Recensiones bibliográficas

Ucrania

XVII Putin radicaliza más aún la guerra y tienta una escalada militar en Europa

Juan Carlos Tellechea
martes, 28 de febrero de 2023
Revanche © 2023 by C. H. Beck Revanche © 2023 by C. H. Beck
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Vladimir Putin es el gobernante más sanguinario que ha tenido Rusia desde Iosif Stalin, concluye con toda razón el periodista Michael Thumann, corresponsal en Moscú y Berlín del prestigioso semanario Die Zeit, en su nuevo libro Revanche. Wie Putin das bedrohlichste Regime der Welt geschaffen hat (Venganza. Como creó Putin el régimen más amenazador del mundo), de lectura obligada en estos días y publicado por la editorial C. H. Beck, de Múnich.*

Un año después de la agresión rusa contra Ucrania, el 24 de febrero de 2022, no se vislumbra el final de esta guerra. Contrariamente a las esperanzas de Occidente, no se está formando en Rusia una oposición sustancial al curso belicista del Kremlin. La cuestión es si existe, no obstante, la esperanza de un "cambio de régimen" en Moscú.

Sí, afirma Michael Thumann, quien conoce Rusia como la palma de su mano, tras más de 25 años de labor en ese país y en Europa del este. ''La caída del régimen de Putin ha comenzado con esta guerra''. Putin ha atado su destino a esta conflagración y no puede ponerle fin, aceptando una derrota. En el segundo año, radicalizará aún más la guerra, tentando una escalada militar en Europa. 

Solo puede confiar en una cosa. Su lugar destacado en la historia está ya asegurado: como el gobernante más sanguinario de Rusia desde Iosif Stalin.

Ocaso

En su impresionante libro Thumann traza de cerca el descenso de Rusia a una dictadura cada vez más totalitaria y el camino hacia la guerra imperialista de Putin. El único motivo que mueve a este dictador y sus cómplices es vengarse de la apertura democrática después de 1991, tras la caída del Muro de Berlín y el colapso del sistema comunista de la Unión Soviética, así como de la supuesta humillación al que lo habría sometido Occidente. El periodista habló con protagonistas de la política y la sociedad rusas. Pese a la abundancia de datos y su complejidad, se lee muy bien, es fácil de entender y muy apasionante.

Bajo Vladimir Putin, Rusia, en realidad el mayor país europeo, se despide de Europa. Una vez más, un Telón de Acero está descendiendo por todo el continente. ''Cuando viajo a este país, me suelen parar en el aeropuerto'', relata Thumann, uno de los últimos corresponsales alemanes que viven en Moscú. 

El funcionario de fronteras me retiene el pasaporte y hace una larga llamada telefónica a sus superiores. Una persona con traje oscuro, probablemente del servicio secreto, me recoge y me conduce a una habitación del sótano. Dentro, un escritorio, un viejo colchón con muelles, sillas rotas, polvo en las esquinas. Tengo que responder a preguntas: ¿Dónde vive? ¿Qué piensa de la operación militar? ¿Qué piensa hacer en Rusia? Respondo secamente y me pregunto siempre: ¿Conseguiré entrar en el país? ¿Y volveré a salir?

Permanecer alerta

El conflicto entre Serbia y Kosovo lleva décadas latente. Cuando las tensiones volvieron a estallar recientemente, el papel de Rusia también pasó a primer plano en vista de la actual situación geopolítica. Rusia no es la causa directa de las tensiones entre Serbia y Kosovo, pero sin duda puede utilizarlas para debilitar o distraer a la UE, que tiene que actuar en varios frentes diplomáticos al mismo tiempo.

Los servicios secretos occidentales pintan un panorama sombrío acerca de las futuras acciones de Rusia en Ucrania. Occidente no debe descuidarse, sostienen. Y los Estados bálticos también deberían permanecer en alerta máxima. Moldavia, el pequeño país entre Ucrania y Rumania, teme una invasión en estos meses. El mayor error que Occidente podría cometer hoy es acostumbrarse a la guerra en Ucrania. Putin sopesa todas las posibilidades a su alcance para desatar una escalada militar en Europa sin comprometerse directamente, pero sacando provecho de ello sin costos demasiado elevados.

