Francia
Inteligencia en vez de dinero: Coup de roulis de Messager-Willemetz
Francisco Leonarte
En unos cuantos días, el público parisino ha tenido acceso a cuatro producciónes, todas interesantes sobre el papel. El Hamlet de Thomas en Bastille; un programa doble con el Ruiseñor de Stravinsky yLas mamas de Tiresías de Poulenc-Apollinaire en el Teatro de los Campos Elíseos; El burgués hidalgo de Molière-Lully en la Opera-comique, y este Coup de roulis, de Messager-Willemetz en el Teatro de l'Athénée. Comparando las producciones, las hay que cuestan mucho dinero (notablemente la de Hamlet, con estrellas de relumbrón, y también la del programa Stravinsky-Poulenc) y otras resueltas con cuatro duros: la de Molière-Lully, y sobre todo la que nos ocupa, la de Coup de roulis, traducible como "Bandazo" (como el bandazo que puede dar un barco por culpa de un movimiento brusco del mar) de Messager-Willemetz.
Adivinen ustedes cuál ha sido la que mejor ha
satisfecho las expectativas del público...
Dos autores sabrosísimos
Vale la pena detenerse en los autores de este Bandazo,
poco conocidos hoy -y aún menos fuera del ámbito francés- a pesar de la enorme
popularidad de que en su día gozaron.
André Willemetz es uno de los libretistas más sabrosos de la historia de la música (para quien esto escribe, a la altura de los más grandes), con unos juegos de palabras siempre sorprendentes, una presteza en las réplicas que no tiene igual y una eficacia dramática sin desmayos. Sólo que no buscó la gloria escribiendo para la intelectualidad, sino que buscó (y logró con creces) satisfacer al público de su época. No por ello es menos personal e inteligente.
Pura encarnación del esprit
francés de entre-guerras que -contrariamente a otros intelectuales más
renombrados- nunca resulta pretencioso ni pesado, aunque no deje de lanzar sus
oportunos dardos a la realidad de su tiempo y sepa retratar en dos palabras y
tres situaciones a personajes de todas las épocas. En ese sentido, su pintura
del oficial "en su cuarentena", por ejemplo, sigue conmoviendo. O
su "Quand on n'a pas le pied marin", por ejemplo, criticando
tantos y tantos modelos de incompetencia, sigue siendo certerísimo. Y su sátira
del mundo político y de los mecanismos del poder a través del personaje de Puy
Pradal es de perfecta actualidad. Ya sólo por eso, valía la pena asistir a este
Coup de Roulis.
Messager, el compositor, es un caso similar,
por poco conocido actualmente y por su vocación popular. Estuvo en contacto con
todos los grandes de la música de su momento. Amigo personal de
personalidades tan distintas (y a menudo encontradas) como Saint-Saëns o
Debussy (fue Messager quien dirigió el estreno del Pelleas et Mélisande),
su obra se orientó frecuentemente hacia la música ligera, con éxitos tan
redondos como Véronique o L'amour masqué, aunque también creó una
obra que bien podríamos calificar de "tercera vía", entre la
experimentación y lo popular, con obras bastante curiosas y desde luego muy
hermosas como Fortunio o Madame Chrysantème (el precedente
operístico de Madame Butterfly de Puccini).
Como ven, también del lado musical la velada
pintaba más que interesante...
La obra cuenta -de forma bastante previsible,
no olvidemos que la opereta es un généro similar al de la comedia romántica
cinematográfica, que siempre acaba bien- la revolución que supone, en un buque
de guerra, la llegada de un político para controlarlo todo, acompañado de su
hija, que será cortejada por dos oficiales, el guaperas bala-perdida y el
cuarentón de buen ver.
Willemetz vuelve a sorprender con sus fuegos
artificiales de ingenio, Messager vuelve a encantar con unas melodías,
inteligentemente orquestadas, que van de lo picante a lo dulce y que siempre
consiguen sonar "como si las conociésemos de toda la vida".
Con esto parecería que los intérpretes no
tienen sino que ejecutar lo escrito y punto. Pero no es tan sencillo como
pudiera parecer a simple vista.
