España - Cataluña
Estreno mundial de 'Alexina B.'
Jorge Binaghi
De las
últimas ‘moderneces’ de puestas en escena diversas entre sí que el Liceu nos ha
propinado, más el homenaje a Callas -o más bien autocelebración usando la figura
de la diva- hemos llegado a la única auténtica porque se trata de una ópera
contemporánea escrita con una Beca Leonardo a Investigadores y Creadores
Culturales 2020 de la Fundación BBVA, que ha patrocinado en exclusiva este
espectáculo. Y ya que con toda justicia -y estos días de nuevo más- hablamos
mal de los bancos alguna cosa buena que hacen también debe registrarse, aunque
no sea del todo suficiente para compensar los daños que causan.
Alexina B. ha sido compuesta por Raquel
García-Tomás sobre un libreto en francés de Irène Gayraud, tomado de las Memorias de Herculine Barbin, un caso real de hermafroditismo -ahora se dice
intersexualidad- en Francia en el siglo XIX, en el cual una mujer termina
cambiando oficialmente de sexo cuando ya es un joven adulto, pero eso no le
permite encontrar su lugar ni hacer frente al escándalo pese al apoyo de su
madre, su novia y su futura suegra (a las que conoce cuando va a trabajar como
institutriz de un pensionado femenino).
Finalmente
se suicida a los 29 años inhalando gas y allí comienza la acción que se
convierte en un relato que va desde el fin de la infancia hasta la decisión de
quitarse la vida. Dichas Memorias fueron publicadas sólo en 1978 por Foucault
cuando ya se habían perdido parte de las mismas, editadas por un médico con
propósitos científicos (había publicado algunos fragmentos de su interés en
publicaciones científicas).
En la
primera de las tres funciones había mucho público (los huecos se advertían en
los pisos superiores) y casi nadie dejó su lugar vacío luego de la pausa. Se
trata de dos partes en 65 y 70 minutos, y sin duda, en especial en la primera,
podrían haber sido algunos menos.
Pero
aparte de la corrección política de todo el espectáculo (que hoy, nadie mejor
para ilustrarlo que las últimas tonterías del Metropolitan Opera House de New
York y algunos intérpretes del país, parece contar mucho, aunque a mí
personalmente me carga) la música es apreciable (un tanto repetitiva, asimismo
también en la primera parte), se escribe bien para la voz -sea recitada o
cantada- y la señal es que se entiende bastante bien el texto sin necesidad de
los subtítulos (o sobretítulos).
Como
‘teatro’ le cuesta despegar, y en ese sentido es superior también la segunda
parte (son tres actos en veintidós escenas, en los que deliberadamente hay
evocaciones del impresionismo y de la música religiosa tradicional). En la
primera hay un dúo un tanto largo y para mí poco interesante entre la
protagonista y su novia Sara, y una primera escena donde poner en música
cantada la descripción del hermafroditismo no parece el ‘summum’, pero el acto
concluye con una breve canción a voz sola muy bella. Hay entonces algo así como
‘formas cerradas’ y destacaría sobre todo dos momentos, el aria de Sara en el
primer acto y sobre todo la de la madre en el segundo (único momento aplaudido
en el transcurso de la representación).
Está
bien eso de acumular papeles más o menos secundarios para una misma voz (sin
duda una cosa que económicamente es muy rentable), pero el uso de voces
femeninas y una sola masculina -obviamente contratenor, no sea que encontremos
una voz ‘demasiado’ viril’- genera seguramente cierta monotonía y personalmente
cierto cansancio.
Aunque
los altavoces son útiles para los momentos de música grabada no me pareció
ideal el contraste o equilibrio con el canto directo, que a veces parecía un
tanto ‘contaminado’ (alguna voz nunca se ha escuchado tanto ni tan bien en la
sala).
Aclaro
que no he leído casi -ni escuchado o visto- el abundante material que el Liceu
envía cada vez no porque no me haga falta sino porque prefiero escribir mi
impresión directa (así como no leo las declaraciones de los directores de
escena sobre cómo interpretar sus peculiares ideas sobre las obras de las que
se apropian).
Aquí la
puesta en escena de Pazos relató bien la historia y usó gestos adecuados (las
excesivas contorsiones de algún personaje o los gestos mecánicos de la madre de
Sara pueden tener su explicación aunque los encontré exagerados). Sólo encontré
superfluos los disfraces de las niñas en la escena final.
Las
luces de Meira fueron buenas y los decorados (con alegría volví a encontrar los
viejos telones pintados) de Glaenzel resultaron adecuadísimos, así como el
vestuario de Delagneau. El sonido se debió a Cámara y no me pareció ideal,
mientras que los vídeos fueron de la propia compositora.
Muy bien
las voces (pupilas del convento y alumnas del internado) del Cor Vivaldi y
excelente la no muy numerosa orquesta bajo la dúctil batuta de Ernest
Martínez-Izquierdo.
Protagonista
como Alexina/Abel Barbin fue la mezzo Lídia Vinyes-Curtis en su mejor trabajo hasta
el momento en todos los aspectos (y hay momentos duros como los reconocimientos
médicos).
Tampoco escuché nunca tan bien a Elena Copons como madre de la protagonista, también su casi suegra y el policía que encuentra el cadáver en la escena inicial. No creo haber escuchado hasta ahora en un papel de importancia a Alicia Amo, excelente Sara.
Xavier Sabata es ideal para este tipo de obras y personajes (aquí los tres distintos médicos, el abate, único personaje realmente negativo en toda la obra, su exacto contrario, el Monseñor comprensivo, y finalmente el juez que oficializa el cambio de sexo -¿o debería decir género? Me carcome la duda-)
Finalmente, Mar Esteve se encargó de la protagonista de niña, su amiga de infancia Léa, una pupila del convento y una alumna del internado.
Al final
bravos y aplausos con público en pie.
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