Reportajes
Lucerna. Le piano symphonique y Argerich for ever
Agustín Blanco Bazán
“El nuevo
festival de piano de Lucerna” Así definen sus organizadores este acontecimiento
invernal que en una semana de febrero reunió a distinguidos pianistas y dos
grandes orquestas suizas, la Sinfónica de Lucerna y la Suisse Romande, para un abultado programa de conciertos. La
empresa, organizada por el KKL (Centro de Cultura y de Congresos) y la Sinfónica
de Lucerna, desafió el COVID en el 2021 y 22 con programas algo restringidos
ideados alrededor de Camille Saint-Saens y Johannes Brahms respectivamente. Se
trata de desarrollar un programa dedicado al piano y a obras orquestales que lo
incorporan como expresión medular. El Festival de este año, sin COVID, y más o
menos construido bajo la égida de Robert Schumann, pero con gran diversidad de
compositores, reunió a destacados artistas en la gran sala de conciertos del
KKL.
A mi llegada para los últimos dos días, los comentarios más entusiastas giraban sobre la reaparición de Martha Argerich, magistral y hasta cierto punto inesperada después de la cancelación de varias veladas por motivos de salud. Su técnica y su sensibilidad habían arrollado hasta al más exigente en una de sus piezas fuertes, el Concierto para piano de Schumann, con la Sinfónica de Lucerna bajo la dirección de su titular Michael Sanderling. Otros momentos estelares habían sido un recital de Rudolf Buchbinder y una velada donde el islandés Vikingur Ólafson, también junto a Sanderling y la Sinfónica de Lucerna, interpretó el raramente escuchado Concierto para piano y orquesta op. 17 de Paderewski.
Lucerna, KKL, Sala de conciertos, 10.2.2023. “Rugby”, movimiento sinfónico nr.2 de Arthur Honneger. Concierto para piano y orquesta nº 1 de Piotr Ilich Chaicovsqui (Solista: Khatia Buniatishvili). “Petrushka” Burlesque en cuatro escenas, de Igor Strawinsky. Orquesta de la Suisse Romande. Jonathan Nott, director.
La Orquesta de la Suisse Romande con Nott y
Buniatishvili
Mi turno comenzó la noche del 10 de febrero para apreciar la descomunal brillantez y virtuosismo de la Orquesta de la Suisse Romande, en esta oportunidad dirigida por Jonathan Nott. Se trata de un artista que merecería ser más apreciado por la calidad de sus interpretaciones. Nott ha trabajado durante décadas con compositores como Ligeti, Berio, Boulez y Stockhausen y todos estos parecen haber influido la claridad de articulación con que sabe atacar a los clásicos.
Su capacidad para guiar a la orquesta a través de contrastes de ritmo y dinámicas se manifestó por la tajante diferenciación con que atacó Rugby, el “movimiento sinfónico” de Honegger. El compositor mismo ha indicado su inspiración en las abruptas alternativas del deporte del mismo nombre y Nott se preocupó fundamentalmente por balancear las disonancias de metales con la continua tonalidad de las armonías de cuerdas que finalmente termina prevaleciendo en este experimento de contraposiciones. Los pasajes staccato salieron clarísimos y los sincopados pulsaron una partitura interpretada con fortes mesurados. En suma, ningún desborde, y todo bajo control.
En Petrushska, y como quedó demostrado en la introducción al primer cuadro, Nott se decidió más por la expresividad de los cantabile que por enfatizar los contrastes de texturas. Estas nunca salieron sobreenfatizadas pero siempre bien diferenciadas en textura y color. Las danzas fueron casi mozartianas en su claridad de desarrollo. En el segundo tableau, el inicial arpeggio de clarinetes y su repetición, aún las enérgicas entre estas a cargo de las trompetas, nunca exageraron una narrativa enfática pero siempre medida. En el Salón del Moro (tercer tableau), el vals fue cautivante en su poético abandono y en el tableau final Nott incrementó la expresividad general de las danzas para desarrollarlas con la nitidez de una pieza de cámara. Esta fue una versión calidoscópica en su variedad y nitidez de color.
A cargo de Kathia Buniatishvili estuvo la contribución pianística de la velada. La pianista de Georgia se presentó con un elegante vestido de gala, de un negro solo interrumpido por una enorme escarapela colorada, una bellísima flor artificial. Su garbo también fue perceptible en una interpretación del Primer concierto para piano de Chaicovsqui más entusiasta que concentrada, donde lo que más me impresionó fue su técnica en la mano derecha. La orquesta precedió su entrada con un corno más bien apurado y conminador y la pianista respondió con similar asertividad en sus cadenzas iniciales a veces subrayadas mirando a la orquesta y elevando el brazo derecho con el triunfalismo de un estandarte. De allí en adelante, la exposición se caracterizó por su premura y la brillantez de los arpegios. Y la tensión no cedió hasta una coda final desarrollada con decantada agilidad. En el “Andantino semplice” la flauta rivalizó en virtuosismo con la pianista que se explayó con segura contención y sensibilidad en sus ornamentos y solos, con una maravillosa intervención del oboe sobre el final. El “Allegro con fuoco” fue menos fogoso de lo que hubiera sido de desear, pero un magistral desarrollo de dominantes aseguró un dramatismo casi operístico en la coda y un cierre de conmovedor pathos.