Intérpretes con cuajo y desparpajo
En el foso, les Frivolités Parisiennes, una
pequeña orquesta que está lejos del sonido de la de la Ópera de París, pero con
una increíble energía. Buenos solistas: oboe, violín. Nunca cubre a los
cantantes. Gracias sin duda también a las características del Teatro del
Ateneo, otra joyita de teatro parisino del 1900 con una acústica que favorece a
las voces.
Sobre el podio Cravero, que, ya lo vimos con
su prestación en el Viaje a la luna de Offenbach esta misma temporada en
la Opera-Comique, es mujer más de energía que de sutilezas. En dos o tres
momentos (como mucho) se consiente y consiente a los demás algún momento de
reposo y delicadeza (hubiésemos querido por ejemplo que hubiese tratado con más
poesía el aria sobre la cuarentena). Pero a cambio da un energía comunicativa
que orquesta, cantantes y público agradecen.
Puede que sobre el escenario no tengamos a grandes voces en el sentido operístico: no les pondríamos por ejemplo a cantar el Hamlet citado, pero es que no es eso lo que cantan. La valía de un cantante depende del repertorio que aborda. Y para abordar el repertorio semi-ligero de la opereta, los cantantes de esta producción son magníficos. Al igual que para abordar la zarzuela resulta mucho más adecuado Marcos Redondo que el mejor cantante de ópera, los intérpretes de Coup de roulis, además de voces sanas y bien emitidas, muestran un buen hacer teatral, una agilidad para cambiar de registro, un desparpajo controlado, que hacen que cada uno de ellos parezca insustituible.
Y una inteligibilidad sin
tacha. El texto está siempre ahí. Incluso cuando cantan en coro (coro pequeño
que suena como una sola voz) se les entiende per-fec-ta-mente. Por elegancia
vocal, permítanme destacar tal vez a Philippe Brocard. O por gracejo, a
Guillaume Beaudoin. Pero todos, insisto, todos los intépretes nos divierten y
conmueven.
Méritos todos estos de los cantantes. Pero
también de la sala, de la dirección musical, y de la dirección escénica.
Sin que sirva de precedente
Buena parte de ustedes sin duda consideran que
los directores de escena son la bestia negra de quien esto escribe. Y puede que
lleven razón. Son también la bestia negra de la mayoría de los melómanos a los
que cada vez nos cuesta más aguantar sus incompetencias disfrazadas de gesto artístico
que vienen a entorpecer o incluso a imposibilitar la labor de los intérpretes
musicales.
¡Por una vez que eso no pasa!
Vamos pues -no se asusten ustedes- vamos pues
a hablar bien de la dirección escénica, porque en efecto toda ella estuvo
enfocada a favorecer y a potenciar la labor musical y los efectos del libreto.
Sol Espeche enfoca su labor a partir del
modelo folletín televisivo. Cierto, la parodia de la telenovela no
es un descubrimiento suyo, pero es eficaz y resulta perfecto para tratar una
pequeña comedia como Coup de Roulis, evitando que el perfume de época
invada demasiado la escena. Los pequeños vídeos durante la introducción (¡Por
una vez que servidor de ustedes encuentra que el video durante la introducción
orquestal está bien!) y durante las pausas no enturbian la acción ni estorban
en el desarrollo musical, y desde un punto de vista dramatúrgico dan un respiro
a la acción. Están además hechos con mucha simpatía, dentro del espíritu de la
obra. Un acierto pues.
Decorados sencillos (que cuestan cuatro duros)
de la siempre inteligente Oria Puppo. Idem para los trajes de Schlemmer,
eficaces y divertidos, con su toque telenovela años 80.
Para conectar con el espíritu de la comedia
musical (de la que este Coup de Roulis es un claro precedente, o
pariente, o como quieran llamarlo ustedes), Espeche le pide a Aurélie Mouilhade
que añada por momentos pequeños movimientos coreográficos que funcionan tambíen
muy bien, sin impedir el esfuerzo ni la concentración de los cantantes, y
añadiendo comicidad y ritmo a la escena.
En resumen, que todos los que llenábamos la sala salimos de allí más contentos que unas pascuas, después de haber disfrutado como enanos y de haber aplaudido como loquitos.
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