España - Madrid
Aquí se canta la jota
Germán García Tomás

No veía en sus tablas el Teatro de la Zarzuela la ópera La Dolores desde la Guerra Civil, allá por 1937.
El que fuera escenario de su estreno en 1895 ha saldado este capítulo pendiente en su historia reciente con una propuesta de nueva creación a cargo de la directora Amelia
La ópera de Bretón, revestida de ese totalizador empeño wagneriano en cuanto a aunar la música y libreto en una misma autoría, que el compositor salmantino basó en el drama homónimo de José Feliú y Codina popularizando aún mucho más a nivel teatral la historia con tintes verídicos de esa “chica tan guapa / amiga de hacer favores” que el escritor ayudó a inmortalizar, fue recuperada hace casi 20 años de un olvido manifiesto, a excepción de su monumental Jota, que siempre se considera injusto, máxime cuando la calidad musical y literaria acompañan a una obra como La Dolores frente al resto de la muy desigual producción operística de un autor cuyo numen artístico casi enteramente ha pasado a la posteridad por el hecho de haber puesto música un año antes de su incursión operística bilbilitana a una zarzuela de género chico madrileño que llegó a sus manos por pura casualidad tras pasar antes por otras de diestra más “zarzuelera” y llamativamente incapaces de ponerle pentagramas: ese fenómeno cultural y social que iba a suponer La verbena de la Paloma.
Esa difusión de La Dolores llegó en primer lugar en 1999 por medio de la publicación en disco compacto para el sello Decca de la primera grabación completa de la ópera dirigida por el maestro Antoni
Dejando al margen el esencial registro discográfico, la contribución de esta puesta en escena de José Carlos Plaza para sacar del ostracismo a la ópera más española de Bretón fue determinante, y en parte Ochandiano, que debutó hace casi 15 años en el Teatro de la Zarzuela con su visión de La del soto del parral, se ha dejado inspirar por el clima lúgubre y sombrío que pudimos ver en el Teatro Real, recurriendo en general a la misma deslocalización en la escenografía de Ricardo
.Esta no permite identificar el regionalismo y la ambientación aragonesa más que en la troupe de gigantes y cabezudos que circulan durante el preludio instrumental y en la imponente Jota del acto primero, donde la brillante y recia coreografía de Miguel Ángel
Junto a la oscuridad inherente al montaje, la economía de medios a nivel escenográfico lleva a usar tramoyas y pasillos elevados, lo que en ocasiones provoca un errático circular de los personajes por la escena, y esa austeridad provee de una general desnudez que tiende al intimismo de las escenas pero que desorienta y no ubica al espectador en los emplazamientos concretos, como la taberna de Gaspara, funcionando mejor la opción escenográfica para recrear la corrida de toros, con sus gradas escalonadas que simulan el coso taurino.
La cama con doseles amarillos de Dolores que preside la última escena del acto tercero tiene cierto componente naif y de comedia americana de los años 50, y el Melchor muerto se oculta a los ojos de la audiencia no sabemos si por pudor o por ser políticamente correctos con una cuestión siempre escabrosa como el asesinato y que a la postre es tan difícil de ver en el teatro de la calle Jovellanos, porque las zarzuelas al contrario que las óperas, no son trágicas.
Además, el personaje de la joven ultrajada por el villano dista mucho aquí del glamour y sensualidad con que se la caracterizó en aquella ocasión a Elisabete Matos, y el carácter descarnado y sufriente del personaje titular, pese a sus burlas de los varones que la cortejan, estaba bastante más marcado en esa producción firmada por Plaza.
El choque entre Dolores y Melchor en el acto primero no tiene nada de los ribetes de violencia que vimos hace años, ¿producto quizá de la nueva política de género? Una lástima, porque lo que venimos a ver es un drama rural al rojo vivo, encendido y agresivo, como transpira la propia música de Bretón, tensa y exasperada.
Pese a todo, la función se apoya en el determinante papel de sus cantantes, y en el primer reparto la prestación de sus integrantes defiende con holgura el exigente dramatismo de la partitura, siendo la pareja protagónica la que levanta encendidas pasiones.
es siempre una artista de gran inteligencia teatral y consigue dominar todos los resortes de su personaje, desde la tesitura superior hasta los graves de más contundencia y autoridad. La soprano madrileña penetra y hace suya la psicología del personaje de Dolores, confiriéndole gravedad y un sentimiento de íntima ausencia que cristaliza en su gran escena del tercer acto.
Dando vida al seminarista Lázaro, el tenor
También el barítono
, cantante asombrosamente versátil en multitud de repertorios, da lo mejor de sí por medio de su bruñida vocalidad en un Melchor temible y arrogante.En medio del triángulo amoroso destaca el barítono
y la comicidad con la que ha imprimido a Patricio, aunque el riesgo estaba en ridiculizar en exceso este papel, que aborda con soberana proyección y elocuente expresión.Por el contrario, no resulta tan expresivo en lo teatral el Rojas del barítono Ihor
, integrante del segundo reparto, y la Gaspara de María Luisa se pasa de bastante frenada, con un Celemín de bastante equilibrado que huye de la impertinencia que podría asociarse a este rol.Buen espectáculo el que brinda el Coro Titular del Teatro como vecinos de Calatayud en las apariciones de corte más zarzuelístico, intencionadamente incluidas por Bretón en su ópera española, y el trabajo de las marciales voces del juvenil Coro de Voces Blancas Sinan Kay a las órdenes de
La discutible recuperación de
en la temporada pasada dejó a las claras que dirigir Bretón no es tarea fácil, y Guillermo , excelente conocedor de este lenguaje ecléctico que se mueve entre el wagnerismo y el verismo italiano, mezclados con Massenet, lo hace discurrir por distintas aguas a lo largo de la ópera.Describe con justicia páginas orquestales como ambos preludios, especialmente el del tercer acto –todo un clima preparatorio del rezo de un rosario-, y efecto dramático en los finales de acto, pero ese continuo musical que el músico de Salamanca despliega en su mejor ópera parece perder lustre y brillo en determinados instantes a lo largo de estas casi dos horas y media de enjundiosa música.
Muchas personas fueron sólo a presenciar esta Dolores por su memorable Jota y salieron más que compensados. Con sus más y sus menos, le hemos dado la bienvenida en su teatro a esta nueva Dolores en el centenario del fallecimiento de su autor.
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