Hubo aplausos cerrados y entusiastas de los espectadores entre ellos Marta Argerich, sentada al costado de una fila, que desapareció antes de que alguien pudiera acercársele. Su presencia permitió intuir que tocaría al día siguiente: “¡Sí, crucemos los dedos” me comentaron algunos, “¡Parece que hoy ha ensayado sin problemas!”
Orchesterhaus de Kriens. 11.2.2023. Variaciones sobre un tema de Robert Schumann op.20. Felix Mendelssohn Bartholdy, Variations Sériuses. Carl Vine, Sonata para piano op.1. Franz Liszt, Sonata para piano S178. Pianista: Yoav Levanon.
Un intermezzo
de mediodía con Yoav Levanon
Mientras Argerich ensayaba, me trasladé a Orchesterhaus, la sede de la
Sinfónica de Lucerna en el distrito suburbano de Kriens, para un recital
matutino de Yoav Levannon, el pianista israelí de diecinueve años que a los
seis había debutado en el Carnegie Hall. A los 11 se animó al Concierto para
piano en mi menor de Chopin y dos años más tarde ya había incorporado a su
repertorio el Segundo de Rachmaninov. Su biografía delata presentaciones ante
gente importante como la Reina Sofía, elogios de colegas, varios premios y ... en
fin, todos los ingredientes para sospechar que su fama pueda estar algo inflada
con eso de “¡y pensar que es tan joven!”
A diferencia de Buniatishvili, Levanon, muy flaquito y espigado, se
acercó al piano con parsimonia y timidez y una vez ajustado su taburete pareció
meditar por casi un minuto antes de negociar con el piano el primer acorde de
las Variaciones op. 20 compuestas por Clara sobre un tema de su marido Robert
Schumann. Imperturbable, y sin mover más que sus manos y antebrazos, dejó
escapar las primeras cinco notas que definen el desarrollo temático para
introducir después cada variación con decantada e introvertida sensibilidad.
Esto bastó para disipar mis reticencias previas. Olvídense de su pasado como
prodigio o de su juventud. Este es un pianista genial, cauteloso frente a una
carrera que recién empieza, pero ya maduro en este comienzo, por lo menos como
para evitar esas sobreactuaciones o exhibicionismos frecuentemente disfrazadas
de “ardor juvenil”
En las Variations
sérieuses de Mendelssohn que siguieron me impresionó particularmente la
urgencia nunca precipitada del agitato
(variación nº 5) la sensibilidad del cantabile
(nº 11) y a lo largo de toda la obra la precisión y el cuidado para coordinar
sin solución de continuidad las sutilezas sugeridas por la partitura (“assai
leggiero”, “poco a poco più agitato”, etc.) En el ritardando de la variación 17, el solista tomó impulso para
catapultar el presto final con contenida precisión y brillantez.
Luego de exhibir escalas y arpegios como para cortar la respiración en una Sonata de Carl Vine, Levanon dosificó la Sonata para piano de Liszt S178 con poderosos marcato de mano izquierda y un dosificado crescendo hasta un Grandioso expandido asertivamente, pero sin indulgencias pseudo-románticas. Después de esta lectura unitaria y diferenciada en sus constantes variaciones de tiempos y dinámicas, el ejecutante encaró la recapitulación final sin perder la concentración requerida para las peligrosas pausas y diminuendos, del Lento assai.
En uno de los números fuera de programa Levanon arrasó con una Rhapsody in Blue en la cual se precipitó con una vertiginosidad que creo que quitó algo de magia a esta obra, y me dio oportunidad para criticar alguna fisura en este gran pianista. Nadie es perfecto, pero casi, casi ….
KKL Luzern, Konzertsaal. 11.2.2023. Dichterliebe, ciclo de canciones op.48 de Robert Schumann (Solista: Thomas Hampson y Martha Argerich). Sonata para violonchelo y piano, op. 65 de Federico Chopin, Phantasiestücke op. 73 de Robert Schumann (solistas: Martha Argerich y Misha Maisky)
Argerich y sus
amigos
El concierto final del Festival reunió, bajo el título de “Martha
Argerich & friends” a la decana del piano con el barítono Thomas Hampson y
el chelista Mischa Maisky. Al primero la pianista lo acompañaría en Dichterliebe; todo un desafío, esta
confrontación de dos celebridades tan acostumbradas a un protagonismo exclusivo
en ramas tan diferentes como el canto y el piano. Unos días antes, Rene Fleming
y Evgeny Kissing habían repetido con gran éxito en el marco de este festival el
recital de la Scala comentado por
Jorge Binaghi para MUNDO CLASICO. Por mi parte recuerdo un encuentro de titanes
similar con Fischer-Dieskau y Alfred Brendel en El viaje de invierno. Fisher-Dieskau también lo hizo con Maurizio
Pollini en Salzburgo y en este caso, la cooperación parece haber sido más
problemática. “No se sabía quién acompañaba a quién”, comentó jocosamente
Fischer-Dieskau. Se trata, pues, de un tema difícil, bien resumido por Gerard
Moore en el título de su inolvidable autobiografía, Am I too loud?