Injerencia

Para los seis países balcánicos occidentales (WB6) la única opción realista de cooperación institucionalizada sigue siendo la adhesión a la UE. Entre los seis Estados, hay dos "atípicos" -Serbia y la República Srpska de Bosnia-Herzegovina- que utilizan sus relaciones de política exterior y de seguridad, por ejemplo con Rusia, para sus propios objetivos políticos.

Serbia busca apoyo para su política hacia Kosovo y la República Srpska busca respaldo para sus tendencias separatistas. No es de esperar que el WB6 ponga fin por completo a su cooperación con los actores externos mencionados en un futuro próximo. Sin embargo, en una situación geopolítica cambiante, la UE necesita establecer prioridades para vincular más estrechamente a los países atípicos en cuestiones de su Política Exterior y de Seguridad Común (PESC).

Los actores externos, como Rusia, solo tienen tanto potencial de acción en política exterior y de seguridad como les ofrecen los déficits locales, como el no reconocimiento de Kosovo por parte de Serbia o la organización étnica de las instituciones en Bosnia-Herzegovina.

Sanciones

Sin embargo, las rivalidades geopolíticas con Rusia no deben llevar a que las reformas indispensables en los Balcanes Occidentales se dejen de lado por soluciones "fáciles". Esto significa que la introducción de sanciones contra Rusia por parte de Serbia no resolverá el problema de Kosovo. Por ello, la UE debe trabajar más intensamente en estos frentes.

También debería abordar en mucha mayor medida a actores locales como Aleksandar Vučić, presidente de Serbia, o Milorad Dodik, jefe de Estado de la República Srpska, como principales impulsores de la política prorrusa en los Balcanes, en lugar de sobreestimar el potencial de injerencia de Rusia allí. Al final, siempre tiene que haber fuerzas sobre el terreno que puedan identificarse con las políticas de los actores externos y hacerlas relevantes en casa.

Putin de cerca

A finales de 1999, Michael Thumann se entrevistó por primera vez con Vladimir Putin. Putin había sido primer ministro ruso durante unos meses y Thumann lo describió como un hombre de cara estrecha, casi tímido, que parecía algo torpe y hablaba un ruso engorroso con muchas fórmulas burocráticas. Putin había actuado como si quisiera establecer buenas relaciones con Occidente y luchar contra el terrorismo. Pero, escribe Thumann:

Incluso entonces no le creí realmente. Pensaba que era un hombre autoritario de los servicios secretos que inició su mandato con una guerra brutal contra Chechenia. Sin embargo, nunca habría imaginado que me encontraría con el hombre que, 20 años más tarde, amenazaría al mundo entero con una catástrofe nuclear desde su búnker.

En su libro, convincentemente argumentado y brillantemente escrito, Thumann describe cómo se pudo llegar a este estado de cosas, trazando las etapas en la ruta hacia la guerra actual. En su análisis se guía por tres ideas básicas: En primer lugar, el autor está convencido de que Putin se está vengando. Es la venganza por el colapso del imperio soviético, que Putin mismo ha descrito reiteradamente como la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX.

Nacionalismo

En segundo lugar, escribe Thumann, Rusia no está reaccionando a Occidente, se está desarrollando por sí misma. Y en tercer lugar: 

El ascenso de Putin es una variedad del nuevo nacionalismo radical que domina a muchos países en nuestra época. En Turquía, en Hungría, en Polonia, en Italia y en China, domina el nuevo nacionalismo; en Francia y en Brasil, es la fuerza de oposición más fuerte; en Estados Unidos, estuvo en el poder de 2016 a 2020 y puede volver en 2024. Putin lo demuestra: El nuevo nacionalismo lleva a la guerra, y la estabilización del Estado, por las buenas o por las malas, conduce a la dictadura. No hay dosis compatible y tolerable de nacionalismo autoritario''.

