Educación musical
Lacrimosa, un juego de mesa sobre Mozart
Josep Mª. Rota
La editorial Devir Iberia, líder en el sector de
juegos de mesa, acaba de lanzar al mercado el juego más esperado en los últimos
meses, Lacrimosa, ambientado en los viajes de Mozart y sus
composiciones, especialmente su inconcluso Réquiem. Devir, con sede en
Barcelona, es conocida por distribuir juegos tan populares como Catan, Carcassonne,
Twilight Struggle, Here I Stand o Churchill, por citar solo
algunos. Este juego, que había levantado mucha expectación, ha sido creado por
Gerard Ascensi y Ferran Renalias, con arte de Jared Blando y Enrique Corominas.
El juego está diseñado para dos a cuatro jugadores, aunque también existe la
variante para juego solitario. Con tres jugadores, el juego tiene un balance
perfecto. Cada jugador representa que es un mecenas de Mozart y sus obras. Quien
más haya contribuido al éxito mozartiano será el ganador. Se juega de manera
fluida en apenas hora y media. El juego ofrece muchas posibilidades y su
dinámica permite que pueda echarse más de una partida en una misma tarde.
El juego está dividido en cinco turnos, que
representan las cinco etapas compositivas de Mozart. En cada turno, el jugador
puede llevar a cabo diversas acciones en favor de Mozart: comprar una de sus
composiciones, pagarle un viaje a una ciudad o financiar la composición del
Réquiem.
El mapa representa Centroeuropa, con las ciudades de
Salzburgo, Innsbruck, Múnich, Praga, Berlín, Frankfurt, Lyon, Milán, Viena,
París y Londres. Estas tres últimas tienen categoría de corte. Viajar a una
ciudad ofrece como recompensa dinero, recursos para la composición o puntos de
victoria. Por otro lado, las cortes ofrecen encargos de diversos tipos de
composiciones, con suculenta recompensa en forma de puntos de victoria. Para la
composición del Réquiem, están disponibles los compositores Eybler,
Freystädler, Stadler y Süssmayr.
El jugador también puede financiarse interpretando o
vendiendo las composiciones de Mozart. Dichas composiciones se reparten entre
las cinco épocas antes comentadas y se agrupan en música de cámara, sacra,
orquestal y ópera. La música de cámara comprende: Cuarteto de cuerda Nº 1,
Sonatas para piano, violín (o flauta) y violonchelo, Serenata “Haffner“, Divertimento 15 / “Lodronische Nachtmusik“ Nº 2, Sonata
para piano Nº 11, Sonata para piano y violín Nº 17, Cuarteto para piano, Dissonanzen-Quartett,
Eine kleine Nachtmusik, los tres “Cuartetos
prusianos” y el “Quinteto Stadler”. En el apartado de
música sacra vienen las misas Dominicus Messe, Waisenhausmesse,
Spatzenmesse, Missa in honorem Sanctissimae Trinitatis y Grosse Messe
(en do menor). Las otras piezas religiosas son Sancta Maria, Mater Dei;
Vesperae solennes de confessore; Kyrie en re menor; Zwei deutsche
Kirchenlieder; Eine kleine Gigue y Ave verum corpus. La música
orquestal consta de conciertos y sinfonías; los conciertos son para violín;
oboe; flauta y arpa; piano Nº 23; trompa y clarinete. Las sinfonías son las
números 31 “París“, 36, 40 y 41 “Júpiter“, además de las primerizas “Alte Lambacher“ y Salzburger
Sinfonien.
Las óperas son Bastien und Bastienne; Mitridate,
re di Ponto; Ascanio in Alba; La finta giardiniera; Il re pastore; Idomeneo, re
di Creta; Die Entführung aus dem Serail; Le nozze di Figaro; Don Giovanni; Così
fan tutte y Die Zauberflöte. La selección sorprende a primera vista,
pues presenta obras menores (el gradual Sancta Maria, Mater Dei, Eine
kleine Gigue, el concierto para flauta y arpa) y obvia otras famosas, como La
clemenza di Tito, la “Sinfonía Linz” o la “Misa de la Coronación”. La
explicación es muy sencilla: había que repartir de manera equitativa las
composiciones en géneros musicales y épocas. Es decir, once obras de cada
género y nueve obras para cada época.
