España - Valencia
Reparando injusticias
Francisco Leonarte
Dos orquestas sinfónicas tienen sede en la ciudad de Valencia, la de la Comunidad Valenciana, y la Orquesta de Valencia. La primera es un roll-royce que suena a gloria, de suerte que los melómanos valencianos han tomado la costumbre de mirar a la segunda, la de la ciudad misma, con un punto de condescendencia : "sí, está bien, pero no es la de la Comunidad .."
Sin embargo, en el concierto del pasado jueves
2 de Marzo, la Orquesta de Valencia sonó también y tan bien como
una gran orquesta, tal vez como la gran orquesta que en realidad es...
Sirva pues este comentario -en las medidas de
sus posibilidades- de reparación a tal injusticia.
Hay que escuchar sus trombones serenos y en general toda su sección de metales que para sí quisiera alguna que otra orquesta de relumbrón. O sus certeros ataques de trompeta. Las intervenciones de las maderas no fueron menos notables. Y la cuerda. Con un bonito sonido, parece que quedaron muy atrás los tiempos en que su empaste era menos evidente.
Apenas en dos o tres inflexiones muy puntuales
pudo notarse que a la Orquesta de Valencia le falta aún algo para estar a la
altura de otras de más renombre. Y no dudo que ese "algo" pronto sería
alcanzado si estuviese a la misma altura desde un punto de vista
presupuestario...
Pietari Inkinen
El director del concierto que nos ocupa, el
finlandés Pietari Inkinen, el pasado verano tuvo un repentino "golpe de
publicidad" por haber sido destinado a dirigir el Anillo del Nibelungo
en Bayreuth en 2022 y no haber podido hacerlo por culpa del COVID, siendo
sustituido por Cornelius Meister. Sigue sin embargo previsto Inkinen para el Anillo
de Bayreuth 2023.
Aparte de lo bien que sonó la orquesta -que un
director puede siempre tener una parte de responsabilidad en el buen o mal
sonido de la orquesta- quien esto escribe apreció en Inkinen los tempi que
adoptó y a los que se ciñó. Tempi que, en Finlandia dieron su punto
justo de solemnidad al inicio, y su punto justo de intensidad rítmica al
finale. En uno y otro caso, guardando una suerte de mesura, de forma que el
poema sinfónico sonó a partes iguales con poesía y con ímpetu, pero ímpetu alla
finlandesa si se quiere, que no es lo mismo que alla italiana...
Tal vez hubiera sido deseable más moderación
en el momento de acompañar al clarinetista en la Sonata nº1 de Brahms,
pero es posible que aquí el problema no fuera tanto el director como la
orquestación de Luciano Berio, que queriendo de una sonata para piano y
clarinete hacer un auténtico concierto para clarinete, a veces exagera el papel
de la orquesta y mezcla distintos timbres de la madera con el del propio
clarinete. En todo caso, servidor de ustedes añoró constantemente la
participación del piano...
Pareciendo más a gusto con el repertorio de su
país y con la orquesta sola, en la 5ª Sinfonía de Sibelius, Inkinen
realizó una estupenda labor, pasando de piani a forti con inteligencia,
manejando con primor los acentos de la orquesta (que respondió admirablemente,
como decíamos), montando con elegancia la estrucura complejísima del primer
movimiento. Tal vez en el muy mozartiano segundo tiempo hubo alguna bajada de
tensión. Pero el tercero, fue arrebatador, con ese tema obsesivo, a la
Bruckner, que llegaba después de haber sido tantas veces anunciado. Con un
finale contundente.
El público aplaudió a rabiar. Pero más le
aplaudió la orquesta, negándose a veces a saludar para que el propio Inkinen
recibiese todos los aplausos.
Segunda injusticia
En estos tiempos que vivimos en que el
marketing es el rey, servidor de ustedes cuando ve un intérprete guaperas que
todavía no conoce, sea chico o chica, tiende a la desconfianza: ¿Qué parte de talento
y qué parte de sex-appeal componen el éxito de esta criatura en las redes
sociales y por ende con las casas de discos? ¿Será simplemente un puro producto
instagramable?
A pesar de competir con el estreno el mismo
día y en la misma ciudad de la nueva producción de Don Giovanni (mi
compañero Rafa Díaz les brinda una perfecta crónica de lo
que están siendo dichas representaciones con el insufrible Michieletto como
director de escena), a la sala del Teatro Principal había acudido buen número
de aficionados, atraídos sobre todo por la fama del clarinetista, el joven y
mediatizado Andreas Ottensamer. No olvidemos que además la Comunidad Valenciana
es tierra de bandas, y un instrumentista de viento es a veces más popular aquí
que una estrella de la televisión.
Pues bien, quien escribe estas líneas ha de
hacer acto de contrición y manifestar públicamente que, a pesar de que
Ottensamer es en efecto un hombre guapo, es también -y sobre todo- un magnífico
clarinetista. Más todavía: es un músico.
Fiato de quitar el hipo, dulzura de la de
verdad, expresividad, sorprendente soltura en las ornamentaciones... El
clarinete cantaba, y uno tenía la sensación de estar escuchando a Souzay
o a Fischer-Dieskau... Con eso que les diga, ya lo he dicho todo.
Tercera injusticia
Por último, déjenme romper una lanza en favor
del Teatro Principal, el teatro histórico de la ciudad, una bonita sala de la
segunda mitad del diecinueve por donde pasaron tantos nombres ilustres de la
música y que una aciaga reforma a finales del siglo XX privó de los resonadores
que se hallaban, desde su creación, bajo el patio de butacas.
Hoy en día este teatro tiene fama de
impracticable para la música. Pero lo cierto es que, aun siendo su acústica
indudablemente seca, con los adecuados paneles en el escenario, con el adecuado
uso de la corbata escénica, pudimos desde el patio de butacas escuchar
perfectamente a la orquesta y a sus distintos pupitres.
Personalmente, quienes hemos frecuentado salas como la Philarmonie de Paris, con su insufrible acústica reverberativa, preferimos mil veces la sequedad del actual Teatro Principal valenciano.
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