Putin no era, sin embargo, un representante de este nuevo nacionalismo desde un principio. Es más bien un nacionalista ocasional que adoptó esta ideología por puro cálculo oportunista, escribe Thumann.

Es un nacionalista con el propósito de mantener el poder, lo que le hace compatible con hermanos de espíritu como Recep Tayyip Erdoğan, Donald Trump o Victor Orban. Para Thumann, el nacionalismo es una estación importante en el camino hacia la guerra. Al igual que ocurriera con los errores y fracasos de Alemania, en particular en el pasado.

Los políticos y empresarios alemanes de hoy ignoraron los cambios internos de Rusia y las metamorfosis de Putin en el poder. Sobre todo, pasaron por alto el hecho de que la Rusia de Putin no era la Unión Soviética victoriosa y saturada, sino un Estado cada vez más revanchista (...) Los alemanes pensaban que entendían mejor a Rusia, y ese fue probablemente su mayor equivocación.

Putin y el canciller alemán Gerhard Schröder

Michael Thumann relata el siguiente hecho:

Esta escena produjo en su momento una sensación de inquietud a muchos corresponsales alemanes en Moscú: en la Navidad ortodoxa de enero de 2001, Gerhard Schröder y Vladimir Putin se encontraban muy juntos en la Catedral del Salvador de Moscú. El canciller y el presidente, el ex presidente de las Juventudes Socialistas alemanas (Juso) y el ex jefe del servicio secreto, el socialdemócrata y el burócrata de la seguridad. Había pocas cosas que encajaran. A primera vista.
Los políticos llevaban sus abrigos negros pulcramente abrochados hasta el nudo de la corbata y eran conducidos por el patriarca ortodoxo a través de la catedral cubierta de oro a orillas del río Moscova. Un edificio sobredimensionado que Stalin hizo volar por los aires y que un ambicioso alcalde moscovita con lazos familiares en la industria de la construcción mandó reconstruir en los años noventa. El canciller y el presidente encendieron velas y se susurraron al oído mientras el patriarca les deseaba "Feliz Navidad" en alemán.
Al día siguiente, los dos y sus esposas se sentaron en un trineo rojo y recorrieron el parque nevado de la antigua residencia del zar, Kolomenskoye, en Moscú. Fue el comienzo de una amistad escandalosa que años más tarde llevaría a Schröder a los consejos de supervisión de las empresas energéticas rusas y a Alemania a su fatídica dependencia de los yacimientos de gas siberianos. En aquel momento me sorprendió la cordialidad de la visita. También había visto a Schröder en su primera visita a Rusia, en noviembre de 1998. Le esperé durante horas en la biblioteca del Hotel Kempinski porque aún estaba discutiendo los asuntos de Bonn con su delegación.
Por aquel entonces, (el canciller Schröder) llegaba tarde a todas partes en Moscú y, en esencia, señalaba: "Nada de esto me interesa especialmente aquí. Sobre todo, ¡no quiero ir a la sauna!". (Éste era un ritual que su predecesor en el cargo, Helmut Kohl, había disfrutado con el presidente Boris Yeltsin). Pero con Putin, Schröder era un hombre cambiado. Schröder, ateo, se convirtió en la Catedral del Redentor. No solo se enamoró de Putin como persona, sino también de una idea idealizada de Rusia, que a partir de entonces defendió contra cualquier crítica al régimen.
Más tarde también adoptó a dos niños rusos. Veinte años más tarde, tras la segunda invasión rusa de Ucrania, Schröder no rompió con Putin, sino con su partido, el SPD, que se distanció de él. Le silbó [ndlr: le restó importancia, le dio la espalda, despreció, reprobó] a Alemania y apoyó a Rusia. Schröder fue un ejemplo particularmente flagrante de la putinofilia alemana. Pero solo un ejemplo entre muchos. En 30 años de reportajes sobre Rusia, conocí a muchos partidarios de Putin en Alemania. Lo veían como un hombre realista con el que se podían hacer negocios, el alemán en el Kremlin, el presidente accesible, un joven político sobrio que parecía muy diferente de los Yeltsin, Brézhnev y Jruschov que le precedieron. Políticos, directivos y periodistas alemanes, incluso en mi propio periódico, el ZEIT, quedaron prendados de él.

