
Personalmente
no creo que vaya a hacerlo tampoco ahora y no porque se hayan escatimado
esfuerzos y los resultados no hayan sido, en general, buenos, sino porque pese
a la refinada y compleja orquestación, no parece funcionar en lo teatral
empezando por la ‘culpa’ de un libreto absolutamente perimido en su lenguaje,
entonces altamente poético y hoy ni siquiera siempre a salvo aunque se trate de
D’Annunzio y ciertamente Colautti no lo era.
La
acción es una que en esos tiempos gustaba mucho, de amores culpables y odios
entre familias poderosas medievales (digamos que las más conocidas fueron Francesca da Rimini de Zandonai o La cena delle beffe de Giordano, que
pese a tener aún cierta presencia en el repertorio de algunos teatros no se
puede decir que formen parte de él de forma estable en ninguno), pero como
suele ocurrir más se habla de lo que sucede que lo que se ve, y algunos de los
personajes no hacen más que eso: Hablar.
Por otro
lado, en cuanto a la ‘inspiración’, Cilea está cómodo en las partes más lírica
e intimistas, pero pierde personalidad en los tonos épicos y aúlicos. Incluso
sus malvados lo son más por argumento que por caracterización musical (no era
el caso de la princesa en su magnífica Adriana
Lecouvreur, para mí su obra más conseguida).
¿Tiene
sentido gastar dinero en este tipo de exhumaciones, de las que luego suele
quedar un rastro en dvd? Yo creo que sí, no sólo porque puede aparecer la perla
rara sino que hay que dar oportunidades a autores y obras que alguna vez
tuvieron mucha (o alguna) repercusión y luego cayeron en el olvido,
justificadamente o no. Si no se hubiera hecho lo mismo con Rossini, Donizetti e
incluso Bellini aún no conoceríamos más que dos o tres títulos de cada uno y
nos habríamos perdido unos cuantos muy notables.
Así que
un juicio negativo sobre la calidad de la obra (en este caso por antiteatral)
no equivale a uno idéntico sobre la propuesta. Al contrario, esperemos que se
insista en esta línea.
La
propuesta escénica del generalmente alabado Albanese no ayudó porque subrayó el
carácter estático con el coro colocado a ambos lados del escenario en
escalinatas (podrían haber sido eficaces también para el Asesinato en la Catedral de Pizzetti o algún cuadro de Turandot o Boris Godunov) y una estrecha abertura en medio por la que
desfilaban personajes principales y secundarios. La solución de la fuente de
agua pura que abre la ‘acción’ fue bastante convencional si no desdichada (unos
niñitos que bailaban alrededor) y no hubo en mi opinión mucha dirección de
personajes (aunque estos los sean más de nombre que de hecho). Los trajes, de
un medievalismo reformulado, eran buenos o aceptables en el caso de las
mujeres, pero absolutamente ridículos y/o feos en el de los hombres. Luces y
decorados poco interesantes.
Como
queda dicho, la parte puramente instrumental es muy interesante y eso fue
aprovechado por el maestro Cilluffo, al parecer gran defensor de este
repertorio, con una orquesta en muy buen estado aunque alguna vez tal vez se
excedió un tanto en los decibelios (pero nunca cuando estaban los cantantes).
Buena asimismo la labor del coro preparado como habitualmente por Giovanni
Andreoli.
Los
cuatro roles principales tuvieron un doble reparto (se dieron en total ocho
funciones más una de duración reducida para las escuelas, hecho digno de
destacarse).
Bartoli
fue una protagonista de voz importante y sólida, tal vez algo demasiado
complacida en el registro grave, y de dicción mejorable. Boi tiene un
instrumento menos voluminoso, pero resuelve mejor las notas filadas y se le
entiende más. Ambas se mueven bien.
Ventre
es uno de los pocos tenores cuyos recursos le permiten medirse con el tremendo
Lionetto. No será un cantante ni actor imaginativo, pero tiene el color justo y
los agudos son apabullantes. Si centro y grave sonaron algo más opacos que en
mi recuerdo (no reciente) no parece algo que preocupe. El joven Pivnitskyi
tiene un timbre muy bonito, pero desde mi punto de vista no le conviene la
parte a un tenor esencialmente lírico (aunque su repertorio parece decir lo
contrario), que si le sirve para algunos detalles lo hace forzar siempre en el
registro agudo y eso puede pasarle factura.
Vassallo
encuentra en el antihéroe Bardo (Folco en la primera versión), hermano de
Gloria, un papel que parece escrito para destacar sus mejores cualidades,
mientras que Inverardi tal vez lo iguale en volumen pero no en color y se
muestra más monótono en el canto.
Aquilante,
el padre de ambos Bardi, fue confiado a Chikviladze y Denti. El primero tiene
voz más importante, oscura y potente, pero de emisión más áspera (como suele
ocurrir con la escuela eslava); el segundo es más claro y presenta algún
problema de emisión, pero tiene a su favor la lengua.
Los
secundarios, nada fáciles, fueron la Senese (en la primera versión, la
Orvietana), un papel para mezzo o contralto encomendado a Elena Schirru,
soprano, que se defendió bien, el bajo Alessandro Abis (el Vescovo u Obispo),
interesante, y el bajo o barítono o ambos (sus papeles parecen abarcar ambos
registros) Alessandro Frabotta, irregular, en el Banditore o Heraldo.
No había
mucho público, en especial en la función del día 16, segundo reparto, pero se
mostró atento y aplaudió aunque no con demasiada convicción.
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