Italia
En medio de las nubes
Jorge Binaghi

En medio de las nubes que se acumulan sobre el Teatro (la
dimisión, tal vez forzada, del ex director general Pereira y la llegada de un
Comisario) la programación seguía normalmente con esta reposición de la
archiconocida obra de Bizet, en la edición crítica de Fritz Oeser (paréntesis
que los entendidos pueden saltar: como los diálogos se reducen a bocadillos,
estamos básicamente ante números musicales cerrados unidos por los tales
diálogos, lo que tal vez nos aproxime más al original de Bizet. Yo sigo echando
de menos los recitativos orquestados por Guiraud, pero eso sólo refleja mi
edad, mis gustos poco modernos, etc.).
El primer punto de interés era una nueva producción confiada al gran Piero Faggioni que no llegó a concretarse y se sustituyó (cómo no) por la que debutó en Zúrich, pero se vio también en Turín donde la vi hace siete años y de la que no tengo motivos para decir otra cosa que la que había escrito entonces.
Paso, pues, a citarme: “lo peor que tiene es, por ese orden, el vestuario
femenino y los decorados. En el último acto uno creería estar en el Far West
[…]. El mejor en conjunto es el tercero. En el primero parecemos estar en una
sociedad militar ya que apenas se ven civiles. Para la aparición de las
cigarreras desciende un puro en neón (todas fuman puros) y aparecen dos puertas
como por arte de magia. La escena mínima está bien, pero el minimalismo extremo
no: la taberna es tan miserable que Ava Gardner no habría entrado (o puede que
si estaba con Hemingway sí). Siempre hay un objeto delante: en el primer acto
es un perro (mecánico) inmóvil hasta que pasa Carmen cantando su habanera y
entonces mueve la cola. En los otros hay una roca, un cráneo de vaca muerta.
José espera ‘entre la multitud’: aquí está detrás de un árbol y tan evidente
que hasta un ciego lo vería sin necesidad de ayuda. El cambio de guardia no
existe más que en la música: los chicos entran y salen (bien), salvo en un
momento en que se echan por tierra súbitamente presas de un desmayo. Es una
solución práctica y poco costosa hacer que el desfile del cuarto acto sea sólo
visto por el coro, aunque las protestas contra el alguacil se entiendan poco y
Escamillo y Carmen tengan que aparecer, desdoblándose por lo visto, en la misma
meseta desde la que un segundo antes se los describía y admiraba”.
Aclaración
de suma importancia: el perro no movió la cola, ignoro por qué, pero no parece
un cambio fundamental de la puesta en escena. Y prosigamos.
El
primer motivo de interés radicaba en el retorno de Mehta (recordemos que la sala
pequeña donde se hacen obras de cámara o con orgánico reducido lleva su
nombre), director honorario muy apreciado por el público y los músicos, a un
título que le había deparado grandes satisfacciones.
También
esta vez dirigió muy bien y la orquesta le respondió con entrega y en forma
soberbia. Es cierto que por momentos se veía un enfoque más ‘sinfónico’ que lo
tal vez deseable en una ópera y la lentitud de varios momentos conspiró contra
una tragedia que ciertamente se construye ‘casi’ sola. Pero los preludios e
interludios fueron extraordinarios y varios otros momentos también. Excelente
asimismo resultó la labor del coro y el coro de niños, muy aplaudidos también
al final.
Entre
los cantantes hubo buenos secundarios con diversas virtudes: Sanz Pérez es
musical y segura en sus agudos, aunque la voz resulta pequeña, Tsiouvaras en
vez tiene una voz cálida de mezzo pero resulta un poco exagerada. Ravizza tiene
medios muy prometedores aunque empezó un tanto engolado. Morozov con un caudal
no muy grande y un timbre no particularmente impresionante resultó en conjunto
un buen Zúñiga. Los dos contrabandistas también lo hicieron bien, aunque
probablemente se lució más Hernández que D’Orso.
Pero
aunque las partes ‘pequeñas’ sean importantes (ahí está la grabación histórica
del trío de las cartas de la gran Supervía estropeada por las dos voces
femeninas que la acompañan) esta obra necesita cuatro excelentes cantantes y al
menos dos grandes actores. Y eso la vuelve difícil, además de que la asiduidad
de representaciones pone el listón aún más alto quizá de forma injusta.
Pocos
papeles tan completos y deseados como el de la protagonista. Margaine responde
con una voz espléndida por color y extensión ….y poco más. Taconear con ímpetu
y gesticular un poco no nos dan la complejidad de Carmen. Que la figura no la
acompañe siempre no es un problema, porque todo tipo de artistas se ha acercado
al personaje y su físico no era óbice para grandes interpretaciones. Aquí
estamos, por las características de la voz más cerca de la versión ‘corriente’
que sabemos que puede no ser la única ni tal vez la mejor. Y para no citar a
notabilísimas ‘extranjeras’ (algunas italianas con óptimo francés, entre alguna
rusa y dos españolas) el ejemplo de Régine Crespin está para quien quiera escucharlo.
Algún agudo interpolado no fue ni del mejor gusto ni lo más destacado del
canto, pero se registra simplemente por deber de crónica.
Meli
estuvo en una forma como no le recordaba de hace tiempo. El papel de Don José
le sienta y se nota que lo conoce, además de poseer un timbre ideal para la
parte (incluso los dos actos finales que podrían antojarse más pesados y
‘oscuros’ para él). No es un gran actor, pero lo hizo correctamente.
Correcta
es la definición que mejor sienta a la Micaela de Nafornita, buena cantante de
buena técnica y musical, siempre dispuesta a seguir las indicaciones del
director de escena (aunque resulten exageradas o incómodas cuando por ejemplo
los soldados intentan meterle mano y la dejan en una oportuna combinación con
la que se va y vuelve para su dúo con José -y lo primero que hace pudorosamente
es vestirse con las ropas que le habían sido dejadas bien dobladas en el suelo-).
Tuvo mucho éxito en su aria, pero personalmente encuentro que no tiene el color
de voz ideal para Micaela (que no tenían tampoco algunas consideradas grandes
intérpretes del rol, entre ellas la muy francesa Jeaninne Micheau).
¿Y
Escamillo? Es un rol que se les pide mucho a barítonos y bajobarítonos, y todos
acuden puntualmente. Y no porque sea fácil, pero es un personaje desde mi punto
de vista -y no sólo- bastante unidimensional, casi tanto como el de Micaela.
Como el de ella es relativamente breve y permite lucimiento. Aquí tuvimos la
suerte de encontrarnos con un Olivieri que, en primer lugar, vuelve a dejar
alta la escuela italiana para el canto y el recitado en francés. Por seguir
tiene figura y presencia para impresionar como el torero, una voz curiosamente
de mayor volumen y color que en Nápoles hace un par de años (pero es cierto que
allí era al aire libre y con micrófonos), y en cuanto a su interpretación si
vocalmente sobresale siempre su actuación cobra mucho relieve en sus
intervenciones en el tercer acto.
Aplausos encendidos para todos, con puntas de entusiasmo por Mehta, y alguna protesta no muy seguida para el equipo escénico.
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