En poco menos de 300 páginas Michael Thumann describe la decadencia de Rusia hacia una dictadura totalitaria, cuyas estaciones en este camino se ven en la omnipresente propaganda, el abuso del pasado ruso, el aislamiento del país y el alejamiento de Occidente.

Sistema soviético

Otra cuestión es el resurgimiento del sistema soviético de aplicación de la ley y los campos de concentración y trabajos forzados. En su opinión, Putin y sus confidentes son plenamente responsables de ello. El autor caracteriza al presidente ruso como un hombre profundamente agraviado que, al final de su carrera, puso en peligro todo lo que había conseguido en los 22 años anteriores.

La conclusión de Thumann: 

Putin se presentó como un empresario delirante que tuvo un modelo de negocio muy exitoso durante mucho tiempo y al final de su carrera va al casino a jugarse sus prestaciones de jubilación, así como la herencia de sus hijos. Lo que estaba en juego era la estabilidad política, económica y cultural de Rusia, de la que una vez se sintió tan orgulloso.

Cómo subestimó Putin a Occidente

Putin también subestimó criminalmente a Europa y a Occidente: se burló de ellos tachándolos de decadentes. Ya no podían "vivir sin foie gras, ostras y libertades de género". Y además: "Obviamente se creen miembros de una casta superior y de una raza superior".

Dijo esto en marzo de 2022, cuando aún asumía una guerra relámpago. Percibía al anciano presidente estadounidense Joe Biden o al canciller alemán Olaf Scholz como bufones, al igual que al presidente ucraniano Volodimir Selenski.

Pero el odiado Occidente se mostró sorprendentemente unido y enérgico en su oposición al régimen de Putin, y hasta ahora ha logrado rechazar con éxito su guerra energética.

Parece estar seguro

En el plano interno, Putin parece seguir a salvo en el poder. Pero con la movilización militar desde el pasado otoño, la guerra ha llegado definitivamente a Rusia. El régimen gasta ahora un tercio del presupuesto estatal en seguridad militar e interior. Putin mismo ha tenido que extremar las medidas de seguridad en torno a su persona hasta niveles increíbles y absurdos.

Como consecuencia, las inversiones en áreas civiles como escuelas u hospitales se han reducido al menos en un 20%. Putin pone así en peligro su propio modelo de éxito, que no ha traído la libertad política a su propio pueblo, pero sí al menos un modesto nivel de prosperidad.

A los ojos de sus asombrosamente obedientes súbditos, Putin solo puede ganar. Si pierde esta guerra su régimen colapsará. Hasta ahora, ha podido transmitir a otros los reveses de sus tropas; esto será cada vez más difícil en el segundo año de guerra, ya que él nombra a todos los comandantes supremos. Así que, como la rata de su anécdota infantil, también él está acorralado internamente, y la cuestión es hasta dónde llegará en los próximos 12 meses.

Putin quiere devolver a Rusia su antigua grandeza y meter el miedo en el cuerpo a quienes han debilitado, humillado y traicionado a su país. Piensa en términos de gran potencia rusa y se apoya en el nacionalismo autoritario. Rusia quiere volver a ser una superpotencia como lo fue en su día la Unión Soviética, simplemente sin una economía planificada, sin la doctrina pura de la felicidad mundial comunista.

Como el escritor ruso Viktor Erofeyev, se podría hablar de una perestroika negativa. Mientras que Mijail Gorbachov intentó en su día abrir y modernizar la vida social y política de la Unión Soviética, Putin quiere conseguir lo contrario: Rusia levanta de nuevo el telón de acero hacia Occidente y quiere ganarse el respeto mediante la disuasión.

