España - Euskadi
Construyendo a Tosca
Joseba Lopezortega
Presentada y repuesta en numerosos escenarios, esta suntuosa producción de Tosca exhibe todo el poder de un abordaje conservador cuando se conoce el oficio y se emplean los recursos teatrales adecuados: imponente la recreación del interior de la iglesia del acto I, favorecida por las dimensiones de la boca del Euskalduna; un punto kitsch pero en absoluto horteras las dependencias de Scarpia en el acto II; preciosista y nostálgico el amanecer del acto III sobre el castillo de Sant’Angelo, bañado por una iluminación irreprochable, quizá algo melosa. La escena también facilita el movimiento de los coros y el canto adelantado de las figuras.
Mucho conocimiento detrás, todo está bien encarrilado y bien sujeto. Una inobjetable victoria, jugando con las cartas marcadas con la intención de gustar, un objetivo que, en beneficio de la vida de la ópera y de su pluralidad, no comparten todas las direcciones de escena, ni todas las creaciones en cualesquiera otros ámbitos.
Pedro Halffter también dirigió con suntuosidad: en sus manos, Tosca se inclinaba más a la caligrafía que a la escritura, adoleciendo de cierta parsimonia, como mecida en un permanente lírico atardecer. La Sinfónica de Bilbao, BOS, se acopló y sonó tan bien como de costumbre, no es preciso insistir en su calidad en el foso, pero quizá hubiera estado más feliz sonando con un poco más de duende e imprevisibilidad. En su parte, el Coro de Ópera de Bilbao hizo una estupenda labor, lo mismo que las integrantes de Kantika Korala, con ciertos aires de internado de uniforme y los traviesos monaguillos. Delicioso Puccini cuando el pueblo hace la escena.
Fernando Latorre es un artista más que habitual en ABAO, y el público le reconoce y aprecia. Hizo su sacristán con más dominio teatral que vocal. Moisés Marín fue el comprimario más convincente, muy buen Spoletta, pero no le anduvieron a la zaga el Sciarrone de José Manuel Díaz y un pastor bien cantado por Helena Orcoyen. En un título como Tosca es fundamental que todos estos papeles, equívocamente menores, se hagan a un nivel. Y de ellos para arriba crecen a la par exigencia y expectativas.
La ventaja del elenco presentado por ABAO es que no generaba grandes expectativas, pero sí garantizaba una calidad objetiva suficiente. Así fue el resultado. Oksana Dyka fue una Tosca franca, sin especulaciones. La encontré en un momento vocal menos afortunado que hace sólo tres años, cuando cantó en Bilbao la Minnie de Fanciulla, y ya entonces su buen paso debió mucho a su trabajo teatral. No es una voz del todo convincente, pero su entrega es innegable. Diría que los tiempos de Halffter tampoco la ayudaron, su voz se fue cansando y no rompió.
Roberto Aronica hizo una demostración de inteligencia. No especuló, pero sí supo reservarse para llegar bien al acto tercero, por el que probablemente iba a ser valorado. Muy profesional, Aronica sostuvo un Cavaradossi algo cuesta arriba de la mano del maestro, con un resultado estimable, pues siendo cierto que no se acercó a los bravos estuvo muy lejos de defraudar y fue bien aplaudido. Se esforzó en sus dúos con Dyka.
El barón Scarpia de Gabriele Viviani me gustó. Lo dio todo, llenó el escenario de temperamento, codicia sexual, impía determinación. Pilar y clave de Tosca, Scarpia es el desencadenante necesario de una extraordinaria mujer pucciniana, admirable en su determinación, heroica en su final cuando en el acto primero es una enamorada inmadura e insegura. Viviani supo ser el escultor de esa personalidad admirable usando los materiales teatrales fabulosos proporcionados por Illica y Giacosa. El desenvolvimiento vocal de Viviani a lo largo del segundo acto no remitió a los míticos Scarpia que han sido, pero sí aprovechó lo que Scarpia es: un filón teatral. Viviani supo emplear su voz para configurar un barón tan devorado como alimentado por sus pasiones, un ser henchido de poder que no calcula, que no precisa de la astucia pues tiene -o eso cree- todas las armas. Cae Scarpia porque no debe salir victorioso, porque encarna la brutalidad de alguien que no ve sombra de duda entre su deseo y su víctima y no concibe ser merecedor de su destino.
Qué gran ópera y cuánta hermosura.
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