Madrid, jueves, 3 de octubre de 2002.
Teatro de la Zarzuela. Sueños de éter (Nacho Duato-Marcel Landowsky), No more play (Jirí Kylían-Anton Webern), Solo for two (Mats Ek-Arvo Pärt) y Enemy in the figure (William Forsythe-Thom Willems). Compañía Nacional de Danza. Director Artístico, Nacho Duato. Aforo: 900 localidades. Ocupación, 95%.
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Es un estreno más de la CND. Otoño en Madrid, Teatro de la Zarzuela. Las mismas caras conocidas de todos los años; en el público, rivalidad de estupendos que se cruzan entre las butacas. En el escenario, un puñado de bailarines con las piernas desnudas, lucha por la perfección estética de unas coreografías que no sacan lo mejor de ellos (puesto que fueron creadas para otros intérpretes) y de otras piezas que, pese a haber sido montadas sobre ellos, sirven en realidad para encumbrar al coreógrafo. En eso estamos.El rey de la noche no fue, de todos modos, ninguno de los estupendos de las butacas, sino Mats Ek, que es un señor bastante normalito. Su Solo for two define y enmarca al coreógrafo que ya sacó a los clásicos de las vitrinas hace unos años. Su desbordante humanidad llenó el escenario con el retrato de una pareja corriente, de esas que viven, conviven y sobreviven al día a día. Lo más difícil para un creador parecía pan comido para Mats Ek. Thomas Klein y Tamako Akiyama se defendieron con bastante soltura: él aprovechando su fisonomía de hombre normal que tanto explota el coreógrafo, y ella estilizando su personaje más allá de lo esperado, lo cierto es que dejaron escapar al espectador un par de veces, dejándole recrearse en el manierismo de la coreografía, algo que evidentemente no sucede cuando la atención se mantiene donde debe. Aún así, fue lo mejor de la noche, y con diferencia.La primera coreografía, Sueños de éter, de Duato, presentaba dos aspectos sorprendentes: casi por primera vez, el coreógrafo no se pasaba todo el ballet buscando la estética fotográfica sino el movimiento per se (que ha empleado para reflejar el tormento de la opresión) y además, en un segundo arrebato de originalidad, el valenciano ha montado el ballet sólo con mujeres. Las ocho bailarinas, encantadas con la novedad, interpretaron la pieza con una entrega que fue más allá de la profesionalidad que suele rezumar la compañía.Sin embargo, el No more play de Kyllían no tuvo una ejecución tan acertada. Es una coreografía complicada desde el punto de vista artístico, pero que también necesita un inmaculado trabajo técnico como soporte. Ni lo uno ni lo otro estuvo a la altura de las circunstancias. Eso es lo malo de las piezas creadas para otros: las comparaciones son odiosas e injustas, pero inevitables. Esperemos que en otra ocasión esta coreografía sea ejecutada como merece, porque no recibió la acogida acostumbrada.Y de repente se levantó el telón y en el escenario se hablaba un idioma diferente: el Enemy in the figure de Forsythe ya se había visto en el Real, pero cada vez se descubren cosas nuevas. Un talento arrollador el de este coreógrafo, que sabe llenar el escenario de elementos independientes que conviven como un hábitat completo que se autoabastece artísticamente.A pesar de comenzar la temporada con unas cuantas ausencias que a primera vista parecían inolvidables (Iratxe Ansa, Patrick de Bana o Emmanuelle Broncin), la CND vuelve a la carga. El mismo trabajo impecable de siempre, la misma austeridad estética, y una perfección sobre la escena que dura ya casi doce años. Lo malo es eso, que sólo es una. Y nos gustaría un poquito más de variedad.
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