Una de las muchas agradables sorpresas del juego es que los diseñadores han tenido el acierto de titular todas las composiciones mozartianas en la lengua original, ya sea la latina, la alemana o la italiana, y no en inglés. ¡Bravo por conseguir escapar a la fagocitación inglesa! Tan solo se les ha colado un gazapo: El Kyrie en re menor aparece en la nomenclatura inglesa Kyrie in D minor y no en la correcta original alemana Kyrie d-Moll. Peccata minuta. Otro de los aciertos es el título y el diseño de la caja, todo un reclamo publicitario para atraer al comprador. El título es muy sugerente pues hace referencia a la última parte de la secuencia de la misa de difuntos, que Mozart dejó inconclusa; la portada reproduce al maestro con rostro concentrado en la tarea de dirigir; al pie, una silueta de coche fúnebre (¿el del mismísimo Mozart?) se dirige al camposanto.
Los
materiales son de primera, tanto el mapa, como los cuadernos individuales, las
cartas y los indicadores de madera para regular los viajes y las composiciones
del maestro. Una figurita con el busto de Mozart preside el juego, que hará las
delicias de los aficionados a los juegos de mesa y a la música por igual. Las
reglas están en cuatro idiomas: castellano, catalán, inglés e italiano en
sendos libritos de tan solo 24 páginas. El juego se aprende fácil, a pesar de
que las reglas proponen nombres como “documentar recuerdos”, “puntos de relato”
o “cartas de memorias”, que resultan confusos, cuando los conceptos serían más
claros con nombres más pertinentes.
La disputa está servida. ¿Por qué Mozart y no Bach,
Beethoven o Wagner? ¿Acaso no son estos tres los más grandes? Todo aquel que
haya pasado por el conservatorio habrá estudiado con devoción las fugas de
Bach, las sonatas de Beethoven y el Tristán de Wagner. Con ellos, la música
tuvo un antes y un después (¿habría que añadir aquí a Schönberg?). El juego
encajaría perfecto con el encargo de las Pasiones de Bach, el estreno de la
Novena de Beethoven o la financiación de la enorme Tetralogía “El anillo del
nibelungo” de Wagner. Dado que ni Bach ni Beethoven viajaron demasiado, la
azarosa vida de Wagner resultaría ideal en el juego, viajando a Magdeburgo,
Königsberg, Riga, París, Dresde, Zúrich, Lucerna, Múnich y Bayreuth. Hace cien
años, Wagner habría sido sin discusión el protagonista de un juego como este.
Hoy en día, no. Si a Wagner se le reconoce su obra, y no de manera unánime, su
persona, no. Su figura es maltratada y vilipendiada como no lo es ninguna otra
figura de la música. Si Bach no pasa de ser un personaje venerable, pero adusto,
Beethoven, otrora el más grande, además de adusto, es visto como el prototipo
del monstruo germánico.
La sociedad de lo políticamente correcto ha entronizado a Mozart como el músico más popular. Además, Mozart es austríaco, no alemán [Nota 1] y se escapa al estigma germano. Un personaje simpático, vamos. Remachó el clavo Amadeus de Miloš Forman. La película, con errores de bulto, como cantar en inglés Die Zauberflöte, sancionó de manera peligrosísima dos conceptos muy discutibles: un Mozart con Síndrome de Peter Pan y un villano de película llamado Salieri. Incluso la popular serie infantil de dibujos animados “Las tres mellizas” dedicó no uno, sino dos capítulos a Mozart; uno de ellos se centra en las disputas entre Sarastro y La reina de la noche en Salzburgo (sic); en el otro, el villano es Salieri; pero no es un asesino, como en la película; simplemente, un envidioso y un lerdo que no consigue más que aburrir al emperador con su música. Seguramente Wagner tenía razón, aunque a alguno le duela, cuando dijo aquello de “creo en Dios, Mozart y Beethoven”.
Notas
1. Mozart era igual de alemán que Beethoven y Wagner. Si a Mozart lo llamamos austríaco, a Beethoven habría que llamarlo renano y a Wagner, sajón. José II y Leopoldo II, que gobernaron en Viena en época de Mozart, eran emperadores alemanes. Viena y Salzburgo, como Renania y Sajonia, formaban parte del Imperio alemán, el Sacro Imperio Romano-Germánico o Heiliges Römisches Reich deutscher Nation. En los albores del Segundo Reich, Bismarck tuvo que resolver la cuestión “con Austria o sin Austria”. Cuando, después de la Primera Guerra Mundial, el Imperio austrohúngaro dejó de existir, Austria solicito unirse a Alemania, por razones obvias de lengua y cultura comunes. Las potencias vencedoras, con Francia al frente, lo prohibieron de manera categórica en el Tratado de Saint-Germain-en-Laye. Que los austríacos son diferentes, claro; también lo son los bávaros y siguen siendo alemanes. Que Austria sea hoy un estado diferente a Alemania lo decidieron Francia y Gran Bretaña, no ellos.
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