Mas, al estar condenado al ostracismo en Occidente, la única opción económica de Putin es depender de China. Sin embargo, como principal comprador de gas ruso, Pekín podrá imponer cada vez más precios a Moscú, especula Thumann.

Putin se radicalizará en el segundo año de guerra

Al igual que otros expertos, supone que Putin se radicalizará aún más en el segundo año de la guerra. Para no parecer un perdedor, al menos debe tomar el Donbas. Gracias a la movilización militar, ahora está aplicando la vieja estrategia rusa de derrotar al enemigo con una gran cantidad de mano de obra y material.

Pero los analistas dudan de que pueda equipar a las tropas, a menudo mal entrenadas, con suficientes armas y municiones. Así que tendrá que contentarse con ofensivas esporádicas.

Además, es probable que intensifique sus crueles bombardeos de instalaciones civiles y zonas residenciales para hacer la vida lo más insoportable posible a la población ucraniana. Luego está la guerra híbrida contra Occidente, al que Rusia quiere dañar digital o energéticamente. Mientras tanto, Putin habla como un fanático religioso de una "guerra santa" que libra contra la OTAN, Estados Unidos, Europa y la UE.

Los errores de apreciación y las reacciones emocionales cada vez más flagrantes de Rusia son peligrosos. Tan pronto como la guerra de posición y desgaste en el este de Ucrania parezca un punto muerto, Putin lo percibirá como una derrota y buscará una mayor escalada. Otra de las cuestiones es si cruzará entonces la línea roja y utilizará armas nucleares.

Putin y sus propagandistas no escatimaron amenazas de Armagedón ni siquiera en el primer año de guerra. En las tertulias rusas, es casi de buen tono pedir la pulverización nuclear de Londres, Washington o Berlín. Por otra parte, hasta ahora Putin se ha mostrado reacio a seguir aumentando la preparación de combate de las fuerzas nucleares rusas, tras haberla elevado al nivel dos de cuatro la pasada primavera.

Argumentos contra una escalada nuclear

Thumann enumera los argumentos a favor y en contra del conflicto nuclear. El uso de armas nucleares tácticas tiene poco sentido en Ucrania, afirma. 

Son adecuadas para atacar objetivos grandes, a todo un grupo del ejército o a una ciudad más grande. Pero las fuerzas armadas ucranianas están organizadas de forma descentralizada. 

Aniquilar una ciudad entera también podría salpicar a la población rusa.

Putin no es un suicida

Además, Putin tendría que contar con una reacción violenta contra su país. La biógrafa de Putin, Fiona Hill, escribe que no es un candidato suicida en sí, sino más bien un "superviviente", un obstinado superviviente que quiere asegurarse un lugar destacado en la historia rusa.

Para Thumann, también hay algo que decir, por desgracia, sobre un ataque nuclear. Quienes amenazan constantemente con la opción nuclear se ponen a sí mismos bajo presión. Si Putin se siente demasiado acorralado, como la rata de su infancia, podría intentar el ataque nuclear de liberación después de todo. Sin duda, el Kremlin está sopesando que sería peor: las desventajas de utilizar armas nucleares o las desventajas de perder la guerra. En cualquier caso, esto último tendría asimismo consecuencias para Putin y su régimen.

El corresponsal de Die Zeit considera como un escenario poco probable una rebelión contra el fracasado ''señor de la guerra''. Putin ha asegurado su poder demasiado bien y ha destruido cualquier oposición peligrosa con demasiada eficacia (asombra la cantidad de personas de su entorno que se han suicidado en los últimos tiempos). No cabe esperar resistencia en su propio país. Así que lo que más debe temer es a sí mismo. A tomar una decisión equivocada de más. Con consecuencias fatales para él también.

Notas

Michael Thumann, «Revanche. Wie Putin das bedrohlichste Regime der Welt geschaffen hat», München: C. H. Beck, 2023, 288 Seiten, mit 15 Abbildungen. ISBN 978-3-406-79935-8 Hardcover 25,00€ e-book 18,99€

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