Alemania
Prachtvolle Klassik – glühende Moderne
Juan Carlos Tellechea

Ver a Andreas Ottensamer como director de orquesta no es lo que se diga un acontecimiento diario. Este domingo pudimos admirarlo al frente de la Deutsche Kammerakademie Neuss am Rhein en un concierto titulado Prachtvolle Klassik – glühende Moderne (Magnífico clasicismo – refulgente modernidad) con obras de Wolfgang Amadé Mozart, Joseph Haydn, en la primera parte, así como de Franz y Béla Bartók, en la segunda parte, tras un intermedio.
Batuta en mano, el clarinetista solista principal de la orquesta Berliner Philharmoniker se desenvuelve aquí a las mil maravillas con gestos audaces y movimientos largos y amplios que abarcan casi 180 grados, con una técnica suave y precisa que acaricia y engatusa. Tiene su gracia verlo ahora dirigir piezas que él mismo ha interpretado e interpreta como instrumentista.
La música de Mozart sigue siendo un fenómeno increíble. Kilómetros de estanterías podrían llenarse con la literatura especializada sobre él, las grabaciones de sus composiciones, además de sus cartas e innumerables biografías. Casi podría pensarse que ya se ha dicho y tocado todo, que no hay nada nuevo por descubrir de este genial compositor y músico que físicamente se fue demasiado pronto de este mundo.
Que no es así -por supuesto- lo demuestran constantemente músicos de todo el orbe con sus nuevas interpretaciones y sus propios puntos de vista sobre el compositor más famoso por excelencia. El espíritu de Mozart sigue estando muy presente.
No se sabe a ciencia cierta cuáles fueron los interludios de danza adicionales (KV 367) interpretados entonces, pero en todo caso la "Chaconne" y el ''Pas seul'' se cree más fehacientemente que fueron incluidos en la ocasión. Incluso pocos días antes del estreno, el joven Mozart rabiaba contra estas ''malditas danzas'', porque había tenido que escribirlas por obligación ante el encargo del príncipe elector Carlos Teodoro del Palatinado y Baviera. Mas, qué duda cabe, nos ofrecen una maravillosa visión de la creatividad del compositor, a la sazón de 24 años de edad.
La interpretación de la Sinfonía nº 92 (''Oxford'') de Joseph Haydn es apasionante. Fue escrita (al igual que las n.º 90 y 91) por encargo del Conde de Ogny como un encargo adicional a las exitosas sinfonías n.º 82-87 para la serie de conciertos parisinos de la masónica Loge Olympique. El autógrafo lleva una dedicatoria al referido conde y financista parisino. Es posible que Haydn no terminara la obra a tiempo; en cualquier caso, no está claro si se interpretó en París.
El epíteto "Oxford" evoca la ceremonia en la que Haydn recibió el doctorado honoris causa de la célebre universidad inglesa, el 7 de julio de 1791; se dice que la obra se interpretó allí. La primera representación conocida tuvo lugar el 11 de marzo de 1791 en las ''Hanover Square Rooms'' de Londres y fue un gran éxito. La lenta introducción del primer movimiento (Adagio – Allegro spiritoso) es elegíaca, melancólica, una elevación espiritual.
El movimiento lento (Adagio) tuvo que repetirse, y la repetición del minué (Menuet. Allegretto), también exigida por el público, no tuvo lugar solo por la modestia del compositor. Por petición especial, la obra se repitió en el segundo de los llamados "Conciertos Salomon" y en un concierto benéfico el 16 de mayo siguiente.
Andreas Ottensamer hace uso de una amplia gama dinámica para evitar el riesgo de embotamiento al que conduciría la simple oposición entre forte y dolce. La amplia diferenciación de intensidad es una de las claves del éxito en la interpretación de estas obras, así como de todo el corpus sinfónico de Josef Haydn, ya en su madurez.
El pulso es enérgico y flexible al mismo tiempo. La elección de los tempos es juiciosa, insuflando alegría de vivir, espíritu en los movimientos rápidos, flexibilidad en los pasajes lentos. A ello se une la exactitud de los acentos, sin que se pueda insistir en ellos ni dejar traslucir pesadez alguna; prevalece el espíritu sobre el tempo.
La elegancia de la ejecución se lleva todo por delante, proporcionada por la interpretación inmaculada y comprometida de los músicos de la Deutsche Kammerakademie Neuss am Rhein: finura de las cuerdas, violines I y II repartidos a ambos lados, carácter grácil de las maderas. Son interpretaciones en las que todo parece fluir, sin caer en una excesiva investigación histórica.
En el apartado del concierto reservado a la ''refulgente modernidad'' el Intermezzo op 8 de Franz Schreker transportó al público a un ambiente fantástico, disonante y melancólico: violines brillantes y vidriosos, subidas y bajadas, una enérgica sección central que cobra densidad y fluye refinadamente hasta el final. Dirigida por Ottensamer con transparencia y ejecutada con claridad y desenfado la pieza lleva al oyente a la ensoñación, le hace sentirse en otro universo.
Esa atmósfera continúa con el Divertimento para cuerdas Sz.113 de Béla Bartók. Aunque fue compuesto en Suiza en relativa calma, esta composición de tres movimientos, expresa la angustia de Bartók, que en agosto de 1939 intuía un futuro siniestro para Europa y era demasiado consciente del inminente surgimiento de peligros. El Molto adagio, que sirve de segundo movimiento, refleja la angustia y el terror del compositor, que vive en Hungría, país ya sometido a una dictadura. El grosor ansiolítico de los atriles lucha contra el esperado desasosiego.
Desde la escansión inicial del Divertimento (Allegro non troppo), se saborea una pasta gorda de cuerdas que borra las asperezas en favor de un estilo que no parece estar exento de post-romanticismo. Los contrastes podrían agudizarse, pero por el contrario es una dicción cálida y emotiva la que dinamiza la lectura de Andreas Ottensamer. En conjunto, el neoclasicismo de la Deutsche Kammerakademie Neuss es menos edulcorante. La visión del Allegro assai conclusivo se revela preferentemente desestabilizadora. Ovaciones y exclamaciones altisonantes de aprobación, con cuatro entradas y salidas de Ottensamer para agradecerlas, cerraron este extraordinario concierto.
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