Alemania
La fórmula barroca
Esteban Hernández

Hay
títulos que cuando llegan sorprenden, descolocan y se les pone el cartel de “veremos
cómo envejece”, y dieciocho años y cuatro intendentes después (desde Sir Peter
Jonas) se vuelve a contemplar cómo se alza el telón para mantener reacciones y perfilar
juicios.
La
visión de La Calisto de Alden es una explosión de color, gracias al
decorado de Paul Steinberg y al vestuario de Buki Schiff, con pinceladas de surrealismo
(una vaca con un cartón de leche o el camaleón bandeja hablan por sí solos) que
se nos antoja como el adobo perfecto del XXI para una obra del XVII en la que la
lectura se aleja del mito para llegar incluso a satirizarlo.
Las
páginas de Cavalli no pierden en ningún momento el protagonismo que merece y
Alden no hace más que aderezar los condimentos y servirlos para unos actualizados
comensales que reciben la hábil propuesta escénica con escepticismo en los
entrantes y entusiasmo en los postres. Nuestro público muniqués no es
especialmente paciente con los títulos barrocos, sin embargo la manera en la
que este “dramma per musica” se ha asentado en la Staatsoper demuestra que no
solo de Wagner o Strauss se vive por estas lindes, no obstante el título
carezca de las “habilidades” por las que suele entrar por los oídos el
repertorio, y evidencia que la fórmula de Alden funciona.
La
correcta actualización de esta producción de La Calisto ha pasado
siempre por manos de un equilibrado casting, del que para empezar resaltaría
dos pilares con tímido reconocimiento por parte del público, pero esenciales
para el sostén de la obra, la soprano Roberta Mameli (Giunone) y la mezzo Teresa
Iervolino (Diana), no ya por su presencia escénica sino por el innegable
dominio del repertorio, de la vocalidad barroca y de la dramaturgia. Particularmente
efectivo resultó el dúo del segundo acto entre Diana y Endimione, este último en
manos del contratenor americano Aryeh Nussbaum Cohen, en el que el oscuro
timbre de Iervolino y la ligereza de Nussbaum ayudaron a crear pasajes
conmovedores que merecieron el primer reconocimiento abierto del público.
La
soprano inglesa Mary Bevan debutaba con este título en la ópera bávara (al
igual que Mameli), saliendo de una zona de confort, como ella misma reconocía
en una entrevista, que habitualmente la había tenido ocupando segundos papeles
en obras como Alcine, Serse o Fidelio. Cavalli le ofrece cierta libertad con
los tempi, hecho que ayuda a la soprano a sacar a relucir su
expresividad, encontrando las mayores dificultades precisamente en el trabajo
de Alden para con el personaje. Desearía eso sí haber visto un mayor equilibrio
entre la ingenuidad y el carácter de Calisto, quizás algo descompensado intuyo
que por la propia naturaleza de la cantante.
Si el
título se ha convertido casi en un clásico de la tarima bávara también lo es la
presencia de Dominique Visse, partícipe ya en 2005, con cuyo satírico personaje
ha traspasado lo teatral para asentarse en una burla vocal de exquisito efecto.
El Giove de Milan Siljanov también sigue un camino parecido -asentado en la
Staatsoper desde su participación en el “estudio” de la casa- poniendo en manos
del personaje una voz amplia, de timbre rico y penetrante.
El
Monteverdi-Continuo Ensemble junto a unos pocos miembros de la Bayerisches
Staatsorchester (apenas quince componentes en total) en manos de Christopher
Moulds ayudaron a cerrar un círculo construido en torno a una lectura limpia y
precisa, otorgándole suficiente libertad a los cantantes como para sacar a
relucir la expresividad que el repertorio exige y merece.
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