España - Valencia
Libertad, limpieza, deleite y Lucasfilm que pasaba por allí
Rafael Díaz Gómez

La estupidez es tan inherente al ser humano como la
libertad una de sus máximas aspiraciones. En este sentido es probable que nunca
haya sido tan fácil como ahora demostrar públicamente lo gilipollas que se
puede llegar a ser. Idiota sin coerciones. Imbecilibérrimo, si se me permite
el neologismo. Otra cosa es, desde luego, que se exprese algo inteligente (al
parecer hay personas que lo hacen) o una verdad, aunque sea simple. Porque
entonces se corre el riesgo de perder esa consistencia leñosa de humano
ejemplar. Y una vez perdida, ¿para qué se quiere la libertad? Pues, venga,
multa va, o incluso, y por qué no, a chirona.
Y de esta forma, quitándole y concediéndole la razón a quienes vienen postulando que ahora hay menos libertad que hace tres o cuatro décadas, caminaba yo por el Jardín del Turia hacia Les Arts. Espléndida tarde primaveral. Sólo por el paseo ya iba mereciendo la pena el concierto que me esperaba. Porque... (nueva reflexión a la altura del Palau de la Música), ya que estamos con eso de la presencia o ausencia de inteligencia natural, lo de la artificial, ¿no nos acabará fastidiando nuestras liturgias adquiridas en el disfrute de la música en vivo? Y es en estas ocasiones cuando más se añora tener cerca uno de esos médiums de la crítica musical que tan en boga se han vuelto a poner, un escudriñador certero del futuro. Estuve por preguntarle a alguno de los extras de la no sé qué secuela o precuela de Star Wars que se rodaba en el edificio de Calatrava, a ver si en las galaxias muy lejanas se sabía algo de esto, pero, la verdad, me intimidaron sus negros ropajes y sus estrafalarios peinados.
Que la cosa iba por lo natural, metidos ya en un auditorio que no llegó a llenarse, se patentizó después de la breve pieza que abría el programa. ¡Si se podrá carraspear y toser! ¡Y tanto que se puede! Pero más y mejor si no es el momento de aplaudir. Y el final de los dos primeros Nocturnos de Debussy presentan sendas ocasiones ideales. Evoque usted un ambiente, señor Manacorda, que se lo vamos a reventar a base de bien. Pero a ver si la culpa la va a tener Manuel Palau, que escribió en 1929 un Homenaje a Debussy de líneas muy netas y tímbricas escuetas, no importa que mixturadas, a ritmo de marcha, con algo ligeramente burlesco y festivo, que casi más nos acerca a Ravel que al compositor homenajeado en el título. En Valencia, ya se sabe, escuchamos algo con aire de marcha risueña y nos montamos un Paquito el Chocolatero en un tres i no res. Algo debió de aventurar Manacorda porque tampoco pareció que le dedicara una atención muy especial a esta partitura. La justa para pasar por ella con total pulcritud.
Lo de la limpieza es algo curioso. La hay aseada (esta puede resultar un poco sosa, la verdad). Sin embargo, la hay también resplandeciente y hasta fascinante. Afortunadamente, esta última es la que se impuso con Debussy y con Berlioz. Manacorda, en su segunda visita a Les Arts, y la Orquestra de la Comunitat Valenciana se entendieron a la perfección. No hubo revelaciones extraordinarias (quizás la de colocar las dos arpas a izquierda y derecha del director, a la altura de las terceras filas de violines en la Sinfonía fantástica), pero tampoco se necesitan cuando se explicita tan bien lo que está escrito.
Y en ese cometido director y formación orquestal mostraron una autoridad inapelable. Graduaron, matizaron, difuminaron, clarificaron, profundizaron, crearon volúmenes y perspectivas, sensibilizaron, narraron y encararon, sin alardear, los afectos vehementes del ánimo (que así define "pathos" la Academia) cuando lo exigía la ocasión. Puro goce físico, voluptuoso en la frontera del morbo en el caso de la escena campestre de la Fantástica, que avanzó a una velocidad muy lenta. La orquesta, maravillosa. Claro que llamaron la atención ciertos atriles a los que les cupo algo más de protagonismo solista, pero por encima de todo sobresalió el empaque conjunto, la complementariedad entre la excelencia de las partes.
Sobre los instrumentos, veinticinco voces femeninas del Cor de la Generalitat Valenciana en Sirenas, nueve más que las indicadas por Debussy, supongo que por aquello de tratar de compensar la potencia de las dinámicas orquestales en el espacio concreto del Auditori de Les Arts. Ignoro la cantidad de cuerdas que consideraba ideales el compositor para esta obra, aunque el autógrafo manuscrito no parece indicar nada en tal sentido (en esta versión el orgánico de las cuerdas frotadas fue, si recuerdo bien: 24-12-6-6). Sea como fuere, la ondulante vocalización del coro, con los convenientes ajustes, supo adaptarse con persuasión a la acústica de la sala.
Al final una apoteosis de aplausos y "bravos" acabó por consagrar el ritual. Muchas de las exclamaciones procedían de público joven (Les Arts está realizando una muy acertada labor de difusión entre la juventud también de la música sinfónica, no sólo de la teatral). Sí, definitivamente había merecido la pena la visita. Y ya no quedaba más que, cada uno con su inteligencia, volver por donde había venido. La mía no me dio más que para decidir hacerlo en Valenbisi: son bicicletas que pesan tanto que bastante tienes con pedalear, así que lo de pensar ya lo dejas para otro momento. Pero, bueno, al menos están en su sitio, no como en otras ciudades en las que por lo visto se van de picos pardos. En fin, si es que mamarrachadas y libertades, las justas. Y que la Fuerza les acompañe.
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