Mi curiosidad por el lenguaje corporal de los artistas antes que comiencen su tarea se
acrecentó en esta oportunidad: Thomas Hampson entró vestido de gala y con ese
garbo tan típico de él. Y tan diferente a Argerich, a quien desde mi infancia
recuerdo haber visto ingresar al escenario vestida con sencillez y típica non-chalance: su urgencia es llegar al
piano para resolver allí algunas dudas que nunca parecen abandonarla del todo y,
como su vestimenta, su saludo al público es algo al pasar como cuando nos
cruzamos inesperadamente con un vecino en la calle. Antes de sentarse, Argerich
le dio a Hampson una inaudible instrucción, como si fuera un profesora
diciéndole algo a un alumno en una clase de conservatorio cualquiera, y después
… ¡enseguida a la carga! Nada de esa pequeña meditación a lo Levanon. Y nada de
gestos grandilocuentes a lo Buniatishvili.
La voz de Thomas Hampson sigue siendo la misma y no para todos los gustos: con tendencia al forte, algo dilatada y de una resonancia que a veces conspira contra la nitidez de un fraseo. Pero en esta oportunidad la emisión fue fresca y de un fraseo atractivo por su espontaneidad, tal vez excesivamente melodramático en algunos momentos, pero irreprochablemente “romántico” en su capacidad por comunicar dolor, frustración o esperanza.
Y Argerich se portó como una perfecta acompañante: simplemente apoyó y en este caso contuvo a un cantante propenso a excesos “operísticos” de expresión, pero siempre sin desafiar su peculiar línea de canto. El uso de ritardandi fue delicado pero firme y en la culminación de un lied crucial como Ich grolle nicht piano y cantante parecieron fusionarse en el crescendo final en un momento antológico: en el postludio instrumental pareció como si el piano alargara la bronca sin rencor genialmente expresada por Hampson: “Bien veo, mi amor, que miserable te sientes.”
Con estos
dos interpretes cada lied trajo una sorpresa idiosincrática. Por ejemplo: el uso
de la mezza voce de Hampson en “Hör
ich das Liedchen klingen” y la evasiva agitación, perfectamente coordinada de
cantante y pianista en “Und wüssten´s die Blumen.” Argerich se decidió por
tocar con partitura a la vista, y a veces pasó las páginas ella, complicando
así la tarea del atento ayudante sentado a su lado.
En la segunda parte la pianista comenzó la Sonata para piano y chelo op.65 de Chopin sin siquiera mirar a un Misha Maisky que, tan distendido como ella, no pareció sorprenderse al oír la introducción del Allegro Moderato mientras arreglaba su postura y el atril. Justo a tiempo el chelista repitió imperturbable la melodía inicial. Y de allí en adelante estos dos viejos amigos que no necesitan mirarse para dialogar con sus instrumentos, continuaron el desarrollo de esta poco ejecutada obra con modélica espontaneidad, como si estuvieran creando la música sin seguir una partitura.
Maisky me pareció al comienzo menos sutil en los ataques que años atrás, pero recuperó su penetrante sensibilidad en algunos rallentandi del scherzo y ambos dialogaron a lo largo de esta dificilísima obra con un pulso calmo y sobrio. En el Largo, el chelista interpretó la melodía inicial con recóndita sensibilidad y sin almíbar, bien de acuerdo a la instrucción de ‘poco’ dolce e cantábile. Por su parte la pianista aseguró que la intensidad se mantuviera firme sin ser intrusiva, antes de abordar con tacto urgente y elusivo el allegro final. Este magnifico diálogo de chelo y piano culminó con una concentrada y expresiva exposición de los Phantasiestucke para chelo y piano de Schumann.
Como primer bis, los dos amigos brindaron una Polonaise Brillante (Chopin, op 3) que en la introducción permitió a Maisky lucirse con algunas de sus más bellas frases de la noche. La sección de la polonesa propiamente dicha (Alla polacca, allegro con brio) fue casi un milagro por la forma en que los artistas supieron mezclarlo todo: afirmación de un ritmo nunca apurado sino dosificado a través de sostenidos que parecían suspenderse en el aire antes de precipitarse a la resolución siguiente. El público solo pudo aplacarse con uno de los lieder para piano y chelo de Brahms, donde la intensidad, las pausas y un marcado de firme delicadeza pusieron fin a una gran noche y a un excelente festival.
El próximo Piano Symphonique Festival tendrá lugar en Lucerna del 16 al 21 de enero de 2024.
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